Raúl Trejo Delarbre
La Crónica
24/05/2021
Durante los 30 segundos que dura la escena José Luis Romero, alias el Tecmol, se mete a la boca la larga cinta que hay en un dispensador de goma de mascar tipo Bubble Gum. Desorbitados los ojos, mira a la cámara mientras dificultosamente mastica el chicle. Ese es uno de los más populares entre los 54 videos que tiene, en su cuenta de TikTok, ese candidato a gobernador de San Luis Potosí por el partido Redes Sociales Progresistas.
El candidato de Movimiento Ciudadano a la presidencia municipal de Puebla aparece en sus redes con la mano envuelta en llamas mientras rompe una tabla con los logotipos de PAN, PRI y Morena. Es una “actividad de artes marciales” para mostrar que tiene “valores a prueba de fuego”, se ufana.
En Teziutlán, Puebla, Carlos Peredo quiere reelegirse como presidente municipal, postulado por Morena. En uno de sus videos, ataviado con camiseta y con una máscara de luchador, simula vencer a otro individuo que lleva una máscara azul.
En uno de los debates de los candidatos al gobierno de Guerrero Lilia Garzón, postulada por el PAN, exclamó “vamos a ganar, ¡a huevo que sí se puede!” al tiempo que mostraba su credencial de elector y una bolsa con huevos.
Rocío Pino, que se refiere a sí misma como “la grosera”, quiere ser diputada federal por el distrito 3 de Hermosillo, postulada también por RSP. Ofrece cirugías plásticas para que haya #chichisparatodas, convencida de que “una mujer con chichis a su gusto, es una mujer segura y empoderada”.
Hay centenares de ejemplos que podríamos relatar hasta la náusea. Candidatos que la hacen de payasos sin inquietud alguna por el ridículo, muy dispuestos al baile y al jingle, saturan las redes sociodigitales. Están convencidos de que antes que nada tienen que ser re-conocidos y el recurso para ello son las gracejadas.
La vulgarización de la política no es nueva. Las campañas siempre están cargadas de mofa pero por lo general tales recursos, que ciertamente no son los más edificantes, se empleaban para desacreditar al contrario. Ahora no pocos candidatos se pitorrean de sí mismos y, de esa manera, de los electores. Tales desplantes forman parte de un escenario público desastrado, en donde la polarización política y la murmuración mediática (instantáneamente enlazada con las redes digitales) conforman un intenso griterío. Para sobresalir en medio de tal estrépito el recurso más sencillo es vociferar más, con videos y mensajes como los antes mencionados.
La polarización política, manera inevitable, agrupa posturas y propósitos electorales en contra o a favor del gobierno y su partido. En ese contexto las ordinarieces alcanzan más visibilidad cuando son retuiteadas y, a veces, saltan a la televisión y la prensa. Extravagancia y boberías ganan más likes y reenvíos que la tediosa y por lo general desangelada tarea de persuadir con razones a los ciudadanos. Según Transparencia Mexicana en estas elecciones compiten 125 mil candidatos (sin contar a sus suplentes) para algún cargo de elección popular. Seguramente entre ellos hay muchos que hacen su tarea proselitista sin acudir a recursos destemplados ni a vulgaridades. Una gran cantidad de esos candidatos lleva semanas tocando puertas, arengando en plazas y ofreciendo diagnósticos y propuestas.
La costumbre de los debates, en algunos casos convertida en exigencia legal, contribuye a develar la improvisación y la incompetencia de muchos aspirantes. Los organismos electorales de los estados organizan debates que quedan disponibles en YouTube. Allí la política, en el micronivel de la disputa por la alcaldía, subraya desconocimientos e incapacidades.
En la ciudad de México un luchador profesional que se presenta enmascarado y se llama El Tinieblas, quiere ser alcalde en Venustiano Carranza propuesto (¿qué creen?) por Redes Sociales Progresistas. La conductora del debate le preguntó cómo espera impulsar la inclusión de la comunidad LGBTTIQ en esa alcaldía. La máscara no evitó que, durante medio minuto, se pudiera apreciar la silenciosa estupefacción del angustiado luchador. Sólo después de ese lapso El Tinieblas dijo que, por supuesto, él defiende los derechos de las mujeres.
Replicadas en memes, ovacionadas por seguidores o repudiadas por adversarios las ocurrencias, y desde luego los deslices, calan más que las ideas. Tres años después, nadie o casi nadie tiene presentes las propuestas de los candidatos presidenciales en el segundo debate, en mayo de 2018. Pero todos recordamos aquel “Ricky Riquín canallín” que el entonces candidato de Morena profirió para difamar al de Acción Nacional.
Nuestra vida política nunca ha sido un dechado de deliberación creativa pero asistimos a una degradación de la vida pública, peor todavía porque los parámetros anteriores no eran los más deseables. Cuando a tantos candidatos, de todos los partidos, les interesa hacer campañas para TikTok imitando las bufonadas que predominan en esa red, hay que reconocer que nos encontramos en dificultades. Por otra parte están los ominosos amagos, que en ocasiones han llegado al asesinato, que padecen candidatos en numerosos sitios del país.
Es difícil esperar campañas de otro nivel cuando la trivialización más intensa y constante de los asuntos públicos se propaga todas las mañanas desde Palacio Nacional. Pero en los desfiguros y ridiculeces que sobresalen en las actuales campañas se puede advertir un deterioro que va más allá de las diferencias políticas que escinden hoy al país. Es lo que tenemos. Con eso —a pesar de eso— hay que votar el 6 de junio.