Fuente: La Crónica
Ciro Murayama
Me voy a desviar de la economía y de la política, aunque quizá de esta última no tanto. El cartel resultaba más que atractivo: “Dos tipos descuidados” era el título del concierto que reuniría a Óscar Chávez acompañado por Los Morales y a Jaime López con sus Norteños Band el sábado 29 de agosto en el Auditorio Nacional. Volvían a tocar juntos luego de un dueto improvisado en un concierto del CEU todos tenemos pasado hará unos 22 años.
El recital lo abrió el decano con sus boleros, entre ellos “Si yo muero primero”, así como con algunos sones guerrerenses hay que destacar “El borracho” que forman parte del preciso trabajo de recuperación de música popular que desde hace cuatro décadas viene caracterizando la carrera de Óscar Chávez. Sin embargo, haciendo honor al título del concierto, en pleno descuido Chávez olvidó presentar al invitado, Jaime López, quien sí tuvo el detalle de presentar a su anfitrión luego de acompañarlo con la armónica. Hilaron, después, varias canciones a dúo, como “Se llamaba Doroteo”, letra de López en homenaje a Pancho Villa.
Llegó el turno solitario de Jaime López y con “A la orilla de la carretera”, tocada con una banda en la acústica del Auditorio Nacional, demostró por dónde iban a ir los tiros: prendió a su público y la raza comenzó a cantar también cosa que no había pasado hasta ese momento.
Ahí iba el mano a mano: Chávez siempre sentado cuando le tocaba estar solo, con esa voz fuerte y educada, aunque poco versátil, que forma parte del “sound track” de varias generaciones. (Es como Mercedes Sosa dijo una funcionaria de las Naciones Unidas, argentina, que lo veía por vez primera). López, en sus turnos, prendiéndose y prendiendo, bailando, inyectando energía, saltando por diferentes registros de voz, desplegando la música y canciones que lo han situado como uno de los más hábiles y refinados letristas en el uso y desarrollo del español que habla en México. La nave iba, pues, cuando llegó el intermedio para tomar aire, tragos y esperar a regresar para conocer cómo sería el remate de aquel invento.
Y, en efecto, la segunda parte fue inolvidable, aunque por motivos diferentes a los que uno se hubiera imaginado. Después de que Chávez acompañara a López en “Por cigarros a Honk-Kong”, aquella canción del disco “Nordaka” donde el Piporro grabó unos “solos filosóficos” que le ponen sazón a la de por sí hilarante letra, el autor de “Ella empacó su bistec” tuvo el atrevimiento de presentar un arreglo propio de “Por ti”: buena parte del Auditorio Nacional se venía abajo, pero por los chiflidos del público chavista que no toleró semejante innovación. Un abucheo sonoro, constante, escandaloso. Y de ahí pal real. Un público tan conservador como intolerante, visceral, pero, eso sí, muy de izquierda. Entre tanto grito imaginé a las gargantas emisoras: las mismas que se desgañitaron 15 años atrás en alabanzas a “Marcos”, las que puntuales acudían a emitir consignas en los campamentos de Paseo de la Reforma en el 2006… Ahí estaban otra vez, recordándole de manera involuntaria a Jaime López su propia letra de “Ni con rojos ni cristianos” los que mucho tienen en común cuando se rastrea su vena ultra, puritanista, acomodada en lo conocido y enemiga de lo que no entienden.
López, con sus tablas, a lo suyo: tocando, jalando a sus músicos que en alarde de relajo empezaron a tocar “La pantera rosa” de Henry Mancini, sin desentonarse, creciéndose al castigo como dicen los taurinos. Hasta el punto que, sonriente, se acercó al lado izquierdo del escenario y le pintó unas claras y explícitas “cremas” a un sector del irrespetuoso “respetable”. Mientras, el público lopista que no antichavista de pie, aplaudiendo, alegando de repente con las señoras que exigían su “Hasta siempre comandante” para desempolvar sus nostalgias y afinar sus ¿convicciones?
“Carcacha y se les retacha”, dijo Jaime López como cierre, acudiendo a una frase tan suya como la canción de “Sácalo”.
Desconcertado, el público de Óscar Chávez quien ni “mu” dijo en todo el desaguisado previo y se mantuvo a buen resguardo en su camerino se metió con el propio Caifán Mayor: “Óscar, ¿qué le debes a Jaime López?”, le reclamaban; “inspiración” se oyó de algún fan de López.
Coincidencia del repertorio o no, Chávez siguió con “Perdón”. Aun así alcanzó a sugerir: “Sigue abierto el Metro” para los que no le disculpaban la ocurrencia de invitar a alguien que no hiciera mero telonero. Les quedó a deber “La niña de Guatemala” y la noche, ahí dentro, terminó con “Macondo”.
En fin, como bien reflexionó Rafael Pérez Gay: cosas de juntar a Chávez con López. Por si usted se lo perdió, se presentarán ahora en el Cervantino: abusado dónde se sienta, no vaya a quedar con la porra enemiga.