Raúl Trejo Delarbre
La Crónica
07/10/2019
Erudición sin petulancia, lucidez a toda prueba, inmutable compromiso con la verdad: ésas fueron algunas de las cualidades que hoy nos hacen deplorar la ausencia de Antonio Pasquali, el pionero en la investigación sobre comunicación en América Latina.
Durante casi seis décadas Pasquali documentó capacidades y perversiones de la comunicación de masas, explicó los riesgos que implica la concentración de muchos medios en pocas manos, desmenuzó el carácter global que alcanza la propagación de mensajes, insistió en distinguir la comunicación (a la que entendía como ejercicio de diálogo) de la difusión de datos, que es la información, subrayó la necesidad de los medios públicos frente a los de carácter mercantil. Con inteligente perspectiva, estudió a los medios antes que nada desde la filosofía, para comprender sus implicaciones sobre las personas y sus contextos; con obsesiva minuciosidad recabó cifras sobre el desarrollo de la comunicación en América Latina; con permanente capacidad de asombro pasó del estudio de la prensa y la televisión al entusiasmo crítico por internet.
Antonio Pasquali Greco murió el sábado pasado, 5 de octubre, en Cambrils, al sur de Barcelona, en donde visitaba a uno de sus hijos. Hace poco había cumplido 90 años. Nació en Italia en 1929. Fue venezolano desde los 18, cuando migró con su familia escapando de las penurias de la posguerra. En Caracas estudia Filosofía y hace periodismo. Un doctorado en la Sorbona le permite ampliar su formación intelectual y regresa como profesor en la Universidad Central de Venezuela, UCV. En 1963 aparece Comunicación y cultura de masas, que fue lectura fundamental durante décadas en toda América Latina.
La comunicación, en tanto que es una actividad humana y no sólo resultado de la técnica y el dinero, tiene responsabilidades públicas y ha de estar conducida con ética. Ésa fue una de las inquietudes cardinales de Pasquali que insistió en la pertinencia de que todos los medios estén orientados por códigos deontológicos que realmente funcionen pero que, además, se comprometan con valores morales.
Principios como ésos Pasquali los propagó en una veintena de libros, en brillantes conferencias en Europa y América Latina, en organismos internacionales (fue subdirector de la UNESCO y coordinador regional para América Latina) y en una creativa y tenaz construcción de instituciones. Con una notable capacidad para articular el pensamiento y la acción, creó el Instituto de Investigaciones de la Comunicación en la UCV y definió los lineamientos para la radio y la televisión públicas en Venezuela, entre muchas otras tareas. Varios de sus libros tienen como anexos los proyectos de ley que elaboró para promover la radiodifusión pública.
Comprender la comunicación (1970, actualizado en 2007), La comunicación cercenada. El caso Venezuela (1990), El orden reina. Escritos sobre comunicaciones (1991), Bienvenido Global Village (1998), 18 ensayos sobre comunicaciones (2005), La comunicación mundo. Releer un mundo transfigurado por las comunicaciones (2011) dan cuenta, entre otros, de una trayectoria que analiza las innovaciones de los medios sin soslayar sus implicaciones ni su historia.
Pasquali entendió a los medios auténticamente públicos como espacios de y para la sociedad y no como instrumentos del gobierno. Promovió la radio y la televisión de carácter público en Venezuela y luego tuvo la enorme tristeza de constatar la utilización facciosa y autoritaria que hicieron de esos medios los gobiernos recientes. Con claridad y valentía, denunció los abusos de Hugo Chávez y Nicolás Maduro contra la libertad de expresión y la que llamaba, con acierto, libertad de recepción. Durante dos décadas la voz de Pasquali fue una de las más autorizadas ante los desplantes populistas de esos personajes.
Promotor de la comunicación como recurso indispensable de la democracia, Pasquali tenía mucho interés en los procesos de reforma de los medios en nuestros países. Conocía bien la circunstancia mexicana, cuestionó el poder que llegaron a tener aquí las televisoras y la telefónica privadas y más tarde aplaudió la reforma para las telecomunicaciones y la radiodifusión que, si bien con imperfecciones, acotó y reguló a los monopolios mediáticos.
En una de sus últimas visitas a México, en mayo de 2013, la Asociación Mexicana de Derecho a la Información y la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM le hicieron un homenaje. Repleto el auditorio, Pasquali escuchó las lecturas que una docena de colegas hicimos de su fructífera obra y su ejemplar biografía. Al año siguiente los investigadores de la comunicación venezolanos le hicieron otro homenaje en Caracas.
