Raúl Trejo Delarbre
La Crónica
30/03/2015
En las redes sociodigitales los ciudadanos se expresan con apertura y libertad. Allí se dicen muchas cosas que de otra manera no podrían expresarse. También se dicen muchas tonterías. Simplificaciones, injurias y fundamentalismos, son diseminados con desparpajo.
Las redes como Facebook y Twitter no son el único espacio en donde se procesan y manifiestan opiniones ciudadanas. Pero es imposible no tomar en cuenta esas zonas de manifestación y confrontación. Los rasgos de nuestra cultura cívica, lo mismo con expresiones maduras que con pobrezas y defectos, pueden advertirse en tales redes, que se han convertido en barómetros de la opinión de algunos segmentos de la sociedad.
El viernes pasado, después de reelegirse como presidente de la Cámara Nacional de la Industria de la Transformación, el ingeniero Rodrigo Alpízar Vallejo dio un discurso salpicado de reproches a las redes sociodigitales. “Los industriales estamos conscientes que el civismo y el amor por México no se enseñan en Facebook”, señaló en una de sus frases más efectistas, frente al Presidente de la República.
No sé quién ha dicho que el civismo se enseña en Facebook, aunque quizá no es mala idea. Las escuelas podrían encontrar en las redes sociales estupendos ejemplos de solidaridad y cooperación, lo mismo que de intolerancia y odio. Por otra parte cada vez más profesores, en todo el mundo, se apoyan en esas redes para complementar la docencia en el aula.
Por lo visto el ingeniero Alpízar, sin mencionarlos, discrepa con el uso de esos y otros espacios en internet que recientemente han permitido la adhesión de miles de ciudadanos a causas desdeñadas o insuficientemente respaldadas por los partidos políticos. En pocos días, en diferentes asuntos, los impugnadores al nombramiento de Eduardo Medina Mora para la Suprema Corte reunieron 55 mil firmas. Y el apoyo a Carmen Aristegui para que no fuera despedida de MVS recibió más de 100 mil adhesiones.
Esas firmas no reemplazan a procesos de decisión institucional como los que hay en el Congreso, ni a mecanismos de solución de disputas como los de carácter judicial. La expresión de adhesiones o rechazos en el entorno digital les permite a los ciudadanos acercarse a asuntos públicos respecto de los cuales, de otra manera, estarían al margen. Es pertinente señalar sus insuficiencias. Pero resulta inútil desdeñarlas y, peor aún, demonizarlas.
El ingeniero Alpízar cuestiona a quienes “pretenden hacer de la opinión pública un enemigo sin cuerpo, que en las redes sociales ha mutado hacia un tribunal público sin derecho de réplica, y con sentencia previa, no sólo del Gobierno o de la institución Presidencial, sino del país mismo”.
En ese diagnóstico se confunde la plataforma con el contenido, o el mensajero con el mensaje. Si hoy en México padecemos un clima de desazón respecto de la vida pública y de recelo hacia los gobernantes e instituciones no es a causa de los espacios de intercambio, en donde se puede discrepar y cuestionar con libertad. Las redes sociodigitales, incluso, permiten desahogar algunas de las tensiones que, sin esas tribunas, buscarían otras formas de expresión.
Para el presidente de los industriales “el déficit de confianza es tan o más peligroso que el déficit fiscal”. Pero el déficit fiscal, por cierto, no es de por sí aborrecible; se trata de un instrumento de política económica que utilizan gobiernos de todo el mundo y que en México solamente el conservadurismo de quienes diseñan esa política ha mantenido como un recurso marginal.
Pero déficit de confianza, desde luego lo hay. En la Convención de Canacintra, Alpízar debe haber conocido el estudio que presentó allí el Gabinete de Comunicación Estratégica que documenta una insoslayable crisis de confianza entre los mexicanos. En la zona del Valle de México, 4.6 de cada 10 ciudadanos consideran que la democracia en el país está retrocediendo. En el plano nacional eso opina el 36%, pero entre los ciudadanos con escolaridad universitaria esa posición es compartida por el 47%.
Solamente el 8.6% de los mexicanos confía “mucho” en el presidente de la República y el 46% no confía nada. Únicamente los partidos políticos (48%), los policías municipales (49%), y la Lotería Nacional (49.6%, aunque quizá por reticencia a fiarse del azar) recibieron índices de desconfianza tan altos en dicha encuesta.
Junto a esa altísima reprobación al presidente de la República, el recelo se extiende a otras instituciones y espacios de la sociedad. Cuando les preguntaron a qué fuente de información le creen más, el 24% de los ciudadanos consultados en esa encuesta dijo que a la televisión. Pero el 17% mencionó a internet y el 14% a las redes sociales. Solamente el 13% prefirió a la radio y el 11% (en números redondeados) a la prensa escrita. Es decir, las fuentes de información en línea alcanzan el 31%, 7 puntos más que la televisión.
Estamos ante modificaciones drásticas en la confianza a las instituciones políticas, que va de la mano con los cambios en las relaciones entre los ciudadanos y los medios. El mismo presidente de la Canacintra, que desestima a las redes sociodigitales, las utiliza con resultados modestos: hasta el día de ayer su página como “figura pública” en Facebook había recibido la adhesión de 2 mil 373 usuarios y su cuenta de Twitter llegaba a 3 mil 365 seguidores.
ALACENA: Nueva reversa del PRD
En todo el mundo las izquierdas sostienen que quienes más ganan, deben pagar más impuestos. Pero las izquierdas mexicanas, en ese como en otros temas, privilegian el clientelismo por encima de los principios. Una destacada excepción fue la postura del PRD en la reforma fiscal de 2013 cuando, de acuerdo con el PRI, logró que por primera vez la tasa fiscal, que pagan quienes reciben más ingresos, fuera mayor (muy ligeramente) al impuesto sobre la renta de quienes ganan menos.
Ahora los dirigentes del Partido de la Revolución Democrática se han arrepentido. En vez de proponer tasas fiscales realmente significativas, como las que hay en otros países, anuncian que sus diputados en la próxima Legislatura buscarán cómo bajar impuestos. Quienes ganan más y por eso pagan más, se alegrarán. Pero el debilitamiento financiero del Estado no debiera entusiasmar a nadie.