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Adrián Acosta Silva

Sociólogo por la Universidad de Guadalajara, Maestro en Ciencias Sociales con especialización en Políticas Públicas, y Doctor en Investigación en Ciencias Sociales con especialización en Ciencia Política por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), sede académica de México. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores, nivel 2. Desde 1984 es profesor-investigador de tiempo completo en la Universidad de Guadalajara. Es miembro del Consejo Editorial de la revista Nexos, así como de la Revista de la Educación Superior de la ANUIES.

Es autor de 5 libros, coordinador y coautor de otros 6, y participante como autor de capítulos de libros colectivos en 17 obras. Algunos de sus libros son Estado, políticas y universidades en un período de transición (FCE/U. de G., 2000), es coordinador y coautor de los libros Democracia, desarrollo y políticas públicas (CUCEA-U. de G., 2004), y Poder, gobernabilidad y cambio institucional en las universidades públicas en México, 1990-2000 (2 vols., U. de G., 2006). Fue consultor del Instituto para la Educación Superior de América Latina y el Caribe (IESALC) de la UNESCO, organismo para el que preparó, en julio de 2005, el reporte “La educación superior privada en México” (www.iesalc.unesco.org.ve). Acaba de publicar su libro Príncipes, burócratas y gerentes. El gobierno de las universidades públicas en México (ANUIES, México, 2009), por el cual obtuvo el Premio Andrés Bello 2009, organizado por la Unión de Universidades de América Latina (UDUAL), para premiar a la mejor investigación en educación superior realizada en América Latina y El Caribe durante el período 2008-2009. Actualmente, es Jefe del Departamento de Políticas Públicas del CUCEA-U. de G.

Los años del plomo

Adrián Acosta Silva
Estación de paso. Señales de humo
‘Radio U. de G.’ 09/12/2010

A la memoria de Rafael, Fallo, Cordera

La imagen de la violencia -junto con el mal humor nacional- domina el clima público mexicano de los últimos años. Desde el gobierno y desde los medios se nutre cotidianamente la idea de que de que estamos atrapados en una guerra entre el Estado y las bandas de narcotraficantes, que implica, de manera inevitable, daños colaterales y nuevas disputas territoriales entre los narcos que terminan, a veces, por matar a inocentes. Los pleitos entre el Chapo y el Barbas, entre la Tuta y La Puerca, entre la Barbie y el Popeye contra el Pozolero o contra el Farmero, se colocan como las evidencias para justificar la acción del gobierno federal y explicar los más de 30 mil muertos acumulados en lo que va del sexenio calderonista.

Estas imágenes van acompañadas de un lenguaje público lleno de palabras que han sido vaciadas de significado preciso, en donde hechos y juicios se confunden: ahora, cualquier homicidio aparece como ejecución; un asesinato aparece como venganza; la guerra de las drogas es un pleito entre el cártel del Golfo contra el cártel de El Chapo; de La Familia michoacana contra los Zetas tamaulipecos, y de estos contra los Beltrán Leyva o los Carrillo Fuentes; en Ciudad Juárez, Los Aztecas se baten en duelo contra los de la Línea, mientras que Los Pelones se enfrentan a muerte a los Artistas Asesinos. Se trata de una narrativa edificada sobre el argumento de que la sangre y las muertes son el precio inevitable a pagar en el combate por restablecer el orden perdido o corrompido por años de negligencia por parte de gobiernos anteriores. Más aún: se asegura que lo operativos del ejército donde han muerto más de 500 individuos con balas federales, son actos legítimos de respuesta a los ataques que hacen criminales a los soldados. “La violencia es por los violentos” ha reafirmado hace uno días el propio Presidente Calderón.

