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El debate público

Ante el terror

José Woldenberg

Reforma

15/01/2015

A la memoria de un periodista único e irrepetible: Julio Scherer.

1. Que una organización o persona se sienta legitimada para matar con todas las agravantes -premeditación, alevosía y ventaja- porque alguien «mancilló» su credo no deja de horrorizar. Las religiones -fruto de verdades reveladas- suelen incubar dogmas que no soportan su confrontación con otras formas de pensar. Se asume que existe una sola verdad, una sola fe, una sola manera de filtrar el mundo y que quienes no la comparten son infieles o renegados. Por supuesto, en casi todas las religiones (incluyendo el Islam), por la fuerza de los hechos, por la inescapable realidad de que hay que vivir con otros, hoy son hegemónicas -creo y quiero- las posiciones más o menos tolerantes, abiertas a los distintos o por lo menos resignadas a no ser exclusivas y menos a desatar guerras religiosas. Pero la intolerancia de matriz religiosa nunca ha estado ausente. Y la matanza desatada en nombre de Mahoma contra los dibujantes de la revista satírica Charlie Hebdo es algo más que una muestra aterradora de ese resorte.

Por cierto, la política vivida como religión no ha estado exenta de producir todo tipo de fanatismos y quienes se han sentido portadores de un proyecto de futuro irrecusable o, por el contrario, los que se han asumido como guardianes de valores eternos también se han sentido legitimados para perseguir y acabar con sus enemigos. ¿Es necesario repetir que por ello la democracia es más que una fórmula de gobierno, es un horizonte civilizatorio que permite la competencia regulada de la diversidad de opciones políticas? ¿Es necesario insistir en la pertinencia de escindir -hasta donde esto es posible- los mundos de la religión y la política?

2. La marcha del domingo 11 de enero que congregó a varios millones de personas en París, encabezadas por muy distintos jefes de Estado y líderes de diversas fuerzas políticas, es un signo de que es posible y deseable fortalecer un piso común para la convivencia. Haciendo a un lado, por un momento, marcadas diferencias, todos ellos marcharon para preservar las libertades (la de expresión de manera destacada), la coexistencia de la diversidad y contra el terrorismo. A partir de ese basamento se pueden y deben recrear todas las diferencias tratando de construir un dique a la violencia. Es un signo esperanzador.

3. A pesar de ello, es probable que el triste acontecimiento sirva para avivar una tensión que recorre Europa: la migración masiva hacia esos países ha desatado no pocas reacciones xenófobas y chovinistas que en el extremo demandan impedir que esos flujos continúen y más al extremo que los migrantes sean repatriados a sus países de origen. Es de temer que los acontecimientos de París desaten una nueva espiral. Las corrientes de ultra derecha querrán presentar los acontecimientos como fruto decantado de una religión y los terroristas tendrán en esas reacciones combustible suficiente para seguir alimentando sus pulsiones criminales. Es obligatorio reiterar la necesidad de distinguir entre una comunidad de cierta fe y actos criminales que realizan a nombre de esa fe. Porque a quienes perpetraron los atentados contra la revista o la tienda de productos kosher no se les persigue por ser musulmanes sino por ser criminales. Verdad elemental (creo), pero fundamental si es que no se quiere seguir avivando la hoguera.

4. El edificio democrático -que permite la convivencia de lo diverso- está construido sobre algunos pilares básicos. Uno de ellos es la libertad de expresión. Se trata de edificar las condiciones no solo para la expresión de la diversidad, sino para su confrontación a través del debate y la exposición de las debilidades de los otros que pueden y deben tener muy distintos tonos e intensidades: desde la tesis doctoral hasta el chistorete, desde el análisis enterado hasta el sarcasmo.

5. Entro ahora en un terreno minado. Y en un momento que no es el más propicio porque estamos hablando de muertos inocentes a manos de terroristas. La libertad de expresión, como el resto de las libertades, no es absoluta. Y no lo es porque vivimos con otros que también tienen derechos. No se trata de legislar para cancelar posibilidades de expresión sino de asumir de manera responsable que esos otros tienen una sensibilidad que no parece prudente agredir. Por consideración y respeto al otro, no resulta atinado andar burlándose de lo que le es sagrado. Como un ejercicio de autocontención. Tiene que ver con la ética de la responsabilidad que implica pensar en las derivaciones de nuestros actos.