En aquella visita, como cada vez que venía a nuestro país, Pasquali se dio tiempo para ir al mercado a comprar especias mexicanas. La creatividad intelectual la extendía a una gozosa afición gastronómica. Alguna vez se dio el lujo de enseñarle a varios mexicanos a preparar cocteles Margarita que eran una de sus especialidades. En otra ocasión, dificultadas las exportaciones a Venezuela debido al despotismo chavista, acudimos a varios amigos para enviarle a Caracas, en un recorrido por cuatro países, un paquete de vainilla de Papantla que requería para preparar unos inigualables chocolates.
Antonio Pasquali tenía un apasionado gusto por la vida. Recorría bazares en Tlaquepaque y senderos en los Alpes con la misma pasión con la que, cuando ya tenía ochenta y tantos, andaba en una motocicleta Vespa por las calles de Caracas cercanas a su domicilio. En 2014 una caída le provocó una fisura en el fémur y aquel accidente, junto con el estancamiento en la situación política de Venezuela, lo apesadumbró mucho. Entre otras cosas, le pesaba la separación de sus hijos que, debido a las condiciones en Venezuela, tenían que vivir en otros sitios. Hace un año me escribió: “cumplí 89 con la casi totalidad de la familia dispersada por el mundo; la diáspora chavista”. Para su fortuna, sus hijos llegaron a Cataluña para acompañarlo en sus últimos días.
En los años recientes Pasquali encontraba inquietantes semejanzas entre la situación mexicana y la que él presenciaba y padecía en Venezuela. Sin caer en simplificaciones, veía primero en la campaña y luego en el gobierno de López Obrador un caudillismo parecido al de Chávez y Maduro. Conocía la complejidad de la sociedad y las instituciones mexicanas pero, aun así, sus prevenciones se apoyaban en una preocupación enterada.
En mayo de 2015, en un artículo en El Nacional de Caracas, Pasquali explicó por qué consideraba que el chavismo y el madurismo habían derivado en una dictadura. “Doctrinariamente hablando, cinco rasgos esenciales definen la dictadura, y el Lector juzgará si encajan con el modelo chavista: 1) el absolutismo (cacicazgo sin controles parlamentarios reales y plurales; des-autonomización de las instituciones republicanas); 2) el irrespeto a la Constitución y las leyes; 3) el personalismo (sólo el taumatúrgico jefe supremo encarna los intereses comunes, todo lo decide él), 4) el totalitarismo (concentración hegemónica de todos los poderes con delegaciones ficticias); 5) el intento de eternizarse en el poder modificando las constituciones”. Al reparo más inmediato que podía hacerse a ese diagnóstico tan categórico, precisó: “una dictadura puede ser hija degenerada de elecciones limpias pues estas no garantizan en absoluto la democraticidad del período que inauguran, así como el bautismo no garantiza la cristiandad de una vida. Chavismo y madurismo sí fueron y son dictaduras, y ni siquiera del proletariado sino militaristas y del más rancio y corrupto modelo latinoamericano”.
Su último libro publicado, La devastación chavista. Transporte y comunicaciones (2017) hace un contundente recuento de la creciente incomunicación en Venezuela: contracción de la infraestructura en carreteras, ferrocarriles, transporte marino y aéreo, así como restricciones a la prensa y la radiodifusión e impedimentos al desarrollo de internet.
También se daba tiempo para estar al tanto de la situación de los medios en países como México. Hace un par de años, cuando el gobierno mexicano promovió un recurso legal para impedir que el Instituto Federal de Telecomunicaciones reglamentara los derechos de las audiencias de radiodifusión, Antonio me escribió: “¿qué maldición gitana es ésa de que no haya manera de bajarle las ínfulas a los grandes emisores mexicanos y de introducir en el panorama mediático nacional algo de genuino pluralismo, de democracia, incluso tras la aprobación de una ley que allanaba el camino a la des-feudalización de las comunicaciones? Este es un mal día para ustedes y para el resto de la región, porque crea un precedente reaccionario de peso. ¿Moriremos todos arando en el mar?”.
De ninguna manera, querido Antonio, y tú menos que nadie. Tu ejemplo nutrirá la esperanza de muchos. Lejos de arar en vano, sembraste ideas y convicciones que han sido y serán asideros para entender pero también para cambiar muchas cosas.