Raúl Trejo Delarbre
La Crónica
27/01/2020
Sólo tiene tiempo para escuchar aclamaciones y beneplácitos. El Presidente de la República destina varias horas diarias a perorar, la mayor parte de las ocasiones sin hacer anuncios ni ofrecer explicaciones que no se hubieran conocido antes, pero no dispone de unos minutos para recibir a los familiares de las víctimas de la violencia. El calendario y el reloj no alcanzan cuando se trata de encuentros que le incomodan. Para el licenciado López Obrador la pluralidad es como la erisipela y la rehuye con una mezcla de soberbia e intolerancia, pero también de rechazo y temor a los puntos de vista que no son idénticos a los suyos. Ahora esa conducta se contagia y exacerba entre sus partidarios más exaltados.
Nadie, en sus cabales, puede regatearle pertinencia y legitimidad a la Marcha por la Paz que ayer domingo llegó al Zócalo. La integran familiares de mexicanos que han sido asesinados, o desaparecidos, en Guerrero, Tamaulipas, Morelos, Chihuahua, Sonora, Sinaloa, el Estado de México, Veracruz, entre otros sitios de nuestra acongojada geografía. Quizá se puede discrepar con los diagnósticos y algunas exigencias de esos ciudadanos pero el dolor que traen a cuestas y la indignación trasladada a la movilización, ameritan el mayor respeto.
La Marcha y sus dirigentes fueron recibidos en el Zócalo por una caterva de fanáticos que los insultaron y hostigaron. La intolerancia del presidente López Obrador ha propiciado reacciones como esa, organizada por partidarios suyos que replican su menosprecio a la diversidad y al diálogo. Ya se había anunciado que los marchistas encontrarían cerradas las puertas de la oficina presidencial. “No tengo tiempo” para recibirlos, anticipó el Presidente. Los atendería el Gabinete de Seguridad “para no hacer un show, un espectáculo”. Además tropezaron con docenas de insolentes.
Ese sí que fue un espectáculo, deplorable pero significativo. Nunca, en las últimas décadas, una manifestación de ciudadanos que tienen discrepancias con la política oficial había sido agraviada por partidarios del gobierno como sucedió ayer domingo en el Zócalo. El Presidente y el coro de alabanzas que le gusta tener en torno suyo han creado el clima de encono que ahora se expresa de diversas maneras.
Las únicas exposiciones públicas a las que está dispuesto el Presidente son con incondicionales. Los vítores fanatizados o forzados, las audiencias dispuestas al aplauso enardecido pero jamás a la discrepancia, son las interlocuciones que admite. A esas preferencias López Obrador las alimenta una concepción autoritaria y conservadora del ejercicio del poder. “No quiero que se le vaya a faltar el respeto a la investidura presidencial”, dijo al explicar por qué no tendría tiempo para la Marcha por la Paz. Muchos de quienes integran esa movilización fueron simpatizantes suyos. Ahora los coloca en un bando distinto porque tuvieron la osadía de pedir soluciones y han demostrado que la política del gobierno contra la delincuencia es incorrecta.
No basta, jamás ha bastado, proponer abrazos ante los balazos. Al crimen organizado hay que enfrentarlo con inteligencia pero antes que nada con la fuerza del Estado. Cada día que transcurre dominado por la complacencia y la improvisación es un día favorable para los delincuentes. Pero al Presidente no le inquieta el avance del crimen organizado sino la posibilidad de escuchar reclamos incómodos; “imagínense, si hay una falta de respeto al Presidente, pues es nota mundial. O sea, se sabría en todos lados”.
Lo que hoy se difunde dentro y fuera de México es el desdén de nuestro gobierno a la justicia y los derechos humanos. El temor del Presidente a mirar cara a cara a los familiares de las víctimas de la violencia y, antes, el bloqueo a los migrantes hondureños que querían llegar a Estados Unidos, constituyen una política ignominiosa. La Guardia Nacional, que ha desempeñado tan escasa actividad frente a la delincuencia organizada, quedó al servicio de las exigencias de Donald Trump.
Al referirse al bloqueo a la caravana de los migrantes centroamericanos el historiador Rafael Rojas, investigador en el CIDE, ha señalado: “El caso de la regresión autoritaria de la política migratoria mexicana es muy revelador de lo poco que valen las palabras en el discurso político. No basta con repetir y repetir que se produjo un ‘cambio de régimen’, cuando en un aspecto tan sensible como la migración, se pasa, en el lapso de un año, de una oferta de fronteras abiertas, a otra de relativa aplicación del derecho de asilo, y a otra más, de deportación masiva y violenta de miles de refugiados centroamericanos” (La Razón, 25 de enero).
