Rolando Cordera Campos
La Jornada
27/12/2015
Las metas autoimpuestas y sujetas a revisión más o menos continua y rigurosa permitieron llegar a una convención mayor y más creíble que la trazada en Río de Janeiro y, desde luego, que la muy vilipendiada acordada en Kioto y su protocolo. A partir del año que nos viene inclemente, las grandes economías políticas del mundo se aprestarán a darle viabilidad a lo que se busca convertir en un nuevo escenario para el conjunto de la tierra: el abatimiento de su calentamiento y, a la vez, la conservación racional de logros civilizatorios como los resumidos en una capacidad exponencial para generar energía, transmitirla y transformarla a distancia y para todos los usos imaginables.
La perspectiva diseñada en París encierra desafíos que encontraremos pronto, porque están en espera a la vuelta de la esquina, antes incluso de que el siglo XXI cumpla su cincuentena. Se trata, por un lado, de las implicaciones que las restricciones anunciadas tendrán para el patrón distributivo imperante, tanto en el lado desarrollado como en el que gusta verse en desarrollo. En ambos está a la vista la urgencia de cambiar de modos productivos, así como de acometer el gran reto de la mudanza energética congruente con el reclamo universal condensado en el cambio climático.
Pero, a la vez, este cambio en la estructura de hacer las cosas, en la manufactura, la provisión de agua, la agricultura o la pesca, implica largos o cortos momentos de transición en los usos de la energía que traerán consigo ineluctablemente unas reducciones significativas en los ritmos de crecimiento general de las economías y en la generación de empleos tal y como tiene lugar en prácticamente todo el mundo.
El conflicto distributivo se verá así exacerbado, por si fuese necesario, habida cuenta de las hiperconcentraciones en la riqueza y el ingreso que han marcado la época hasta el estallido de la Gran Recesión. De cualquier manera, como resultado de la acumulación de agravios que se hiciera patente con la caída económica y la imposición de la austeridad como expiación, o como expresión del cambio en el patrón productivo y el aletargamiento del crecimiento, la cuestión distributiva reclamará su lugar central en la historia, la política y la economía, para imponer un perfil agudo y conflictivo a la sociología resultante de la globalización, el imperio del liberismo extremo y la profunda sacudida de estos duros y sufridos lustros recesivos.
El sistema de creencias y reflejos imperante, a partir del cual pensamos y hacemos economía, diplomacia, política y políticas públicas y secretas, no está a la altura de estos desafíos y reclamos del subsuelo y de la calle o las cumbres de la ciencia y el arte. Peor aún, es el principal impedimento para pensar conforme a los términos planteados por las dos grandes coordenadas del siglo actual y el entrante: la amenaza del cambio climático y la furia social frente a la desigualdad que niega la democracia y mina la convivencia.
Cambiar la política nos va a exigir cambiar la mirada y alejarnos de laiglesia del economismo
, como la ha llamado el notable estudioso de laecología mundo
, Richard Norgaard. Más que del antropoceno
, como se le denomina en la época presente, Norgaard propone hablar deleconoceno
y subrayar su fuente ideológica, el economismo.
Este concepto, agrega, nos remite a la reducción de todas las relaciones sociales a la lógica del mercado…Y a la vez se trata de un sistema de fe ampliamente sostenido. “Esta religión moderna es esencial para el mantenimiento de la economía global de mercado, para justificar decisiones personales y para explicar y racionalizar el cosmos que hemos creado. Este nada crítico credo económico ha colonizado otras disciplinas incluyendo a la ecología, en la medida en que los ecologistas descansan crecientemente en la lógica economística para racionalizar la protección de los ecosistemas.
Se requiere una Gran Transición para remplazar el economismo con un sistema de creencias igualmente poderoso y difundido que abrace los valores de solidaridad, sustentabilidad y bienestar para todos
( The Church of Economism and Its Discontents, dic. 15). No es cuento de navidad, aunque debería serlo. Se trata de un relato robusto emanado de la profundidad del pensamiento crítico contemporáneo que le debo a José Sarukhán y con el que habrá que seguir más adelante.
Por lo pronto, felices fiestas y buen fin de año. Auguri