Rolando Cordera Campos
El Financiero
02/08/2018
La pretensión de hacer una “administración pública científica” no es nueva.
Desde luego está el positivismo, tanto el de Comte como el que don Gabino Barreda y los científicos del porfiriato buscaran adaptar para el país diezmado por las guerras civiles y las invasiones extranjeras. También, los constructores del nuevo Estado emanado de la Revolución abrevaron en las excursiones del presidente Wilson en la materia. Y es probable que las ideas diseminadas y puestas en práctica por el presidente Roosevelt y su “new deal” hayan sido asimiladas por los arquitectos de la vía mexicana hacia el desarrollo que el general y presidente Cárdenas y su reformas estructurales y justicieras desataran.
La memoria del entonces secretario de Hacienda Eduardo Suárez es ilustrativa de esta suerte de keynesianismo avant la lettre, que llevó al México de los años treinta del siglo pasado no sólo a reivindicar la herencia viva de la Revolución sino a abrir paso a la ola de expansión más larga y sostenida de su historia. Se trató, por supuesto, de un crecimiento económico que, a la vez, recogió cambios profundos en la estructura productiva del país así como en la estructura social, para volvernos cada vez más urbanos, industriales…y capitalistas.
Encontrar un balance adecuado y favorable a la estabilidad política del régimen apenas conformado, fue una de las misiones más arduas y a la vez frustrantes que encararon los grupos dirigentes. El juicio histórico se ha dado una y otra vez sin que nos haya llevado a negar la herencia revolucionaria o la necesidad del Estado para acometer nuevas y más ingentes tareas. De aquí la dificultad que en cada coyuntura de la historia enfrentan las elites para “normalizar” a México y volverlo moderno, siempre o casi siempre al estilo americano.
Después de tres décadas nada gloriosas y sí dolorosas, hoy podemos decir que es posible iniciar una nueva fase de nuestra evolución política y económica, para darle a la vida colectiva e individual expectativas sustentadas en realidades y promesas creíbles, pero aún por realizarse.
Así, aquella añeja pretensión cientificista reclama actualidad y estudio, así como de una sensata y meditada asimilación.
Los “modelos” traducidos en estrategias y políticas para globalizarnos y modernizarnos no sólo están agotados sino que en gran medida fallaron.
En especial si atendemos a sus frutos en materia de crecimiento económico y bienestar social. Esos resultados deberían ser argumentos de primera mano para iluminar un nuevo curso de desarrollo. Una propuesta, como se decía en las cámaras de antaño, de “obvia y pronta resolución”.
No hay en el presente excusas para no planteárselo. Hay, por el contrario, una buena dotación de argumentos e información, ilustrados y robustos, para sostener la necesidad y viabilidad de tal giro, así como las señales mínimas necesarias para reemprender el camino del desarrollo que, a pesar de los pesares, tendrá que hacerse al andar.
Lo primero de lo primero es, como lo ha postulado Enrique Quintana en estas páginas, la recuperación de la inversión como variable maestra para que la economía crezca más. También, admitir que las inversiones privadas y públicas son complementarias y pueden volverse, al combinarse, virtuosas por su capacidad no sólo para estimular la demanda interna sino para crear nuevos espacios y oportunidades de negocios, ocupación, empleo y producción. La inversión significa futuro y ganas de construirlo y siempre refleja la voluntad colectiva de cambiar para mejorar.
La literatura sobre estos empeños está a la mano y contiene no sólo críticas pertinentes de lo que hay y hemos hecho, sino propuestas factibles, realistas y realizables por su madurez y por lo que la experiencia internacional nos enseña.
Para muestra unos botones, que tengo sobre mi mesa: PUED-UNAM, Informe del desarrollo en México. Propuestas estratégicas para el desarrollo 2019-2024; Revista de Economía Mexicana. Anuario UNAM. Número 3, 2018, dirigida por Jaime Ros; Cambio de Rumbo: Desafíos económicos y sociales de México hoy (Eduardo Vega, coord.), Facultad de Economía, UNAM.
Si vamos a cambiar para mejor, debatamos bien informados sobre el punto de partida, los ritmos y el rumbo a seguir. Atrevámonos a dejar dogmas y estemos abiertos a la recomendación del genial dramaturgo irlandés Samuel Beckett “Inténtalo otra vez. Falla de nuevo. Falla mejor”. Para lo que sirven la política, la democracia y la buena hegemonía.