María Marván Laborde
Excélsior
24/05/2018
Es una lástima que el primer debate en la historia de México, en el que participaron ciudadanas y ciudadanos, el esfuerzo del INE se haya desperdiciado al resultar éste un fiasco. El formato innovador quedó aniquilado por la sobreactuación de los moderadores que decidieron apropiarse del escenario para convertirse en protagonistas. Preguntas largas y repetitivas, poca inteligencia para encuadrar los temas y, en muchas ocasiones, interrupciones majaderas y agresivas.
Uno de los temas prometidos para el debate era México en el mundo. Ni quienes hicieron las preguntas ni los candidatos pudieron sacudirse el peso aplastante de la frontera norte, el muro de Tijuana acabó asfixiándolos.
Nadie se acordó de la Unión Europea o de que ese día hubo elecciones en Venezuela. Asia sólo salió a relucir cuando Meade reclamó a López Obrador que Morena hubiese votado en contra del TPP. Este último mencionó a Centroamérica para proponer una alianza para el desarrollo, parecida a la política que Estados Unidos utilizó en los años 60, del siglo pasado, para contener el avance del comunismo en la región.
¡Imposible imaginar que Trump se embarque en aventura semejante! Ni siquiera, en las múltiples ocasiones que se habló de Tratado de Libre Comercio de Norteamérica, alguno de ellos esbozó la posibilidad de hacer una alianza estratégica con Canadá para, entre ambos países, negociar con un poco de mayor ventaja.
Quizá uno de los momentos más interesantes de la noche del domingo fue cuando Diego Domínguez Sánchez los confrontó con una de las realidades más crudas del TLC: la disparidad salarial.
El único que parece tener una propuesta coherente y creíble es Anaya. Incremento del salario mínimo a $100 el primero año (18 por ciento) y en cuatro años duplicarlo. López Obrador no salió de la necesidad de que hubiese salarios justos y Meade repitió que no habría aumentos sin la correspondiente productividad. El Bronco, quien otra vez decidió jugar el papel de bufón, soltó la cifra de $335, por decir cualquier cosa.
Me parece alarmante la falta de conocimiento de los cuatro candidatos con respecto de los migrantes mexicanos que viven en Estados Unidos.
Para ellos, todos conforman una masa uniforme de personas desvalidas, paupérrimas, y, en su mayoría, con una condición migratoria ilegal. Ante ellos habrá que aplicar la consabida receta del paternalismo del Estado mexicano para protegerlos caritativamente.
En el debate, ninguno dio muestras de entender las múltiples migraciones que entrelazan a México con Estados Unidos en un sólo espacio físico y simbólico, que trasciende las divisiones geográficas o nacionalistas.
No parecen conocer la basta franja de más de 35 millones de mexicano-norteamericanos que fluyen entre ambos países, que se mueven cómodamente en ambas nacionalidades y que tienen manifestaciones culturales muy complejas. Algunos de ellos van y vienen diario a trabajar, a divertirse, a comer. Otros viven allá por temporadas y regresan.
A buena parte de ellos les preocupan poco las decisiones de Washington o las de la Ciudad de México. Sus centros políticos, sociales y culturales no gravitan en torno a las elecciones presidenciales. Ninguno de los cuatro advirtió que en este momento hay varios candidatos de origen mexicano intentando llegar a Washington el próximo noviembre. ¿Tienen propuestas para trabajar con ellos?
Desconocen que existe un grupo importante de mexicanos trabajando en universidades estadunidenses. ¿Forman entre ellos una comunidad científica? ¿Cuántos mexicanos están empleados a nivel ejecutivo por grandes empresas norteamericanas?
No tienen ni idea. Para los candidatos los migrantes tienen un solo rostro, unas mismas aspiraciones y a través de un discurso culposo creen que el futuro presidente puede hacer algo para convencerlos que regresen a este México lindo y querido del que nunca debieron haber salido, ¿en serio?