Raúl Trejo Delarbre
Nexos
04/02/2025
Camorrista y marrullero, Donald Trump golpeó para debilitar a México en la negociación forzada por el anuncio de los nuevos aranceles. La presidenta Claudia Sheinbaum logró una pausa que, en vista del apremio creado desde la Casa Blanca, parece triunfo aunque durará solamente un mes. La suspensión de la tasa de 25 % a las importaciones mexicanas abre un compás para respirar y ensanchar la negociación, pero Trump ha dejado sembrada la amenaza de los aranceles y, además, una acusación política y policiaca que no podrá ser soslayada ni allá, ni acá.
Mientras no se demuestre, la acusación de Donald Trump contra el gobierno mexicano es un recurso para golpear en el terreno político. El gobierno de Andrés Manuel López Obrador fue negligente e, inclusive, complaciente con el narcotráfico. La cantinela de los abrazos sin balazos estuvo acompañada por la impunidad que, en la práctica, han disfrutado las pandillas criminales en amplias zonas del país. Al debilitamiento de las corporaciones policiacas y la condescendencia con narcotraficantes notorios, se sumaron episodios como el saludo presidencial a la madre del capo mayor, las numerosas visitas a Badiraguato, la contribución de los delincuentes en estados como Sinaloa para beneficiar a candidatos de Morena y la desvergüenza de personajes como el gobernador Rocha Moya. Si no hay connivencia, al menos ha existido coincidencia entre segmentos de la llamada 4T y el crimen organizado.
La indulgencia, o en todo caso la intencional ineficacia que el gobierno de López Obrador tuvo ante el crimen organizado, han sido toleradas por la presidenta Sheinbaum al menos en decisiones suyas como el respaldo al impresentable gobernador de Sinaloa. Distraídos y en buena medida enriquecidos en la construcción de obra pública y en otras tareas que han sido indebidamente militarizadas, los mandos de las Fuerzas Armadas han intentado contener, pero no enfrentar al narcotráfico. El debilitamiento del Estado de derecho intensifica el abandono de la justicia en México (sobre todo ahora, a un paso de la destrucción del Poder Judicial) y la impunidad para los delincuentes.
Allí están las consecuencias de la demagogia y la irresponsabilidad que se mantuvieron al menos durante seis años en la persecución al crimen organizado, igual que en tantas otras tareas. Aún así, el presidente de Estados Unidos incursiona en el terreno de la especulación, que con tanta facilidad entremezcla con acusaciones sin sustento, cuando afirma: “El gobierno de México ha brindado refugios seguros a los cárteles para que se dediquen a la fabricación y transporte de narcóticos peligrosos”.
Algunas acciones policiacas, en los cuatro meses que lleva el actual gobierno, parecen distintas de la lenidad en los seis años anteriores respecto de la delincuencia. Pero al ensalzar sin matices al gobierno de López Obrador, y al mantener hasta ahora sin incomodarlos a la caterva de gobernadores y otros funcionarios involucrados en hechos de corrupción, Sheinbaum comparte los costos políticos de esa complacencia con el crimen organizado. La presidenta, y de esa manera nuestro país, han sido blanco fácil de los amagos del maniático de la Casa Blanca.
Para justificar su delirio ultranacionalista, Donald Trump necesita construir adversarios. El populismo siempre erige enemigos. China, Europa, Canadá, Colombia o Centroamérica son destinatarios de las revanchas de Trump, pero ningún contrario, así creado, es tan vulnerable como México. Somos el vecino de junto, nuestra dependencia de la economía estadunidense es tan natural como intensa, allá radican once millones de compatriotas nuestros, México y los mexicanos somos destinatarios de la xenofobia y el discurso de odio en las campañas de Trump.
La negligencia de nuestro gobierno y la incapacidad del Estado mexicano en la persecución al narcotráfico, son aprovechadas por el presidente estadunidense en su negociación con México. Por lo pronto, ha obtenido 10 000 elementos de la Guardia Nacional que intentarán contener el tránsito de migrantes rumbo al Norte. Esos elementos dejarán de vigilar carreteras y ciudades en donde su ausencia, paradójicamente, beneficiará al crimen organizado.
El arancel de 25 % a los productos mexicanos que se venden en Estados Unidos podría ser una medida que Trump reedite una y otra vez en los siguientes años. Los 30 días que ganó Sheinbaum serán útiles para la negociación entre ambos gobiernos, siempre bajo esa amenaza, y también permitirán que las empresas y los consumidores que en Estados Unidos serían afectados por el desproporcionado arancel se manifiesten y presionen a la Casa Blanca.
Aunque ha sido calificada como la guerra comercial más estúpida, entre otras cosas porque perjudica a los estadunidenses, ese enfrentamiento está vigente. En 2024, México tuvo exportaciones por más de 617 000 millones de dólares. 589 000 mdd fueron exportaciones no petroleras. De ellas, el 84 % fueron a Estados Unidos. El BBVA estima que, si se aplica el arancel de 25 % y se mantiene durante la mayor parte del año, el PIB mexicano caería 1.5 %.
