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El debate público

Cápsulas de cultura sísmica

 

 

 

Ricardo Becerra

La Crónica

23/09/2018

 

Fue una sagaz periodista —regiomontana ella— quien, desencajada, puso cara de espanto nada mas al leer la portada Aquí volverá a temblar (Grijalbo 2018). “Me da gastritis nada mas de recordarlo”, confesó. Lo malo del asunto es que no tenemos otra opción, es un deber —de todos los chilangos— salir de la negación, conversar una y otra vez sobre estos asuntos y prepararnos, como si el siguiente desastre ocurriera mañana.

Ensanchar y mantener muy viva la cultura sísmica implicaría, por ejemplo, respondernos: ¿que hacen en otros países para preparar y enfrentar una devastación, digamos un temblor como el del 19 de septiembre?

Si usted es chileno y desea ayudar vehementemente ¿llevará a los albergues tortas, jabones, platos, refrescos, frutas, mole o todo tipo de medicinas? Nada de eso, el Protocolo exige agua, latas de alimentos no perecederos de fácil y rápida apertura, frazadas y pañales… no se admite nada más. Por una parte, no hay que llevar basura potencial a los escombros; clasificar un montón de objetos traídos reduce la rapidez y efectividad de la asistencia y ayudar no significa regalar lo que me ha sobrado en la despensa. Hay que “saber donar”, dicen.

Cuando ustedes entran por primera vez a la casa de un neozelandés típico (en Wellington, digamos) ocurrirán tres cosas: caravanas y sonrisas con un amable saludo; una presentación de gentes y en seguida, el anfitrión le mostrará la ruta de evacuación de su propio hogar.

Japón no cree en la buena suerte. Suponen que en una catástrofe los teléfonos van a fallar, punto. Los servicios de telefonía normal quedan obligados a suspender sus operaciones por ley, de modo que liberen espacio, eviten la congestión y permitan el paso a los “mensajes de emergencia” vía internet. Por esa red los nipones tienen predeterminado un buzón de voz (como ­whatsapp) donde comunican el “no te preocupes, estoy bien” a los números preestablecidos y por allí comparten noticias y necesidades. Se llama Disaster Voice Messaging Service.

Recuerda Mónica Rebolledo lo que nos contó el Teniente General T. Semonite: el Departamento de Seguridad Nacional de E.U. reconoce que la iniciativa privada posee, en gran medida, la maquinaria y las herramientas absolutamente necesarias en momentos críticos. De modo que esas empresas estratégicas quedan obligadas y saben perfectamente qué hacer y dónde deben llevar la ayuda. Esto lo aprendieron en 1994, tras el sismo que sacudió Los Ángeles. Constituyeron el Proyecto Bulldozer, en donde se formalizó el carácter obligatorio de esta cooperación gobierno-contratistas, quienes a su vez asumen su lugar en el Comité de Emergencias de California. ¿No sería ésta una iniciativa sana, un gesto bienvenido, irreprochable, de los consorcios inmobiliarios en la CDMX? Una manera de reconciliar a las estigmatizadas “desarrolladoras” con la Ciudad.

Y claro, la educación. Los protocolos no son —no deben ser— papeles conocidos sólo por funcionarios huraños, guardados en archivos y practicados una vez al año. Los protocolos de seguridad han de convertirse en una especie de “segunda naturaleza cívica” constantemente repetidos, como un entrenamiento asiduo de quienes sabemos que, tarde o temprano, nos alcanzará un nuevo sismo.

No sería justo que los niños y los más jóvenes volvieran a enfrentar un desastre como el del 19 de septiembre, otra vez allí, improvisando, a las carreras, haciendo lo que pueden, encima del escombro. Eso, ya sería imperdonable.