Este discurso, insisto, se ha colocado en el centro del espectáculo de la violencia de los últimos años. Sin embargo, el recuento de los daños, el número de muertes violentas por regiones y municipios, la tasa de homicidios en ciertas ciudades y territorios, parecen indicar otra cosa. Una hipótesis inquietante ha sido lanzada recientemente por Fernando Escalante, investigador del Colegio de México: la intervención del ejército en la guerra contra el narco ha provocado que se dispare dramáticamente el índice de homicidios en los últimos tres años. Con cifras y registros puntuales, extraídos de los boletines de prensa del Ejército Mexicano, de la lectura de los diarios nacionales, y de registros de ministerios públicos, Escalante ha estado documentando pacientemente la lógica depredadora de la intervención militar y sus efectos en la desestructuración del orden social de ciudades y regiones enteras del país. Su proyecto se titula: “Violencia, criminalidad y estrategia gubernamental: un diagnóstico alternativo”, y algunos de sus hallazgos fueron presentados hace un par de semanas en el Museo Trotsky de la Ciudad de México, invitado por el Instituto de Estudios para la Transición Democrática.

El supuesto general de su estudio es que una intrincada red de relaciones entre actores del mercado de prácticas ilegales o semi-legales permitió contener y disminuir la violencia desde 1990 y hasta el 2007. Fue un proceso largo tendiente a civilizar los intercambios del mercado de la ilegalidad, que permitió organizar la tolerancia en torno a fenómenos como el narcomenudeo, la venta de mercancías piratas, la instalación del comercio informal. Esta forma de ordenamiento colocó a las policías municipales en una posición estratégica de intermediación entre los actores, estableciendo límites a la violencia, tolerando prácticas corruptas pero altamente efectivas para contener los impulsos homicidas. El bien mayor de todo ello era claro: evitar que las disputas se resolvieran con la muerte. Eso explica que en términos generales, la tasa de homicidios hubiera mostrado una clara tendencia hacia la baja hasta el año 2007.

Sin embargo, desde 2008 la tasa se dispara. ¿Qué lo explica? Para Escalante la causa es la intervención del ejército. Esa intervención rompió las reglas del viejo orden sin ofrecer nada a cambio. Las policías locales conocen casas, grupos y líderes locales, información que no tiene el ejército. Eso despertó a la bestia. Los datos de su estudio son perturbadores: buena parte de los homicidios (cerca de un tercio) de 2008 al 2010 se concentran en 4 ciudades: Juárez, Tijuana, Culiacán, Mazatlán, es decir, lugares donde hay operativos militares, se despidieron a los policías municipales y se ensayan desde hace tiempo los esquemas de “mando único”. Las masacres se han multiplicado frente a las narices de soldados y generales, y no es claro que sean eventos provocados por las disputas por el territorio entre El Nextel y El Toñón, o entre el 67 y Tony Tormenta. Pero peor aún: regiones que difícilmente pueden ser lugar de disputas entre cárteles de la droga, como en el sur de Veracruz o la tierra caliente michoacana, se han convertido en lugares donde los homicidios se han elevado a índices históricos.

Escalante ensaya una interpretación general: los operativos militares han provocado la ruptura de los dispositivos del orden social en los territorios locales, y la multiplicación de la acción directa, el homicidio, rebasa la lógica de los pleitos entre pandilleros y narcotraficantes contra el Ejército. Más bien, la ignorancia y el deprecio hacia los órdenes locales ha provocado el retorno de una violencia que se creía erradicada desde los años treinta del siglo pasado. Si ello es correcto, las postales del presente de la violencia mexicana son señales intimidantes de que estamos de regreso al futuro.

Némesis

Adrián Acosta Silva
Estación de paso. Señales de humo
‘Radio U. de G.’, 14/10/2010

Némesis es la diosa griega de la venganza. Pero de manera coloquial, la palabra se utiliza para subrayar lo opuesto al comportamiento de un personaje y sus acciones, sus proyectos o sus ideas, como algo parecido al adversario o al enemigo. Y Némesis se titula justamente el libro más reciente de Philip Roth, el gran novelista norteamericano, a punto de salir de los hornos editoriales en los Estados Unidos. A sus 77 años, el autor de Pastoral Americana, Patrimonio o La humillación, lanza su libro número 31, justo cuando la tristeza, la soledad y la vejez le abrazan de manera inexorable, según suele afirmar el mismo desde hace tiempo.

