Jacqueline Peschard
La Crónica
07/04/2021
El domingo pasado arrancaron las campañas electorales de los candidatos a diputados federales, sumándose así al resto de las campañas locales de esta contienda 2021 que será la más grande de la historia. Empero desde hace tiempo, el terreno está minado por el encono y la confrontación irreconciliable; la amenaza del desconocimiento de la derrota y la sombra de la inequidad, e incluso la del conflicto político. Desde luego que preocupa que estas circunstancias desalienten la participación, alejando a la población de las urnas, pero sobre todo, pueden poner en riesgo la confianza de los electores en la capacidad de la autoridad electoral para garantizar que se acate la voluntad emitida en las urnas, erosionando, a la larga, el andamiaje democrático que los mexicanos construimos a lo largo de los últimos treinta años.
En un régimen presidencial como el nuestro, en una contienda de medio periodo como la de este año, lo que suele ponerse en juego es si el partido gobernante logra mantener su posición mayoritaria en la Cámara de Diputados para conservar un margen de maniobra y seguir desplegando su proyecto de gobierno. Sin embargo, la fuerte personalización del poder presidencial que cada vez parece concentrarse más y el ambiente de polarización que se ha generado durante la actual administración, convierte a la contienda en un auténtico plebiscito a favor o en contra del proyecto presidencial, sin dejar espacio para discutir propuestas alternativas, ni para recrear nuestra pluralidad. No importa que AMLO no esté en la boleta, la centralidad de su voz y su presencia en el escenario político provocan que las campañas graviten irremediablemente a favor o en contra de su convocatoria.
Es cierto que toda elección es confrontacional; ahí se enfrentan candidatos y agendas políticas, pero el eje plebiscitario de esta elección ha movido a partidos que antaño fueron opuestos ideológica y programáticamente como PRI, PAN y PRD a formar una coalición –Va por México- , en el entendido de que la única palanca posible es la pragmática, porque lo que se impone es evitar el arrastre de Morena y sus aliados. Lo que queda pendiente es, ni más ni menos, que el compromiso de definir qué se quiere construir, es decir, qué se ofrece como alternativa. Tal parece que ha quedado cancelada la posibilidad de abrir espacios para proyectos y políticas diferentes, pues si bien Movimiento Ciudadano ha reivindicado su decisión de mantener su convocatoria propia –no cuentan los tres partidos de nuevo registro que están obligados por ley a jugar individualmente-, se trata de un partido que apenas puede aspirar a mantener una sólida línea de flotación, gracias a algunas implantaciones locales.
La otra cara del terreno minado es el incumplimiento del principio rector de cualquier elección democrática que es la “aceptabilidad de la derrota” de parte de todos los competidores y con antelación a que se conozcan los resultados. Desde las conferencias matutinas, el presidente López Obrador ha venido preparando el escenario para desconocer los resultados oficiales, en caso de que no favorezcan a su partido y sus aliados. Así debemos entender sus ataques constantes a las resoluciones del INE, que dirigentes y candidatos de Morena replican disciplinadamente y que no han estado cifrados en argumentos o interpretaciones jurídicas distintas, sino en descalificaciones a quienes lo presiden, acompañadas de amenazas de hacer desaparecer a la propia estructura institucional.
El terreno está minado también porque se ha puesto en entredicho el cumplimiento de una de las reglas claves de la equidad en la contienda que es la no intervención del Presidente en las campañas electorales. Sin duda, el mecanismo de comunicación social inaugurado por López Obrador a través de las “mañaneras” ha generado un espacio de información y de intercambio con los medios de comunicación, que lo ha acercado a la población, pero también le ha proporcionado un espacio de proyección tanto personal como para sus programas gubernamentales. Aunque la Constitución es clara en prohibir que los funcionarios participen en conferencias para promover logros de gobierno, o para involucrarse en asuntos de campaña o tomar partido, se antoja difícil que AMLO mantenga con nitidez la “neutralidad informativa” que el pasado 31 de marzo estableció el Tribunal Electoral como criterio básico para autorizar la transmisión íntegra de las “mañaneras”.
En una rueda de prensa, pensada para el intercambio con la prensa y, por tanto, para plantear posiciones y puntos de vista, las directrices del máximo órgano electoral para las ruedas de prensa presidenciales han abierto la puerta para un nuevo tema de confrontación que vendrá a sumarse a los muchos cabos sueltos que deterioran el terreno de las campañas. En un contexto de tanta confrontación, la autocontención resulta una salida útil para tranquilizar y estabilizar el ambiente. No parece ser una opción para el presidente López Obrador.