Ricardo Becerra
La Crónica
23/08/2015
Está de moda acudir a los adjetivos “complejo” y “difícil” para decir que las cosas van a ponerse bastante peor. El presidente Peña, por ejemplo, en plena comida con gobernadores en funciones y electos les anticipó que “…habrá sorpresas y un impacto importante en el presupuesto que presentará el próximo 8 de septiembre.” No sólo eso: les pidió estar preparados porque la situación que le depara al país es –claro- “compleja y difícil”.
Lo mismo hizo el Jefe de la Oficina de la Presidencia, esta vez, en reunión con los nuevos diputados del PRI: la reducción del gasto formará parte del contexto nacional “complicado”, “vamos a tener un presupuesto mucho más acotado de lo que quisiéramos”, y vislumbró también un proceso de negociación “complejo”.
Es decir: no sólo hemos visto caer por undécima vez la previsión del crecimiento económico a niveles del dos por ciento; no sólo han caído los precios del petróleo a más de la mitad; no sólo se han agregado dos millones de pobres en los últimos dos años sino que además, vamos a reducir el gasto público en un país repleto de necesidades y carencias.
Situación compleja, sí, como también la respuesta estatal a esa complejidad: llena de complejos.
Comenzando por la culposa declaratoria del Secretario de Hacienda, formulada precipitadamente hace un año, bajo el fuego cruzado del enojo empresarial: “No habrá más reformas tributarias ni más impuestos”, dijo para apaciguar al respetable. Pero como el petróleo sigue cayendo, lo único que queda por obra y declaración de Videgaray es “reducir el gasto”.
Ya lo vivió el México de los años ochenta –también complejo-; lo vivió al salir de la crisis de mediados de los noventa y así lo han vivido países como Grecia o Italia, más recientemente. La situación es difícil –quien lo duda- pero la respuesta vía la contención del gasto agrega dificultades a la dificultad. Y todo por interiorizar complejos aprendidos en escuelas de Chicago a los cuales se les toma como “responsabilidad”.
Pero ¿es responsable enanizar el presupuesto y convertirlo en un instrumento co-causal del menor crecimiento? ¿Es responsable reducir la oferta y los servicios del Estado en un territorio al que cada año agrega un millón de mexicanos? ¿Es responsable, en fin, resignarse al estancamiento luego de 30 años sumidos en él?
Todo lo contrario: lo responsable es elaborar alternativas, quitarse los complejos ideológicos y asomarse a la discusión del mundo. Quizás así seamos capaces de entrever algo más que complejidades.
Por ejemplo: ninguna obra importante de infraestructura física (hospitales, escuelas, presas, caminos, aeropuertos, etcétera) deben suspenderse con el pretexto del presupuesto “base cero”. Se trata de salvaguardar las bases del crecimiento actual y futuro.
Si actuáramos con menos taras, habría que contratar deuda precisamente en este momento de tasas de interés tan bajas. La condición es etiquetar escrupulosamente el gasto en inversión, bajo esquemas de transparencia más estrictos.
Y por qué no hacer un padrón nacional único para los beneficiarios del gasto social, evitar duplicidades y abusos, fortaleciendo la estructura de seguridad económica mediante el seguro universal de desempleo, prometido por cierto, en el Pacto por México (a cambio de aquella polémica reforma fiscal).
Reducir el gasto no es una fatalidad enviada por algún Dios económico. Hay que escapar del escenario “complejo y difícil”, haciendo lo que los manuales de buena economía enseñan: no apagar o enanizar –nunca- todos los motores de la economía al mismo tiempo “para retomar el equilibrio”.
En México estamos a punto de hacerlo: al menor crecimiento, a la menor producción petrolera, agregamos menor gasto público. Profundizar lo que se quiere combatir: echar dificultad (y sufrimiento) a la complejidad.