Rolando Cordera Campos
La Jornada
06/09/2015
En 1949 un físico alojado en Princeton y llamado Albert Einstein, en un artículo publicado en el primer número de la legendaria, hoy benemérita, revista Monthly Review, se preguntaba ¿Por qué el socialismo? Y se respondía: porque sólo hay un camino para eliminar los graves males que definen la crisis de nuestro tiempo, cuya matriz identificaba con la anarquía económica propia del capitalismo, así como con la constitución de una oligarquía del capital privado frente a la cual ni siquiera una sociedad organizada democráticamente podía poner freno. Este camino, proponía Albert Einstein, es el de una economía socialista acompañada por un sistema educativo orientado a fines sociales.
Al mismo tiempo, el revolucionario sabio alemán advertía: Una economía planificada no es el socialismo. Como tal, puede ir acompañada por una esclavitud total del individuo
. De aquí el gran desafío aún no resuelto del socialismo: ¿cómo evitar que la burocracia se vuelva una fuerza todopoderosa? ¿Cómo proteger los derechos individuales para desde ahí asegurar la existencia de un contrapeso democrático al poder de las burocracias?
Es probable que aquel mundo de la anarquía capitalista haya mutado, debido precisamente a la concentración productiva global y al poderío tecnológico formidable en manos de las multinacionales. Quizá, hoy tendríamos que hablar de una desbocada Alta Finanza que controla los resortes primordiales de la asignación de los recursos, la división del trabajo y de los medios de producción y de disuasión a escala planetaria. Sabemos también de la enorme capacidad desplegada por la gran corporación para controlar mercados, manipular la opinión pública y condicionar –o determinar– las decisiones fundamentales de los estados en materia económica y social. Planeación hay, pero no control social emanado de la democracia.
Pero, a la vez, tendríamos que reconocer que este poder burocrático-financiero ha exacerbado su centralización al calor de la propia crisis actual y que, además, de cara al desorden mundial impuesto al fin de laguerra fría, se corre el riesgo de que el mundo avanzado opte por una suerte de remilitarización del mundo que articule el ejercicio de este poder burocrático-financiero. Un poder capaz, sin duda, de planear, pero en función de intereses y objetivos propios adversos al interés general y la protección de las mayorías.
En esta perspectiva, aquella oligarquía que identificó Einstein como una amenaza al orden democrático de su tiempo, tendría que ser vista como un esbozo optimista e ingenuo del actual Brave New Worlddonde la estatalización progresiva de los medios de producción, por ejemplo en modalidad público-privada tan cara a nuestros gobernantes y sus epígonos, haría posible la planeación pero no emanada ni sujeta a la deliberación y la participación de los trabajadores. De aquí la pertinencia y actualidad, históricamente legítima y coherente, del discurso de don Adolfo Sánchez Vázquez que en su momento fue indiscutiblemente atrevido y audaz.
¿Por qué el socialismo?, se preguntaba el sabio de Princeton. Porque es necesario y deseable, respondería nuestro filósofo. Pero sólo será real, realmente existente, si cumple estrictamente con la condición, en realidad la restricción, democrática. La democracia no es para después, ni puede ser sustituida por la providencia o la destreza burocrática, mucho menos por la carismática que recoge las frustraciones políticas mayoritarias. Y es aquí donde entra con legitimidad y exigencia el tema de las reformas y los tiempos. El ritmo, la gradualidad que hacen posible la combinación democracia-socialismo.
De aquella crisis de nuestro tiempo
descrita en alucinante síntesis por Einstein, pasamos a la histérica cruzada contra el hombre y la democracia sociales, desatada por el desplome del régimen de larevolución contra el capital
de que hablaba Gramsci al referirse a la Revolución de Octubre. Hoy se insiste en sustituir todo esto con una avasalladora revolución contra la sociedad y sus estados de bienestar, montada por los ricos en aras de la libertad y la globalidad, pero contra la igualdad y la fraternidad.
Tiempos nublados cuando no sombríos. Tiempos de democracia difícil. “¿Vale la pena hoy el objetivo, la meta, el ideal o la utopía del socialismo –se preguntaba y preguntaba don Adolfo en los primeros años del nuevo siglo– a quienes no conocieron ni vivieron esa experiencia de lucha, a las generaciones que siguen sufriendo los males del capitalismo, exacerbados en su fase neoliberal? ¿Ha valido la pena la alternativa social a la que se asocia –con razón o sin ella– el fracaso de la experiencia histórica que tantos sacrificios y sufrimientos costó?”2
Y (se) contestaba: “No ha valido la pena la experiencia histórica del ‘socialismo real’ porque, en definitiva, en ella no se han dado los valores socialistas. Pero, puesto que la historia no está predestinada (…) la perspectiva de un socialismo necesario deseable y posible, aunque incierta y no inmediata, sigue abierta para la izquierda que siempre ha luchado por la igualdad y la justicia (…) ha de abrirse desde el presente en la medida en que se lucha por la democracia efectiva, por ampliar las libertades reales y conquistar espacios de igualdad y justicia social (…) Sin renunciar a la reivindicación de sus sacrificios y logros del pasado, la izquierda debe asumir este pasado críticamente, sacando de él las lecciones que sean necesarias”.3
Optimismo en el corazón, aparejado a la razón cautelosa y celosa del rigor y del recuento puntual de la historia. “Ciertamente, los errores teóricos se pagan prácticamente y, a veces, con un enorme costo humano, y de ahí la importancia del conocimiento para la acción. Si el marxismo fue certero al descubrir que el capitalismo, por su propia naturaleza, tiende a la expansión constante, fue un grave error considerar que ya en el siglo pasado había alcanzado un límite infranqueable (Marx), o que ya en los albores de este siglo era una capitalismo ‘agonizante’ (Lenin).”4
Por ello el filósofo insistiría en que hoy es, todavía más necesario que ayer, cultivar una dosis mayor de escepticismo frente a todo dogmatismo y, sobre todo, una dosis constante de crítica de todo lo existente, de la injusticia y la justicia simulada; de la mala educación y de sus gesticuladores; pero también de los justos tan dados a la autosatisfacción complaciente y la celebración del privilegio entendido como reconocimiento.
No sobra, más bien falta repetirlo: “El socialismo entendido en sus justos términos hasta ahora no existe (…) lo que se llama ‘socialismo real’ tiene algo de realidad, pero poco de socialismo. Hay que reconocer que el socialismo sigue siendo una aspiración”.5
1 Esta es la última parte del texto presentado en el coloquio internacional Adolfo Sánchez Vázquez a cien años de su nacimiento, en la Facultad de Filosofía y Letras, Ciudad Universitaria, 7 de agosto de 2015.
2 Adolfo Sánchez Vázquez, ¿Vale la pena el socialismo?
, p. 1, en < file:///Users/admin/Desktop/vale-la-pena-el-socialismo.pdf>
3 Adolfo Sánchez Vázquez, Vale la pena el socialismo
, pp.1 y 13 en file:///Users/admin/Desktop/vale-la-pena-el-socialismo.pdf
4 Adolfo Sánchez Vázquez, Vale la pena el socialismo
, p. 11.
5 Entrevista de Hugo Vargas enAdolfo Sánchez Vázquez: los trabajos y los días (semblanzas y entrevistas),México, UNAM, 1995.