Según The Economist, el efecto de ese arancel en la economía mexicana podría ser de entre 1 % y 2 %. Pero sus consecuencias golpearían en ambos países. En 2024, México exportó a Estados Unidos 2.5 millones de automóviles. Esos vehículos, como es bien sabido, se fabrican en cadenas productivas que cruzan la frontera. La mayor parte de ellos, son fabricados por empresas estadunidenses y vendidos a consumidores también de ese país. De acuerdo con la misma The Economist, del total de las ventas en Estados Unidos del consorcio Stellantis (que maneja marcas como Chrysler, Dodge, Fiat y Jeep) el 40 % llega de México y Canadá. Ese es el origen de casi la tercera parte de los vehículos que General Motors vende en Estados Unidos y la cuarta parte de los autos de Ford. El 25 % de los componentes de los autos Tesla, de Elon Musk, se fabrican en México. El arancel Trump elevaría los precios de esas y muchas otras mercancías en menoscabo de los compradores estadunidenses.
La amenaza de Trump cancela, en la práctica, el Tratado comercial en América del Norte. Ese es, junto con el narcotráfico, el gran tema en las negociaciones que tendrían que ser tripartitas, incluyendo a Canadá, y no solamente bilaterales. Al mismo tiempo, México debería intensificar su trato comercial, y en otros planos, con los canadienses. En Canadá, con visión de futuro, ya consideran la posibilidad de integrarse a la Unión Europea.
Forzado por las circunstancias, este podría ser un gran momento para que México desplegara una política exterior intensa y creativa, ensanchando alianzas comerciales y diplomáticas en la nuestra y otras regiones, mirando hacia Europa e inclusive, en una actitud libre y pragmática, hacia China. Lamentablemente, la diplomacia mexicana se encuentra desastrada. El ensimismamiento del gobierno de López Obrador, que dejó de mirar al mundo y le dio la espalda al resto de América Latina para encerrarse en alianzas con un puñado de gobiernos autoritarios, condujo a que México perdiera liderazgo y respeto. El gobierno de Sheinbaum, también en ese terreno, paga las facturas por torpezas de su antecesor. Hasta ahora no parece que la presidenta quiera, o que pueda, sacudirse ese legado sectario que, en materia de política exterior, hace de México socio de dictaduras como las de Venezuela, Nicaragua y Cuba e, incluso, de gobiernos autoritarios como el de Putin en Rusia.
Una política exterior inteligente sería una prioridad deseable para el Estado mexicano. Pero el gobierno y las fuerzas vivas en las que se apoya quieren aprovechar esta crisis para fortalecerse políticamente. Hay exhortaciones patrioteras para boicotear el consumo de productos y empresas de marca estadunidense. Esos llamados no toman en cuenta que en esas firmas, en nuestro país, trabajan millares de mexicanos. La Coca Cola emplea en México a 100 000 trabajadores. Walmart, tiene 230 000.
El gobierno y Morena quieren crear una épica unitaria pero sin contravenir el discurso de polarización y división que, antes, desplegó López Obrador y que la presidenta Sheinbaum ha mantenido con fidelidad y convicción. México tendría que estar unido para enfrentar al furibundo de la Casa Blanca. Pero una auténtica unidad, que vaya más allá de la escenografía en las plazas y de los adjetivos en los manifiestos, sólo puede construirse con un proyecto nacional que involucre a los mexicanos en vez de enfrentarlos y escindirlos.
La presidenta tendría que actuar como estadista, y no como jefa de una facción, para encabezar a los mexicanos con un proyecto inclusivo, con todos y para todos, al menos con tres grandes decisiones. Sheinbaum tendría que manifestar un deslinde inequívoco respecto del narcotráfico, que tuviera consecuencias judiciales independientemente de los intereses y los personajes a los que afectara. En segundo término, debería modificar la estrategia económica que destina enormes recursos para obras inútiles en vez de alentar la inversión productiva; es preciso fortalecer la capacidad del Estado para proporcionar los servicios que requiere la sociedad. En tercer lugar, sería necesario que hubiera garantías para que la legalidad y la justicia fueran reales y confiables en México; si no se detiene el desmantelamiento del sistema judicial que está a punto de culminar, no habrá condiciones para que los delincuentes sean sancionados, ni certeza para la inversión en nuestro país.
Esos serían los cimientos de una verdadera cohesión nacional. Hasta ahora, sin embargo, la unidad a la que convocan el gobierno y sus voceros es en torno a una figura y sin modificar los errores que nos han traído hasta esta crisis. No podemos enfrentar la agresividad populista de Trump con la unanimidad populista que propone Morena.