José Woldenberg
Reforma
08/12/2016
No estamos frente a un político común. Tampoco ante un ejemplo natural de la derecha. No es solo que no se ciña a lo políticamente correcto, sino que sus dichos presagian conflictos y tensiones de todo tipo. Es posible que los contrapesos institucionales puedan modularlo o contenerlo, pero eventualmente no serán suficientes. Será el Presidente de la nación más poderosa del mundo y habla y se comporta como si fuera un maleante de callejón. Por ello me puse a leer el libro de Aaron James, Trump, ensayo sobre la imbecilidad (Malpaso, México, 2016).
James trata de utilizar el término imbécil (asshole) no como un insulto sino como una caracterización. Dice: lo es el que reúne tres condiciones: «1) se permite, de manera sistemática, ventajas particulares en las relaciones sociales; 2) se ve motivado por el convencimiento (firme y errado) de que tiene derecho, y 3) se siente inmune a las quejas del prójimo». Se trata de un rasgo de personalidad, de una forma de comportamiento abusiva, de alguien convencido de su singularidad y por ello no sujeto a las normas que presuntamente rigen para otros, impermeable a las reacciones y protestas que generan sus actos y más que satisfecho consigo mismo. Todos hemos estado en contacto con algún conocido con esos trazos de carácter, pero no nos imaginábamos -¿o sí?- que un ejemplar así pudiese encabezar al gobierno de nuestro vecino del norte.
Pero el problema no es solo que sea un atrabiliario, un petulante sin consideración hacia los demás, sino que eso se combina con su promoción de la violencia y su comportamiento contrario al arreglo republicano.
James ilustra con pasajes de varios de sus discursos. Reproduzco solo uno: «Si ven a alguien que está a punto de lanzar un tomate, lo muelen a palos ¿verdad?… Denle una buena paliza… Prometo asumir los gastos legales. Lo prometo». Podría ser una gracejada, pero su reiteración y sobre todo dicho por un candidato a la Presidencia, inyecta altas dosis de zozobra y puede ser y es leído por no pocos como una invitación a «resolver» los problemas con el expediente de la fuerza. James devela el razonamiento: «Problema: la nación se encuentra en decadencia. Responsable: la corrección política y las normas de urbanidad, que nos están paralizando. Solución: el uso discrecional de la violencia constituye un remedio adecuado. Héroe: Trump, que abonará las costas legales…». Si el primer objetivo de la democracia es transformar la violencia en convivencia pacífica, «usar las palabras no los puños», Trump «parece estar evocando la estética erótica del fascismo, la excitación sensual de las masas en torno al odio a los otros y la adoración de un pasado supuestamente glorioso».
Y si a ello le sumamos su desprecio por las instituciones que ponen en pie el entramado democrático y, peor aún, por las personas y grupos a los que considera fuera de su «nosotros», entonces su gestión puede ser altamente erosionadora del consenso republicano. Trump no parece comprender que se aspira a que las leyes -y no los individuos- sean las que modelen las relaciones sociales, que debe responder a los ciudadanos buscando una razón común y no exaltando los caprichos y rencores, que está obligado a respetar las libertades de prensa, expresión y asociación, que los gobernantes deben estar bajo la inspección de la opinión pública. Más bien ha explotado las pasiones, el malestar contra el establishment y con éxito ha arremetido contra las premisas enunciadas.
El texto de James fue escrito antes de la victoria de Trump. Era una especie de llamado de atención, un intento por contribuir a cerrarle el paso. Planteaba la necesidad de reformar las reglas de las contiendas electorales: asumir la votación popular, «restaurar la financiación pública» a los partidos, aprobar una ley anticorrupción y otras. Pero no dejaba de ver que el crecimiento de Trump era un síntoma de algo más profundo: un proceso de globalización que era insensible a sus estragos: «Centradas -las élites- en su propia búsqueda de poder, dinero y posición social, han privado a las clases baja y media de los ingresos y las expectativas que necesitan para seguir viviendo con dignidad». Porque Trump surge de un caldo de cultivo. Explota un enojo, un desencanto, y puede desatar una tempestad.