Ricardo Becerra
La Crónica
22/07/2018
Mientras el fideicomiso de ayuda a los damnificados edificado por Morena se convierte en el absoluto trending topic de redes y de prensa (y del que nos ocuparemos la siguiente semana), ocurren otras cosas vitales en otros frentes, en aque se definirá la viabilidad estructural del país.
El viernes informó La Crónica: la Secretaría de Comunicaciones y Transportes entregó ya la información sobre la construcción del proyecto y los avances del Nuevo Aeropuerto Internacional al ingeniero Javier Jiménez Espriú, propuesto por López Obrador como nuevo secretario del ramo.
En mi opinión, el debate (al menos el público) sigue yéndose por las ramas: que si se someterá a consulta (organizada por el INE, ni más ni menos), que se está considerando una tercia de alternativas para nuestro futuro aeroportuario (continuar con el actual proyecto; concesionarlo a un privado o de plano frenar la construcción de la obra y que el Benito Juárez siga operando con fecha indefinida, al tiempo que se rehabilita la base militar de Santa Lucía como aeropuerto complementario, más un segundo piso de 40 kilómetros que los vincule). También se revisan cuestiones geológicas, medioambientales, sociales, financieras, etcétera.
Todo eso está muy bien, pero creo que no responden a los dos meollos del problema: el primero es la saturación y obsolescencia del actual (y los riesgos que representa para millones de chilangos el aterrizaje de un aparato colosal cada 58 segundos), y el segundo es si el mastodóntico proyecto de Foster en realidad se compadece con la realidad.
Hace algunos domingos hablamos del primer asunto, ahora abundaré sobre el segundo, más precisamente sobre el tamaño físico, estructural y financiero del NAIM, que ha sobredimensionado la demanda futura, lo mismo de pasajeros que de carga de mercancías.
Según los escasos documentos públicos en este punto clave, el gobierno federal estima un crecimiento a 120 millones de pasajeros en el Nuevo Aeropuerto para finales del año 2024.
Tomemos nota de esa proyección: en el año 2017, las autoridades aeroportuarias reportaron que 44 millones 732 mil pasajeros hicieron uso del Aeropuerto Benito Juárez. Esto es, el cálculo federal es el de un crecimiento de 75 millones 268 mil pasajeros ¡en siete años! un incremento neto de 170 por ciento, lo que a su vez representa una tasa de crecimiento anual del 20 por ciento, sostenida y constante cada año.
Para mí se trata de un cálculo claramente exagerado, pues el pasado 2017, la tasa de crecimiento de pasajeros fue de 7.2 por ciento con respecto a 2016, una de las más altas del siglo. Esto quiere decir que la estimación del gobierno federal para argumentar el tamaño y el gasto en el NAIM casi triplica la tasa real con la que ha venido creciendo el flujo de pasajeros y de carga en el actual aeropuerto. Ni por la historia real de la aeronáutica nacional ni, mucho menos, por el crecimiento económico verificable en estos años (2.3 por ciento) se puede sostener la realización de un jalón en una obra del tamaño del NAIM.
Puede decirse de otro modo: en el último tercio de siglo, sólo China ha ejecutado aeropuertos de esas proporciones, arquitectónica y financieramente hablando, y esto se explica fácilmente: por el tamaño de su población y por el impresionante dinamismo de su economía desde hace cuatro décadas. Todos los demás grandes aeropuertos del mundo (como el Charles de Gaulle en Francia o el de Atlanta, en los Estado Unidos) se han construido por fases, de manera modular, porque han hecho los cálculos de demanda correcta, razonable y demostrable. De allí que las inversiones y las construcciones de pistas y estructuras (si bien coherentes con el proyecto original, que prevé su propio escalamiento) hayan ocurrido por fases a lo largo de décadas, en las cuales la construcción y las erogaciones públicas (y privadas) también han sido más pausadas, en consonancia con la demanda real.
A mi modo de ver, éste es el debate central: la proyección del flujo real de pasajeros y de mercancía para los siguientes veinte años en el NAIM. Pero ese dato no ha merecido la centralidad que tiene ni en los diálogos políticos ni en la opinión pública.
Por eso digo que el Presidente electo atina y se equivoca al mismo tiempo: yerra al pensar que el aeropuerto actual debe seguir funcionando, pero tiene razón al señalar que el NAIM es una obra desmesurada.
Pero sucede que esa desmesura se demostrará o no, con base en los estudios de la demanda —de pasajeros y de carga— en los siguientes 20 años. He ahí un clavo para encontrar la decisión que mas conviene al desarrollo mexicano (si es que algún día, lo tendremos).