Raúl Trejo Delarbre
La Crónica
24/02/2020
Ni siquiera muchos de sus seguidores más incondicionales comprenden el desdén del presidente López Obrador a la causa de las mujeres. Difícilmente hay una exigencia más urgente que el rechazo a la violencia contra ellas. La barbarie criminal en varios recientes y dolorosos casos ha detonado un clamor generalizado a favor de la protección a las mujeres y el castigo a quienes cometen acosos e incluso feminicidios. Sin embargo el presidente de la República descalifica las iniciativas para hacer patentes la presencia y los reclamos de las mujeres en nuestro país.
Esa actitud es incomprensible para quienes consideran que el presidente tiene alguna sensibilidad social o cierta inteligencia política. En estos días se han ensayado algunos intentos de explicación al desprecio del licenciado Andrés Manuel López Obrador por la causa de las mujeres. Se ha dicho, entre otras cosas, que el presidente:
— Desconfía de cualquier movimiento que no sea acaudillado por él mismo.
— Considera que la prioridad debe ser el combate a la corrupción y la pobreza y que cualquier otro asunto debilita la atención a esos temas.
— No entiende las demandas feministas y, desde su ignorancia, las menosprecia y combate.
— Cree que los grupos de mujeres son organizados por “la derecha” para debilitar al gobierno.
Esta última es la explicación que ha ofrecido el mismo López Obrador. “Los conservadores” —que ha convertido en una categoría equívoca y dúctil con la que etiqueta a todos los que discrepan con su gobierno—, según él, han maquinado las protestas de los días 8 y 9 de marzo. “Son ellos los que considero, están impulsando este movimiento, el conservadurismo, y están en contra de nosotros” afirma con toda ligereza.
Con esa actitud el presidente López Obrador refrenda la apreciación intolerante que orienta a su gobierno. No admite más expresiones sociales que aquellas que lo respaldan. De esa manera se asume como gobernante de un segmento de la sociedad y no, de acuerdo con su deber constitucional, como presidente de todos los mexicanos.
En vez de ubicarse por encima de diferendos en los que no tiene por qué inmiscuirse, el presidente se mete en todos los temas. No admite que haya un asunto público y a la vez relevante que escape a su influencia. En otros tiempos el presidencialismo era omnipresente gracias a la debilidad, a la indolencia y al temor de la sociedad. Ahora muy a pesar de López Obrador, que está hecho a costumbres que van siendo desplazadas por una nueva realidad, el vigor y las inquietudes de la sociedad marcan los límites de aquel presidencialismo autoritario. La descalificación de la lucha de las mujeres constituye el error más grave entre los muchos que ha cometido.
Desde la arcaica concepción que tiene del poder presidencial, López Obrador considera que toda iniciativa ciudadana está en contra del gobierno. Desde luego el reclamo contra la violencia que golpea a las mujeres involucra omisiones y abusos del poder político pero no se queda allí. La iniciativa para el día sin mujeres tiende a conmover antiguas rémoras culturales e ideológicas, entre otras. De allí el enorme error del presidente cuando cree que la causa de las mujeres amenaza a su gobierno y, peor aún, que es conservadora. Es claro que los feminicidios no surgieron durante la actual administración. Y la defensa de las mujeres constituye una de las exigencias más avanzadas que puedan expresarse en la sociedad contemporánea.
Lo que sí es conservador es la desacreditación, no importa si por ignorancia, rivalidad o convicción, de la lucha de las mujeres. El rechazo de López Obrador a las exigencias feministas en nada se distingue de las posturas que en esos temas tienen gobernantes de derechas como Jair Bolsonaro y Donald Trump.
Si el presidente López Obrador y sus seguidores tuvieran una agenda progresista en ese tema, ahora mismo podrían tomar varias decisiones para defender los derechos de las mujeres. Por ejemplo asegurar que haya guarderías y estancias infantiles suficientes, modificar protocolos para atender a las mujeres víctimas de violencia y garantizar el derecho al aborto. Sin embargo en el año reciente fueron cancelados programas federales de apoyo a mujeres trabajadoras y, en varios estados, los diputados de Morena han rechazado la despenalización del aborto. Es en su propio partido, y para no ir muy lejos en sus propias oficinas, en donde el presidente López Obrador puede encontrar a la derecha conservadora.
La descalificación irreflexiva del movimiento de las mujeres hace patente, además, la paradójica inseguridad política que experimenta el presidente. Hace menos de dos años recibió 30 millones de votos y ahora mismo hay encuestas que registran la adhesión que mantiene entre al menos la mitad de los mexicanos. Sin embargo cree que la manifestación y el paro nacionales que promueven grupos de mujeres quieren desestabilizar a su gobierno. En una alusión desmedida, ha dicho: “no olviden lo que hicieron con las cacerolas en Chile para preparar el golpe de Estado en contra de Salvador Allende”. Pero no hay comparación posible entre la situación en Chile hace casi medio siglo y el actual escenario mexicano. Equipararse con el presidente Allende es signo de megalomanía y hablar de golpe de Estado manifiesta una inquietante paranoia del presidente López Obrador.
Es una lástima que se haya colocado en contra de una iniciativa que amerita el respaldo de todas las fuerzas políticas, las instituciones y la sociedad. A la propuesta #UnDíaSinMujeres se han adherido universidades públicas y privadas, medios de comunicación y comunicadoras, empresas y empleados de numerosos ramos, partidos y legisladores, incluso integrantes del gabinete presidencial.
Se trata de una propuesta útil para, entre otros temas, evidenciar con sus haberes y deberes el papel social de las mujeres, las inequidades laborales que padecen, las desigualdades dentro de las familias y, desde luego, la violencia de género. Los asesinatos de la joven Ingrid Escamilla y de la pequeñita Fátima han sido casos emblemáticos, pero por desdicha no los únicos, que desencadenaron la indignación de decenas de millones de mexicanos.
A cualquier gobierno en una situación así le interesaría que hubiera cauces para que la sociedad manifestara su enojo y, por supuesto, para evitar que se reproduzca la violencia criminal contra las mujeres. El gobierno mexicano, en cambio, en esas expresiones sólo atina a encontrar desafíos a su autoridad y conspiraciones en su contra. El presidente López Obrador no ha tenido una sola palabra de condolencia para los familiares, y para la sociedad toda, que son deudos de la joven y la niña asesinadas.
Esa ausencia de sensibilidad va acompañada por un lamentable desprecio a la capacidad de las mujeres para pelear por sus derechos. Cuando asegura que al movimiento del 8 y el 9 de marzo lo impulsa una fantasmal “derecha”, el presidente López Obrador agravia a millares de mexicanas que en todo el país, más allá de partidos y banderías políticas, están cohesionadas por la rabia, el miedo y la solidaridad y organizan marchas y se preparan para hacer evidente el día sin mujeres.
A causa de la desconfianza a toda expresión que sale de su control, el presidente de la República propicia que lo que debería ser un movimiento nacional, capaz de unificar a todos, se haya convertido en tema de discordia. Qué patético es el esfuerzo de sus seguidores más ofuscados para avalar el boicot a las acciones feministas. Qué pena. Y qué significativo resulta, con todo y su incomprensión, el rechazo del gobierno a las marchas y al paro que habrá dentro de dos semanas. Con esa desmañada intolerancia el presidente López Obrador confirma su talante conservador, a contracorriente de los derechos de las personas. Por si alguien tenía dudas, todavía.