Ricardo Becerra
La Crónica
15/05/2016
Hace un año, Donald Trump parecía una hipótesis disparatada, un reality imposible, muy yanqui. Hoy, es una realidad política creciente que refleja y organiza esa sociedad de tipos blancos coléricos en E. U. y que, en virtud a su avasallador avance, comienza a acomodarse y acordar con el establishment conservador que antes lo repudiaba (el compromiso firmado con el jefe del partido en el Congreso, Paul Ryan, para derrotar a la demócrata Hillary Clinton en las elecciones del 8 de noviembre es un síntoma de todo eso).
Ojalá los demócratas y la Señora Clinton tengan los arrestos para salvarnos del gran espanto republicano (ese espíritu que piensa como Trump pero no se atreve a decirlo, y Trump sí) y esperemos que el martes 8 de noviembre la ex canciller triunfe con claridad sobre el millonario lenguaraz.
Pero ¿y si no? ¿solo nos queda la expectativa, el pasmo y la resignación?
No estoy hablando de un personaje simplemente majadero: su programa explícito, los intereses que amasa y los millones de votos que convoca, se mueven en torno a una ideológica antimexicana extrema: “Crear un muro en la frontera sur… ya que México ha aprovechado a los inmigrantes ilegales para exportar crimen y pobreza, algo que ha supuesto un gran gasto a los E.U… Por ello, la construcción del muro debe pagarla México”. Otro punto: “Incautar las remesas de los salarios de inmigrantes ilegales y aumentar las tasas de las visas temporales”, “eliminar la ciudadanía por nacimiento que supone un imán para la inmigración” y finalmente “la cancelación del tratado comercial que suscribió EU con México y Canadá desde 1993, el TLC”. (estas lindezas pueden verlas aquí, https://www.donaldjtrump.com).
Si lo leen, verán que el tema central de Trump es México, más bien, contra México: ni siquiera China le genera tal aversión. Por eso, la declaración del Presidente Peña Nieto el lunes pasado tuvo en mí, el efecto de una estacazo: luego de citar la clásica –y a estas alturas demasiado cómoda- de Benito Juárez, subrayó: “El Gobierno de la Republica buscará con quien resulte electo en los E.U. seguir construyendo una relación constructiva” (Excélsior, 10/05/2016). “México será respetuoso del proceso electoral que se vive en E.U. y demandará ese mismo trato cuando en nuestro país se lleven a cabo elecciones”.
Me temo que la cosa no es tan simple. La llegada de Trump a la presidencia es una posibilidad muy real que va a traer muchos problemas para México, y que su gobierno y su diplomacia, están obligados a desplegar iniciativas de mucho peso desde ahora, no tanto para “entrometernos” en los comicios, sino sobre todo para que la política de aversión practicada por esos ultraconservadores, encuentre un contexto y una red que complique sus intenciones racistas, proteccionistas, humillantes de verdad.
¿En que estoy pensando? En primer lugar, en un completo giro de la comunicación de las embajadas y consulados mexicanos, un cambio desde la discreción o el silencio, a una explicación y réplica de las ideas, no del personaje Trump. En esa misma dirección, inaugurar una nueva etapa de diálogo continuo entre la comunidad México-estadounidense capaz de socializar el punto de vista de este lado de la frontera. Potenciar el intercambio institucional, por ejemplo, entre estudiantes de media superior y universitarios para llevarlos a niveles similares al programa Erasmus de Europa; resucitar el viejo proyecto –compromiso mutuo de los años 90- para concretar el programa de infraestructura física estratégica para la conexión entre ambos países. Desde México se tendría que ofrecer el esquema más vasto y ambicioso de la historia para traer turismo norteamericano, en los meses y años por venir. Una ofensiva cultural con nuestras mejores cabezas para un encuentro binacional que explique la relación, su densidad, lo que significa, lo que la complica y todo lo que promete prosperidad para ambas naciones, en otras palabras: elaborar públicamente y en escenarios estadounidenses una especie de programa para la mejora y la profundización de las relaciones binacionales hacia el futuro, un programa de ideas y visiones en franco contraste con la dinamita del copetudo de Queens.
Las elecciones se vienen encima pero no es tan tarde. No obstante, la peor opción, es voltear hacia otro lado, invocar al benemérito y no reconocer en Trump, la nueva y potente amenaza que asegura una nueva secuencia de crisis entre México y los Estados Unidos, o sea, una secuencia de crisis de México en la globalización… después de 25 años de haber apostado por ella.