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El debate público

A la espera

Rolando Cordera Campos

La Jornada

18/12/2016

Expectante, el mundo prefiere hacer como que no sabe y asume una posición que recuerda los años de entre guerras que vieron el ascenso de Hitler y su conquista de Europa. “It pays to be mad” dijo alguna vez Henry Kissinger en un seminario en Harvard sobre el dictador alemán y la pasiva conducta de los dirigentes europeos. Al parecer, esta parte de la historia triste del mundo se empeña en repetirse.

Hay que esperar y ver: tal es la conseja dominante en el mundo oficial y de los negocios. No importa a quién nombre el señor Trump para encargarse del comercio o el medio ambiente, no se diga de la seguridad nacional o las relaciones con el mundo. Se impone, se nos impone, un pragmatismo ramplón, importado de quién sabe dónde, que nos refiere a las preguntas de siempre para un candidato triunfador que no es el de siempre sino inédito.

¿Qué va a hacer realmente? ¿Qué le van a permitir o a negar los poderes reales no sólo de Washington DC sino de Wall Street? ¿Cómo se las van a arreglar los activistas herederos de Occupy Wall Street devenidos militantes del movimiento encabezado y en buena parte desatado por Bernie Sanders?

Todas éstas, y muchas más, son preguntas legítimas y valiosas pero no deberían servir, como hoy lo hacen, para un quietismo que se presume estratégico y que embarga a las elites gobernantes y de la riqueza mexicana. De ellos se espera más. Mucho más, salvo que la hipótesis política central de nuestra democracia esté errada: que hay, en el Estado y la riqueza, algo así como grupos capaces de dirigir y encauzar el ánimo y la inquietud nacional. Ofrecer a la angustia y la desazón que se ha apoderado del espíritu público una razón de ser, un sentido para su historia y sus afanes de futuro.

Ni por ingenio ni por agallas sobresalen caracteres así en los territorios del dinero. Callados y mal acostumbrados a que alguien piense y actúe por ellos, salvo cuando de pagar impuestos se trata, estos estamentos no pueden estar ni ponerse a la altura del reto planteado a México por el majadero Mr. Trump. Encabezar una misión en pro de la recuperación y rehabilitación del mercado interno, por ejemplo, querría decir estar dispuestos a promover un pronto aumento del salario mínimo que lo ponga por lo menos a la par de la canasta básica de CONEVAL, e iniciar los prolegómenos de una política industrial dirigida a fomentar la integración progresiva de la industria y a encontrar acuerdos de futuro con las trasnacionales en torno a los salarios y las condiciones de trabajo en la industria exportadora. También, recuperar el espíritu de la reforma fiscal para volverla abiertamente redistributiva y dispuesta para el fomento de la infraestructura, la recuperación del Sur profundo y la creación de capacidades y condiciones para recibir a los compatriotas que Trump seguramente expulsará aunque sea simbólica pero masivamente.

Poner a la democracia de masas, republicana y justiciera por delante es lo que reclama la mayoría que da sentido a la idea de la República. De esto y más tienen que hacerse cargo quienes pretenden rehabilitar el escorado buque del Estado y luego encargarse de su mando. No hay formación política que por sí sola pueda hoy tomar el timón y la sala de máquinas. El tiempo de la alianza o la coalición nos ha llegado. Ojalá y no resulte otra trágica bufonada.