Ricardo Becerra
La Crónica
07/06/2015
He padecido en carne propia, todas las taras y los vicios del Partido de la Revolución Democrática (y es que alguna vez, cuando era joven, milité en él). Me sigue pareciendo desesperante su debilidad programática (especialmente en materia económica); su descuido en la formación de cuadros; el indigno caudillismo que lo atarantó durante décadas; su libreto antidemocrático (anunciar siempre, fraude electoral, cuando no gana posición ejecutiva); su vista gorda con personajes reconocidos por su corrupción; la insufrible (ahora muy regulada) vida de corrientes y un largo, largo, etcétera, que desanima y descorazona.
Pero voy a votar por el PRD, en la ciudad de México, donde vivo hace casi 5 décadas, con mi cabeza puesta, echando mano de 5 razones que la memoria me provee.
Como ningún otro partido, el PRD encauzó la democratización de México en el último cuarto de siglo, a veces, en batallas emocionantes y hasta heroicas. El PRD fue el partido que puso los muertos en la última etapa de la transición, hasta la llegada de la reforma de 1996. Su asistencia a ese pacto fundador (que ya esperaban PRI y PAN) es el hecho que acabo de esculpir el edificio democrático de México. Con ese pacto, el PRI perdió la mayoría de la Cámara de Diputados luego de 65 años; el PAN multiplicó su votación histórica y Cuauhtémoc Cárdenas ganó para la izquierda y por derecho propio, la capital del país.
La dispersión efectiva del poder –el hecho político más importante de la transición- ocurrió pues, cuando el PRD asistió al pacto democrático de fin de siglo.
Con López Obrador, el PRD fue ratificado en el DF y desde ahí emprendió uno de los instrumentos de política social más significativos de los últimos 30 años: el programa de adultos mayores (para viejitos, sí) la población más lastimada por la oleada de empobrecimiento que dejó la crisis del tequila. 16 millones de pobres fue el resultado de aquella hecatombe en una economía administrada ya, completamente, por los padres autóctonos del neoliberalismo en México. Sobre ese programa llovieron todas las críticas y los improperios, pero al cabo, no hubo gobierno en la República que no replicase la protección líquida a los sexagenarios.
El PRD cobijó, en buena hora, a Marcelo Ebrard y sus seis años fueron orientados por la agenda de las libertades en un país católico, moralino, a despecho del gobierno de Calderón y de ese poder fáctico que es la iglesia católica. La libertad de las mujeres para decidir sobre su cuerpo no existe en ninguna otra parte del país; el derecho a las uniones del mismo sexo, tampoco; el comienzo de la despenalización de la marihuana, se discute aquí, en la Asamblea del PRD. Es decir: los chilangos contamos con leyes que nos hacen un poco más civilizados que el resto, gracias al desvencijado caparazón del PRD.
Miguel Ángel Mancera es otra historia. Su candidatura llevó al PRD a niveles de votación no vistos en el DF y mantuvo políticas y estructuras –equidad y libertades- con una novedad radical: es el primer personaje de la izquierda que desafía la política económica dominante y que plantea un cambio documentado en el corazón de la desigualdad nacional: los salarios mínimos. Ningún otro gobierno o partido ha querido o podido enfrentar el gran debate de la redistribución.
Y con el Pacto por México, el PRD decidió tomar riesgos y salir de la adolescencia política; atar compromisos públicos sobre una desmesurada agenda de reformas, para intentar incidir en el curso del gobierno. Es decir: por primera vez, abandonar la izquierda testimonial o denunciante, para ser corresponsable de lo que se decide en el país.
No ignoro ninguna de los episodios ni circunstancias que manchan hoy al PRD; afirmo sin ambages, que si viviera en Coyoacán, votaría por Bertha Luján; pero visto con cierta perspectiva, la democracia política llegó a la ciudad de México de la mano de ese partido; después de años de neoliberalismo mental, reivindicó valerosamente el bienestar de los más débiles (viejitos); amplió el campo de la modernidad y de las libertades, como ningún estado del país se ha atrevido a hacerlos; bajo su manto, se ha elaborado la única reforma estructural contra la desigualdad esencial y ha comprendido, que en el endemoniado pluralismo, el acuerdo es la única vía para la política democrática.
Piensen en todos los defectos del PRD; ahora pongan éstos hechos, no anécdotas, ni emociones, en la balanza de la historia. Por eso, voto PRD.