Ricardo Becerra
La Crónica
22/03/2015
La felicidad no llegará. La prosperidad tardará poco más de lo previsto. Las reformas estructurales quizá derramen gotas menos amargas, en algunos meses, a condición claro de que estén bien implementadas y que el tumultuario Congreso no les reste su esencial armonía.
Pero mientras llega, el presidente de la República y el secretario de Hacienda nos preparan para un nuevo pasaje de sangre, sudor y lágrimas: el presupuesto de la República no alcanza; los famosos respaldos se agotarán este año; el gasto público debe recortarse y será metido en un nuevo túnel de austeridad, a la espera de que el precio del pétroleo –algún día— vuelva a subir y nos rescate.
Desde Acapulco, ante la crema y nata del sector financiero nacional, sentenció el Presidente: “…a partir de 2016 habrá un rediseño integral del presupuesto que tendrá base cero, con el objetivo de emprender una reingeniería en el gobierno y ajustar y cambiar políticas públicas que ya no corresponden a la realidad del país”.
Que nadie se llame a engaño: viene un tijeretazo, como en los años ochenta, acicateado por el desplome petrolero (¿Lo ven? cientos de reformas y se aparece el mismo problema).
Además, el anuncio aparece después de que el secretario Videgaray —desde octubre del año pasado— repite una y otra vez que no habrá más reformas fiscales en el sexenio. O sea: después de la revuelta empresarial, Hacienda renunció a recaudar, así sea un poco más.
¿El resultado? Probablemente el más grave recorte del gasto al sector público en 20 años, lo cual alimenta la fantasía neoliberal: se los dijimos, el gobierno es esencialmente oneroso, necesitamos menos Estado.
¿Hay alternativas? Sin duda que las hay, justo en este momento de tasas de interés cercanas a cero, el gobierno podría asumir un préstamo importante para que las obras de infraestructura no fueran postergadas. Pero nuestro gabinete no tiene cabeza para ninguna heterodoxia y lo más probable es que se imponga, como hace treinta años la “responsabilidad”, es decir, que el rigor de la austeridad sea pagado por los mismos.
Pero es aquí donde se abre una oportunidad para la izquierda –para toda la izquierda—: elaborar desde ahora un plan alternativo para que el replanteamiento base cero sea justamente repartido y que de la nueva austeridad no brote la misma inequidad, el rigor desigualador ni el clientelismo de siempre, sino una incipiente estructura de equidad mejor pensada y basada en la idea de los derechos económicos y sociales.
Se trata de propiciar un piso de seguridades económicas, sin condiciones, sin padrones de ningún gobierno o partido, coyotajes ni clientelas, a cambio de un cambio fiscal que permita eliminar excepciones y devolver el principio redistributivo esencial: progresividad (a mayor ingreso mayor impuesto).
Pensar en la clave “base cero” tendría que apostar por una enérgica reforma para la equidad social, al menos en tres sentidos: dotar a los mexicanos de un ingreso que les proporcione recursos líquidos en caso de desempleo; una reconstrucción de la seguridad social centrada en la salud y una política sostenida de recuperación salarial. Es un mensaje al mismo tiempo igualitario y democrático: por el hecho de ser ciudadano mexicano serás incluido en una red de aseguramiento público contra los riesgos esenciales de la vida: desempleo, vejez, invalidez y enfermedad, en una economía que se desarrollará en adelante, con instrumentos redistributivos que no son un favor, sino un derecho, transparente y bien monitoreado.
La próxima desventura de este arreglo económico, que nunca resolvió lo fundamental, anunciada ya con voz grave por el Presidente Peña, puede ser vista como un área de convergencia a explorarse desde ahora –antes incluso de la campaña electoral— como uno de los grandes propósitos de las izquierdas en México.
Digo, si es que hablar de izquierda, sigue teniendo algún sentido.