Ricardo Becerra
La Crónica
12/08/2018
Ya está. Tenemos Presidente Electo. Andrés Manuel López Obrador posee su constancia de mayoría con la cual se convierte en jurídicamente inexpugnable. Ese hecho —de suyo histórico— marca un hito democrático en México: de cuatro elecciones presidenciales (después de consumada LA transición), en tres ocurrió la alternancia en el poder presidencial (en 2000, de PRI a PAN; 2012 de PAN a PRI y en 2018, de PRI a Morena) ¿Les parece poco?
Pero este cambio viene acompañado de ingredientes adicionales muy importantes y recientemente revelados, como el espectacular repunte de la confianza y la esperanza de los consumidores mexicanos (ésos que mueven la economía). Vean este dato: la confianza del consumidor se disparó en julio como nunca. Todos suben, pero de los cinco componentes del indicador hay uno que ascendió con propulsión a chorro: la percepción futura de la situación económica del país.
La pregunta del INEGI es: ¿qué espera de la situación económica del país dentro de 12 meses? 53.1 por ciento asegura que mejorará, lo que convierte a México —de súbito— en un país poblado por seres optimistas, compatriotas colocados en máximos históricos similares a los que vimos en 2001.
Pero el demonio de Stevenson no está encerrado en una botella. Mientras los mexicanos brincamos de emoción, ocurre que el mismo INEGI, nos advierte: el Producto Interno Bruto de México decreció en -0.1 por ciento durante abril, mayo y junio de este año, cosa que no ocurría desde hace 11 trimestres. Y la economía vital de la industria automotriz, empieza a descender.
Algo más: hay una tendencia a la desaceleración de la actividad de nuestro pobre mercado interno, uno de los indicadores más relevantes del comercio y servicios en el crecimiento del PIB. Durante el primer semestre de 2017 su crecimiento fue de 4 por ciento, pero ya en el primer trimestre de este año se redujo a 2.6 por ciento.
Observación: las expectativas, fuertemente, suben; la economía, ciertamente, baja. Esta disociación entre hechos y ganas puede ser el veneno más potente contra el vuelo de la “cuarta transformación”. Como lo muestran los ejemplos latinoamericanos y de otras partes del mundo, los electores tienden a probar entre las opciones disponibles, civilizadamente. Y en 2018 probaron por los que habían peleado sin éxito durante 20 años de cambio democrático. Les dieron su voto y gobernarán al país, pero no en un matraz de laboratorio. Los morenistas administrarán una nación con un montón de problemas gigantescos, irresueltos, para los cuales no tienen medicinas claras y mucho menos inmediatas que adoptar (¿la corrupción? ¿la violencia? ¿la inseguridad? ¿el desafío discriminatorio de Trump?). Todo, con una línea de tiempo larga, cuidadosa, necesariamente lenta, que exigirá un equilibrio casi mágico entre exigencia de resultados y los resultados mismos.
Pues bien, tengo una buena noticia para la coalición triunfadora: en la gran factura social de pobreza y desigualdad, sí pueden comenzar a ofrecer frutos en un tiempo relativamente corto.
¿Con que medida? El aumento del salario.
Si la política del Presidente Electo no sólo es una política de “administración de expectativas” sino de hechos demostrables, una nueva ruta salarial es una cuerda segura, responsable y consistente para atar expectativas con realidades.
Para el presidente López Obrador, fuera de su popularidad, el escenario es inhóspito: amenazas del norte, decrecimiento económico (no desaceleración, peor, estamos creciendo menos), problemas de gasto público (hasta no aclarar contratos, proyectos, decisiones del pasado) y despejar “dudas” a los mercados financieros; después de esos acertijos queda el elemento olvidado por la izquierda: el salario, pero curiosa y constitucionalmente, lo tiene en la yema de los dedos.
Si el Presidente López Obrador se decide por una prudente pero genuina política de recuperación salarial, como primer acto de gobierno, las expectativas ya no serán meros esteroides anímicos sino un hecho de la vida cotidiana de millones.
Lo que quiero decir es que si el nuevo gobierno quiere tender un puente entre las altísimas expectativas y la realidad social y económica, ese puente, debe estar construido de mejores salarios. Una clave para que tienda una plataforma auténtica entre el antiguo régimen (político y económico) y uno de veras nuevo, digno de una “cuarta transformación”: la de la igualdad material.