Esa regresión autoritaria es la que hoy se comenta en diarios de todo el mundo. El sábado 25 The New York Times destinó toda una plana a la nota titulada “La dureza de México en la frontera sur motiva las alabanzas de Trump”. La misma información apareció con un titular más directo en la versión digital del NYT: “México rompe la caravana migrante, complaciendo a la Casa Blanca”. Sin embargo al presidente López Obrador le preocupa que la prensa internacional pueda reseñar un encuentro suyo con víctimas de la violencia criminal.
La Marcha por la Paz no logró la deferencia presidencial pero tanto sus inquietudes, como el rechazo de los iracundos obradoristas, se han propalado de maneras muy amplias. La periodista Marcela Turati registró en su cuenta de Twitter estos testimonios.
“Seguimos igual, nada ha cambiado’, dice Carlos Castro: su esposa y sus hijas desaparecidas en Veracruz”.
“Él trajo tomate verde a vender a Chilapa y ya no regresó. Era buena persona, trabajador, mucho maíz, mucha mazorca dejó en ese tiempo. Es mi hermano. Son varios desaparecidos, otros asesinados’: María, 10 años. Bonifacio desapareció hace 5 años”.
“Aquí se estrena el colectivo ‘A tu encuentro’. Se juntaron 5 familias con desaparecidos el año pasado, la mayoría de Irapuato, y ahora son poco más de 100 casos. ‘El 90 por cierto son de 2019 y tenemos ya 3 casos en 2020, y una fosa con 23 cuerpos, pero dicen que son más de 100’ ”.
“En Bellas Artes dos incidentes. Una mujer grita a los caminantes ‘que se vayan a Estados Unidos’ y ‘Sicilios traidores’, y un hombre se mete a la marcha y acusa a familiares con personas desaparecidas de politizar su causa y pregunta que cuánto les pagaron por hablar mal de AMLO”.
“Cuando los opositores a la caminata cercaron a los participantes y gritaron ‘chayoteros’ y ‘vendidos’ a los periodistas que marchaban exigiendo justicia por #JavierValdez, su viuda, Griselda Triana gritó enojada: ‘¡Mi esposo era periodista y lo mataron por decir la verdad!’ ”.
Javier Sicilia, que encabezó la marcha junto con Adrián LeBarón, exculpó al presidente López Obrador de la violencia que se ha extendido por todo el país: “Sabemos que no eres responsable de ello, Presidente. Heredaste este horror de administraciones que sólo tuvieron imaginación para la violencia, la impunidad y la corrupción”. Pero en cambio, dijo en su alocución al terminar la marcha, López Obrador sí ha cometido inconsecuencias y errores numerosos. Le dio la espalda “a la agenda de verdad, justicia y paz como prioridad de la nación”; ha desatendido “el llamado de los pueblos indígenas de detener los megaproyectos, cuya base es neoliberal”; propicia que “se criminalice la migración”; en las conferencias matutinas utiliza “un lenguaje que, lejos de llamar a la unidad, polariza a la nación”; tiene “abandonadas, desarticuladas y cuestionadas las instituciones que los ciudadanos creamos para atender a las víctimas (la Comisión de Atención a Víctimas, la Comisión Nacional de Búsqueda y la CNDH)”.
Cuando entremezcla denuncias sustentadas en hechos con alusiones religiosas, el discurso de Sicilia alcanza deslices nada reivindicables aunque se sintoniza con la retórica también confesional del presidente López Obrador. La vida pública, para serlo realmente, requiere de códigos y prácticas eminentemente laicas.
Los señalamientos de Sicilia, en todo caso, son muy drásticos: “el hecho de reducir la paz a un asunto de seguridad y abandonar la verdad y la justicia, ha mantenido articuladas las redes de complicidad del Estado con el crimen organizado, y sus costos en dolor y muerte han sido demasiado altos: cerca de 35 mil asesinatos que se suman a los 61 mil desaparecidos —más de 5 mil en el último año—, a las cientos de miles de víctimas heredadas de las malas administraciones pasadas…”. Mientras decía eso, el poeta y sus acompañantes eran vituperados por devotos de López Obrador.
En su cuenta de Twitter el dirigente político Guadalupe Acosta Naranjo escribió, de manera muy puntual: “Unos marchan con dolor. Los otros, sólo tienen rencor”. Ese entorno de confrontación e intolerancia, y ahora inclusive de desprecio ante el dolor, es propiciado por el Presidente de la República.
Quienes insultan y acosan a padres y madres, hijos, esposas y esposos de quienes han desaparecido o han sido asesinados, no ameritan más que un calificativo. Son unos miserables.