José Woldenberg
Reforma
23/02/2017
¿Pueden el gobierno federal, los gobiernos locales, el Congreso, las cámaras estatales, los partidos políticos, las organizaciones no gubernamentales, las universidades, los sindicatos, las agrupaciones agrarias y empresariales y súmele usted, hacer un planteamiento conjunto en contra del discurso anti mexicano de Donald Trump? ¿Pueden esas mismas instituciones y actores pronunciarse en contra de las deportaciones y mal trato hacia los mexicanos que se multiplican en los Estados Unidos? ¿Pueden realizar foros para discutir y denunciar la pretensión de gravar las remesas? ¿Pueden llamar a movilizaciones para alertar y condenar las amenazas del presidente estadounidense contra empresas que tienen planes de inversión en nuestro país? ¿Pueden expresar de manera conjunta que el proyecto de edificar un muro en la frontera no solo es una iniciativa inamistosa, sino torpe, agresiva y contraproducente? ¿Pueden denunciar las violaciones al Tratado de Libre Comercio que, sin revisión alguna, está llevando a cabo la administración Trump? Mi respuesta es sí. Si pueden o sería más exacto decir: si podrían. Siempre y cuando el ambiente no estuviera tan envenenado y tan plagado de apuestas cortoplacistas.
¿Deben hacerlo? Porque una cosa es poder y otra deber. Y la respuesta también es afirmativa. Desde hace muchas décadas, el país –si el país- nunca había tenido que enfrentar una amenaza de la magnitud y el tonillo de la que encabeza Trump. No es solo un demagogo, es un hombre con un inmenso poder que lo está utilizando para alimentar en el imaginario estadounidense la idea de que los mexicanos somos un peligro y un socio desleal. No es un juego ni un espejismo. El presidente de la potencia económica más importante del planeta quiere convertir a México en su chivo expiatorio y ceba a sus bases con los prejuicios que por desgracia están instalados en franjas relevantes de la población estadounidense.
Por supuesto una política de unidad frente a Trump no se decreta se construye. Y para ello existen las artes de la política: se trataría de fomentar acercamientos, diálogos (no monólogos), negociaciones, acuerdos, que una vez forjados a satisfacción de los participantes debieran publicitarse, explicarse, potenciarse. Se trataría de construir un frente común, una plataforma unitaria, una manifestación convergente porque el tema lo amerita. Se intentaría hacer de la necesidad, virtud. De activar un resorte posible frente a los chantajes y dislates de la administración Trump.
No obstante, no me hago ilusiones. La crispación, la desconfianza y la ceguera modelan el espacio público. Los odios mutuos que se pueden ilustrar con cualquier edición de periódico, por no hablar del que corre gangrenado por las venas de las redes sociales; el recelo de unos para con los otros que han rehabilitado un lenguaje demonizador y por ello fundamentalista y excluyente; aunado a la cortedad de miras –el 2018 como una nueva fecha fundadora, adánica, redentora-, arman un ambiente sobrecargado de tensiones donde las “identidades” no quieren verse contaminadas por los “otros”.
Por cierto, no comprendo a los que suponen que una política unitaria frente a la amenaza que representa el gobierno norteamericano implicaría declinar, por parte de las oposiciones, la crítica al gobierno. Y ello porque la única posibilidad real para construir (repito, construir, no decretar) dicha política es precisamente asumiendo y reconociendo las enormes diferencias de diagnósticos, propuestas, conductas y programas que cruzan a la sociedad mexicana. Esas discrepancias –algunas de ellas contundentes y polarizadas- no las puede diluir ni el mejor de los exorcistas y por ello la unidad frente a Trump solo puede edificarse a partir de ellas.
Hay un dicho popular que registra que no se puede silbar y comer pinole. Y parece que es cierto. Existen actividades incompatibles. Pero sí se puede caminar y chiflar al mismo tiempo. (Y el que esté incapacitado para hacerlo reciba mi solidaridad piadosa). De esto último se trataría: unidad ante una apuesta hostil mientras se mantienen todos los disensos internos. A fin de cuentas la política democrática es un continuum de convergencias y diferencias entre los distintos actores. Si se puede marchar y silbar al mismo tiempo. Haga la prueba.
Un frente común contra Trump parecería posible y deseable. Un clima enrarecido lo dificulta.