Ricardo Becerra
La Crónica
06/09/2020
El secretario de Hacienda, lo dijo en el tono más lóbrego: si la hemos pasado mal en el 2020, esperen a 2021, año en el cual viviremos —ya sin ahorros— la peor crisis desde 1929. Mientras tanto, el vocero sanitario del gobierno asumió tácitamente que el país había llegado “al escenario catastrófico”, los 60 mil fallecidos por la enfermedad de COVID-19 y todavía peor, acercándonos rápidamente a los 70 mil. No obstante, con placidez cascabelera —desde Palenque— el Presidente López Obrador prefirió dedicar su tiempo en estas horas para recordar su derrota en 2006, mofarse de Felipe Calderón y entrar gozoso a la grilla electoral.
En esta doble crisis, dentro de una calamidad histórica, me hubiera gustado tener al frente un mandatario serio, implicado completamente en nuevas medidas económicas y sobre todo, en aprender, en recopilar las lecciones del mundo (que son muchas) para controlar por fin, la expansión de la pandemia cuyos rasgos y amplitud ya podemos catalogar como crisis humanitaria (en México). Me gustaría haber tenido un Presidente que entendiendo y trabajando con el mejor equipo científico disponible, ordenase nuevas medidas, intervenciones más agresivas, ideando —a casi 200 días de crisis— una estrategia ofensiva contra el virus. Pero ésos son sólo mis deseos.
Lo que quiero decir es que —a pesar de la desidia presidencial— cambiar de estrategia sanitaria es necesario y es posible si nos fijamos en lo que ha hecho el mundo. Veamos.
1.- Preparar un conjunto de medidas coherentes para las próximas ocho semanas. Si se disponen de instrumentos que se hagan cargo del contagio y de su ciclo, es posible planear el “aplanamiento de la curva”. España, Italia, Inglaterra, lo hicieron en una situación desesperada. Nueva York de una manera ejemplar, incluso “aplastó la curva”. ¿Porqué no asimilar su experiencia, ya?
2.- Seguir con humildad y coherencia las recomendaciones sanitarias de la Organización Mundial de Salud. Realizar el número preciso de pruebas en el tiempo que se señala (uno por cada mil habitantes cada semana), confinamientos estrictos, crear un mapa de rastreo y generalizar el uso de los cubrebocas. Si hay buena política, México lo puede hacer antes de que llegue la otra epidemia: la de la influenza.
3.- En este momento la corrección número uno sigue siendo la realización de pruebas, pues los países que mejor controlaron y menor número de muertes (Vietnam, Corea del Sur, Alemania y Canadá) basaron su estrategia en el conocimiento que las pruebas brindan. Se trata de crear una base de datos para saber cuántos, quienes y donde están contagiados. Reconocer al SARS-CoV2 lo mismo en los enfermos que en los asintomáticos, portadores y “contagiadores” y a partir de ese conocimiento cierto, aislar y quebrar las cadenas de contagio.
4.- El personal médico y el reforzamiento de la infraestructura y equipamiento hospitalario deben convertirse en la prioridad nacional. El hecho de que México sea la nación con el número más alto de personal médico que ha muerto, es la demostración más incontestable de nuestra no-preparación, de nuestra ineptitud nacional. La pandemia será larga, y por eso, garantizar la indumentaria necesaria para proteger a quienes nos protegen es la mejor inversión estatal en estos momentos.
5.- Ahora ya sabemos algo que no reconocíamos en marzo: la principal forma de propagación del contagio está en el aire, en lo que exhalamos cuando hacemos casi cualquier actividad social, cuando hablamos, tosemos, estornudamos, cantamos, gritamos, nos exasperamos (por eso su potencia). De allí que el cubrebocas devenga vital. La generalización y la obligatoriedad de su uso, es parte crucial de la nueva estrategia.
6.- Las experiencias canadiense, alemana, coreana pero, sobre todo, la vietnamita, permiten imaginar un tipo de gestión y de control epidémico mas rápido, por específico. Esto es: aislar poblaciones por clusters (barrios, distritos, delegaciones), estrategia que permite una reduccio?n del contagio comunitario aunque no se recurra al cierre del conjunto de las ciudades o poblaciones. Claro: necesita pruebas y trazabilidad de los casos, de modo que existe precisión, ubicación exacta de los brotes. De ese modo el control deviene mas rápidamente y la economía puede reanudarse con mayor prontitud.
7.- Comunicar lo que ignoramos y en lo que no hemos podido acertar. Los Estados democráticos han de transmitir a la población no sólo lo que saben: también lo que no saben. En todas las experiencias ha sido mucho más provechoso admitir la incertidumbre y prepararse ante ella, que improvisar datos que luego se revelan como falsos o extremadamente errados.
Luego de seis meses, la pandemia no está controlada, será mucho más larga que la ilusión inicial de la “cuarentena” y el número de muertes es ya mucho mayor que 66 mil con una perspectiva a diciembre que alcanza las 200 mil defunciones.
Es una tragedia humanitaria. Que se puede atajar en parte, si se hecha mano de la sensatez y la razón.