José Woldenberg
Reforma
01/06/2017
Para René Delgado.
Con mi agradecimiento.
No debería ser sorpresa para nadie. Como anunciaron en octubre pasado, el Congreso Nacional Indígena (CNI) y el EZLN postularán a una mujer indígena para la Presidencia de la República. Se trata de María de Jesús Patricio Martínez, nahua jalisciense y médica tradicional, que será al mismo tiempo vocera y candidata. La reunión se celebró el pasado fin de semana y reunió a cerca de 900 delegados y representantes de varias decenas de agrupaciones de los pueblos originarios del país.
Edgar Hernández, reportero de Reforma, informó que «aunque señalaron que no pretenden obtener sufragios, cuidar urnas, ni hacer campaña proselitista, sí buscarán que el nombre de la portavoz aparezca en las boletas electorales del próximo año». Y citó, entre otros, un párrafo del documento que dieron a conocer: «Nuestro llamado es a organizarnos en todos los rincones del País para reunir los elementos necesarios para que el Concejo Indígena de Gobierno y nuestra vocera sea registrada como candidata independiente a la Presidencia de este País» (Reforma, 29-V-17).
Se trata de una iniciativa que de prosperar ofrecerá visibilidad pública a la situación y las reivindicaciones de las comunidades indígenas, que pondrá en el centro de la atención una agenda opacada y que puede multiplicar el peso político del mundo indígena. Si mal no entiendo, ahora, y a diferencia de «la Otra Campaña» (2006) que básicamente fue solo testimonial, intentarán que su candidata sea registrada como tal y aparezca en las boletas. Y si bien, el documento transpira un desprecio mayúsculo por los procedimientos electorales, no deja de ser relevante que el CNI y el EZLN intenten explotar de manera legítima las posibilidades que abre el llamado orden institucional. Es una ruta compleja, tortuosa, pero quizá más productiva que la del autoaislamiento.
La iniciativa eventualmente podría ser incluso más fructífera, si se animaran a acompañar a la abanderada presidencial con otras candidaturas (digamos) a gobiernos estatales, municipales, a las Cámaras del Congreso federal y los Congresos locales. Porque en algunas regiones del país posiblemente podrían obtener resultados nada despreciables que les permitieran estar al frente de gobiernos o en los circuitos legislativos tanto locales como nacionales. (Pero ya sé que no necesitan consejos y menos los no pedidos). Dos temas, sin embargo, creo que merecen ser pensados.
Tendremos una candidatura presidencial más. Importante, expresiva, iné-dita, pero una más. Esto último es lo que quiero subrayar. Del aparente monolitismo unipartidista México transitó a un sistema de partidos plural pero con una dispersión (digamos) moderada, pero todo parece indicar que desde hace pocos años nos enfilamos a un escenario mucho más fragmentado. Esa fragmentación no es artificial. Cada partido, cada movimiento, cada candidato independiente, se asume como singular y de alguna u otra forma expresan a una determinada franja del electorado mexicano. Esa realidad no reclama exorcistas ni magos, sino la comprensión de que cada una de esas manifestaciones es legítima, pero que ninguna de ellas puede hablar a nombre de ese conjunto abigarrado, contradictorio, desigual y tensionado al que llamamos México.
México es muchos Méxicos y resulta natural que esa diversidad aparezca representada en la esfera electoral, pero para que ello con posterioridad sea productivo (no solo «reflejo» de nuestra sociedad escindida) se necesitan, a la hora de gobernar y/o legislar, operaciones de acercamiento para que las sumas de voluntades hagan que las diversas gestiones tengan posibilidad de dar resultados.
Por otro lado, el anuncio de una candidatura representativa del universo indígena debería ser ponderada con toda seriedad. No se descubre nada nuevo si se afirma que los pobres más pobres entre los pobres y los más excluidos entre los excluidos son precisamente los indígenas. Y la brecha no parece cerrarse, por el contrario. De tal suerte que la sola novedad de una vocera y candidata de ese universo debería convertirse en un llamado de atención, en un acicate para intentar construir un país menos desigual, más «integrado». Respetuoso de la diversidad pero comprometido con la igualdad. Porque una política anclada en coordenadas étnicas no creo que presagie nada bueno.