En una entrevista concedida al reportero John Barber, y publicada en varios medios el pasado fin de semana (yo me baso en la que apareció en el diario de Vancouver The Globe and Mail el sábado pasado, 9/10/10), el gran escritor de origen judío nacido en Newark en 1933, ofrece un muestrario puntual de sus opiniones en torno a varios temas públicos y privados, literarios y extraliterarios, que dan cuenta de la mirada serena que ofrece uno de los mejores escritores norteamericanos de los últimos 50 años. En un tiempo de confusiones masivas, de fotografías alteradas y realidades trucadas, las palabras de Roth colocan en perspectiva un puñado de temas que cruzan el territorio de la realidad y la literatura americana para cruzar por varios campos de las preocupaciones vitales de distintas sociedades. A continuación, algunas de las frases entresacadas al azar de la entrevista citada, traducidas libremente por este opinador.

Sobre Portnoy´s Complaint (El Lamento de Portnoy), -una de sus primeras obras, de los años sesenta-, y sobre la fama, entonces y ahora:

“Todos criticaron mucho este libro. Si tu lo escribes como yo lo hice, es un libro sexualmente indiscreto, de un efecto distinto a cuando escribí Pastoral Americana. Yo no fui celebrado por Pastoral Americana, más bien fui notorio por aquel libro sucio, y ello significa un diferente tipo de atención”.

Sobre los recuerdos del fascismo:

“Yo no sé bien si nos hayan hablado así de niños, pero nazismo, fascismo era de lo que se hablaba en todas nuestras casas en los años treinta. Recuerdo a mi padre escuchar al Padre Coughlin, quien era un sacerdote fascista, antisemita de Detroit, y nunca vi a mi padre enojado cuando era niño.”

Sobre Dios: “Dios es una explicación banal para los misterios morales”

Sobre la polio, que es el fantasma central de su nueva novela: “Hablo de un caso en nuestro vecindario, o dos. Entonces el miedo era palpable. Y aprendimos que nada se podía hacer contra esta cosa. Era una educación silenciosa para niños pequeños. Podría dejarte lisiado. Era un silencio terrorífico”

Sobre la soledad:

“Me fui de esa tierra (Newark) con la certeza de no volver nunca. Pero regresé. Mis amigos están muertos. Ahora es difícil vivir ahí. Hay demasiada soledad en todo eso”.

Sobre si es posible o no escribir la Gran Novela Americana:

“No. Los grandes héroes viriles lo son a pesar de ellos. Tengo un gran respeto por Hemingway, pienso que es un gran escritor, pero él comenzó la competencia. Entonces Mailer se fue por ahí. Los tipos que fueron a la guerra escogieron eso en especial”.

Sobre la destrucción:

“Los hombres –todos los hombres- son atrapados por cataclismos y destruidos. Cada uno de ellos son destruidos”

Sobre los narradores:

“Existe un tipo de inteligencia entre los lectores y los acontecimientos que puedes colocar en una perspectiva moral. Mi “Marlow” (el narrador principal de Némesis), es como era Conrad Marlow, un personaje que se desvanece en el curso del relato. A veces ellos regresan y a veces no. Pero siempre están en la escena, tanto que no tienes que buscar una explicación y una exposición. Eso es bueno, esos caracteres. Es divertido tenerlos”.

Sobre el Premio Nobel 2010 de la literatura (antes de saber que se lo otorgaron a Mario Vargas Llosa):

“No me importa…He ganado suficientes premios, aunque podría tener una “duda feliz” si lo ganara”. ¿Pero luego qué? “Ir a Suecia, preparar un discurso, regresar a casa y de nuevo al trabajo”.

Yo agregaría una cita más, extraída de la carta nunca leída a sus amigos del narrador de Pastoral Americana, que ilumina bien la escritura brillante y contenida de Roth, relativa a la importancia de los detalles: “El detalle, la inmensidad del detalle, la fuerza del detalle, el peso del detalle, la riqueza inacabable de los detalles que les rodeaban en su joven vida, como los dos metros de tierra que se amontonarán sobre sus tumbas cuando estén muertos”.