José Woldenberg
Reforma
10/05/2018
Hace treinta años México se encontraba, como ahora, en un peliagudo e interesante proceso electoral. Hoy, en retrospectiva, podemos evaluar mejor su significado. Fue la muestra elocuente de que un país como el nuestro –masivo, complejo, contradictorio, desigual- no cabía ni quería hacerlo bajo el manto de un solo partido político, que su diversidad social e ideológica buscaba y forjaba opciones diferentes y que el tiempo del monopartidismo fáctico tocaba a retirada. Pero también fue claro que ni las normas ni las instituciones ni los operadores estaban capacitados para procesar los resultados electorales con limpieza y transparencia y que las condiciones de la competencia eran abismalmente asimétricas, lo cual abrió una profunda crisis de legitimidad que fue necesario atender para intentar revertir la desconfianza en el procedimiento comicial. Mucha agua ha corrido bajo el puente, pero recordar las circunstancias en las que esas elecciones se desarrollaron no parece un ejercicio vano, sobre todo porque la amnesia es una enfermedad colectiva, contagiosa y simpática que nada bueno produce.
En aquellos tiempos las elecciones eran organizadas por la Comisión Federal Electoral presidida por el Secretario de Gobernación. En la mesa de la CFE también se sentaban un diputado y un senador (por supuesto del PRI) y representantes de todos los partidos, solamente que el número de representantes de cada uno dependía de la votación que habían logrado en la elección anterior. Para ese año el PRI tenía 16, mientras el conjunto de los partidos opositores solo llegaba a 12. De tal suerte que, si con los 12, en una posibilidad remota, hubiesen votado también el Secretario de Gobernación, el diputado y el senador, de todas formas, el PRI seguía teniendo mayoría: 16 contra 15. Un organizador y “árbitro” en el que uno de los competidores tenía, de partida, la posibilidad de resolver.
Al presidente y secretario de las comisiones locales y los comités distritales electorales los nombraba el Secretario de Gobernación y la representación de los partidos era igual que en la CFE. Además, el presidente del comité estatal tenía facultades para designar al presidente y secretario de las mesas directivas de casilla. Por ello cuando se afirmaba que la organización electoral se “tejía” desde Gobernación no se estaba exagerando.
El padrón electoral, se reconoció con posterioridad, tenía inconsistencias de alrededor del 50 por ciento. Y por supuesto no existía nada parecido a la credencial con fotografía ni los partidos contaban con una copia de las listas nominales de electores.
El financiamiento público para las campañas era escuálido y los noticieros de radio y televisión hacían una cobertura de las mismas más que facciosa. En un trabajo pionero Pablo Arredondo Ramírez midió el tiempo de pantalla que los dos principales noticieros de televisión (24 horas y Día a día) habían dedicado a las diferentes campañas: 83.14 por ciento al PRI, 3.15 al PAN, 1.95 al PMS, 1.62 al FDN, 0.43 al PDM y 0.36 al PRT (otras noticias electorales 9.34). (Así se calló el sistema. UdeG. 1991).
Se había creado en 1986 el primer Tribunal (de lo Contencioso Electoral) pero las elecciones eran calificadas por los Colegios Electorales, es decir, los diputados y senadores calificaban su propia elección y la Cámara de Diputados, convertida en Colegio Electoral, la del Presidente.
Se elegían solo dos senadores por entidad, de tal suerte que, si bien el PRI “solamente” obtuvo, de manera oficial, el 50 por ciento de la votación, alcanzó 60 de los 64 senadores, es decir, el 94 por ciento de la representación.
No hubo debate alguno entre candidatos. No se encontraban tipificados en el Código Penal los delitos electorales y por supuesto no existía nada parecido a la Fiscalía de hoy. Los partidos, a pesar de recibir financiamiento público, no tenían obligación alguna de reportar sus ingresos y gastos. No existía la posibilidad de votar desde el extranjero. Los partidos cubrían un porcentaje bajo de casillas y por supuesto no había algo siquiera parecido a lo que hoy ofrece el programa de resultados electorales preliminares.
¿Recuerdos de viejo? Sin duda. Pero dado que el 40 por ciento del padrón lo constituyen jóvenes entre los 18 y los 34 años, quizá la remembranza no esté de más.