José Woldenberg
Reforma
11/02/2016
Para Carmen, Paula, Aurora y Enrique.
Además de un amigo, un compañero y un maestro, Adolfo Sánchez Rebolledo fue una presencia que hizo mejor mi vida. En los últimos 35 años, estuvo ahí, como una referencia fundamental. Creo que algunos llegamos a tener el privilegio de contar con amistades que nos importan sobremanera y en las que pensamos cada vez que hacemos algo que creemos significativo. ¿Qué dirá Fito? Fue la voz de alerta que ayudaba a aclarar dilemas. Era un juez implacable pero justo.
Lo conocí en 1980 más o menos, mientras construíamos el Movimiento de Acción Popular (MAP). Pero sabía de él desde antes. Había sido el director de la revista Punto Crítico, que varios dirigentes del 68 -después de la cárcel y/o el exilio- y profesores universitarios jóvenes, fundaron para acompañar y reflexionar sobre el «movimiento de masas» que estaba en curso, un haz de movilizaciones, huelgas, invasiones de tierras, construcción de colonias populares, que en conjunto, se pensaba, buscaban una salida alternativa a la de los gobiernos en turno. Era una forma distinta -heterodoxa- de pensar e insertarse en esa constelación de fuerzas a las que genéricamente llamamos izquierda.
En el proceso antediluviano de los primeros esfuerzos para revertir la atomización de la izquierda y fundar una organización unificada (del MAP al PSUM al PMS y al PRD), Sánchez Rebolledo fue un militante y dirigente con una voz acertada, aguda y crítica. Acertada, porque entendió y explicó el significado de cada paso, de cada tarea; aguda, porque nunca se mimetizó a la propaganda fácil que anunciaba con bombos y platillos un futuro sobre rieles aceitados; y crítica, porque desmenuzó, quizá como nadie, los pros y contras, los haberes y los déficits, lo nuevo que aparecía en el horizonte pero también lo que estábamos dejando atrás, en muchas ocasiones, de manera insensible y precipitada. Ahí está su libro La izquierda que viví. El instante y la palabra, que recoge buena parte de sus artículos, y que es -hasta donde yo alcanzo a ver- el recuento y la cavilación más filosa y sugerente de medio siglo de historia de la izquierda mexicana.
Sánchez Rebolledo nace a la política impregnado de los fenómenos que dieron tinte a una época. Hijo de refugiados españoles en México, lo marcan además -él lo escribió- las movilizaciones de solidaridad con Vietnam, el movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos, el feminismo, la experiencia China, el movimiento estudiantil en París, «el canto del cisne de la Revolución en Occidente», el triunfo y derrota de la Unidad Popular en Chile, el eurocomunismo, pero sobre todo, la Revolución Cubana. Y por supuesto, los acontecimientos mexicanos: el movimiento ferrocarrilero encabezado por Vallejo, el magisterial con Othón Salazar, los electricistas de Don Rafael Galván, las movilizaciones estudiantiles de 1968 o la emergencia de grupos guerrilleros. Sobre ello reflexionó y escribió.
Sánchez Rebolledo era una voz singular porque combinaba una serie de virtudes que no son comunes: una erudición enciclopédica junto con una fina capacidad para desmenuzar eso que llaman «la coyuntura»; una sensibilidad política a flor de piel que le permitía observar lo que para muchos pasaba desapercibido junto con una rigidez moral que invariablemente lo hacía confiable. Era, en una palabra, un político de causas que entendía, sin embargo, que los métodos para alcanzarlas nunca resultaban anodinos. Todo lo contrario: por ello ni pragmatismo amoral ni moralidad sin política. Lo primero conducía al cinismo, lo segundo a la pontificación autosatisfecha. Su militancia fue claramente intencionada: socialista y democrática.
En sus últimos años estuvo interesado en reconstruir la contribución de los mexicanos en las Brigadas Internacionales que participaron en la Guerra Civil española. Escribió por lo menos tres capítulos que en su momento aparecieron en Nexos y Configuraciones. Fue colaborador de La Jornada desde 1988 y dirigió un suplemento para La Jornada de Morelos, el Correo del Sur, donde domingo a domingo publicaba materiales sobre México y el mundo, un esfuerzo excepcional e ilustrado.
Su magisterio fue suave y directo. Su método: la conversación y la escritura. Sus convicciones: arraigadas y generosas. En una novela de Graham Greene leí algo que ahora comprendo: suele suceder que el odio hacia una persona muera con él, mientras que el cariño y el agradecimiento, en el momento de la muerte, parecen estar más vivos y continúan creciendo a pesar del silencio final.