Ricardo Becerra
La Crónica
07/05/2017
Hay que escapar cuanto antes de una inercia mental –fuga casi mágica, hacia el futuro- en la que nos metimos luego de años de frenesí reformador.
No la desenrollo, mejor ejemplifico: si hay gobernadores corruptos… hay que reformar la ley, cuántas veces sea necesario. Si hay candidatos que, a manos llenas, se agencian dinero ilegal, es por culpa del “diseño institucional”. Si el país ha vivido un período de estancamiento económico durante lustros, será por falta de reformas (estructurales), claro está.
O sea: sí aquí o allá algo va mal, entonces, hagamos una reforma legal, o más espectacular, una reforma constitucional.
Esto ha generado un espejismo inútil: los problemas de México no se resuelven con los instrumentos realmente disponibles, sino que necesitamos más y más cambios legales.
De este modo se evapora la acción y la responsabilidad de instituciones y de funcionarios concretos: no pueden cumplir con su encomienda porque el “diseño” o la ley, no se los permite.
De mi parte, sostengo lo contrario: llevamos lustros realizando una labor vasta de cambios legales y constitucionales que ya conforman todo un sistema que debe ser usado y que en su práctica, en su puesta en marcha, cambiaría mucho la situación de abuso, corrupción o indefensión que inunda a la nación.
Dicho de otro modo: el mundo legal heredero de la transición, es ya lo bastante robusto ya, cómo para crear un mínimo Estado Social de Derecho, un caparazón para defender una mejor vida, en la salud, la educación, el medioambiente, las relaciones laborales, la representación y un largo etcétera. El problema no está en la letra de las leyes, sino en la acción (mejor dicho, en la no acción) de los ciudadanos, en apretar los botones que ponen en marcha los derechos que ya están allí.
Nuestro problema contemporáneo no es pues, formal –legal o constitucional- sino que exista un ejército de mexicanos, consciente de los derechos que detenta y dispuesto a hacerlos valer. No un problema jurídico, sino un problema humano de acción y exigencia.
Esa es la idea de Nosotrxs, un grupo de mexicanos diverso e inconexo cuya finalidad es “politizar”, si, volver político el caso de la derechohabiente injustamente maltratada, de la usuaria del sistema de salud que debe esperar a las calendas griegas, del niño que no puede acudir a la escuela, del trabajador que gana un miserable salario mínimo, por decreto de autoridades anodinas. Todos esos derechos están “garantizados” por las leyes pero no se materializan por instituciones ciegas, burocráticas, atrapadas en su inercia o de plano, capturadas por intereses impublicables.
En Nosotrxs no existe la idea chabacana de los ciudadanos buenazos, adánicos, libres de todo pecado, versus los políticos que por definición son un horror: corruptos, malvivientes o inservibles. Al contrario: la idea es que los gobiernos, las instituciones, los partidos y esos políticos, actúen en un nuevo contexto de exigencia pública, contexto que está construido en lo esencial, pero que no encuentra la masa de individuos que lo ponga en acto.
El Estado y los ciudadanos no son una antinomia: son lo mismo, pero para que conecten, hace falta una masiva reclamación y acción de los derechos, que son de Nosotrxs. Nada de los funcionarios malos y de partidos malditos: echar a andar lo que, con mucho trabajo, ha construido la política mexicana en los últimos 20 años (a pesar de todo).
El día de hoy, este movimiento cívico se presenta, como una protesta hacia el gobierno y los gobiernos, contra el mundo de la política, pero asumiendo que no “somos los buenos”, sino los que necesitamos activar –en masa- la Constitución y la ley.
No es anti-partidos sino anti-política: la politización de millones que ejerzan y sepan que sus derechos están allí, para ser usados y para poner en acto el rediseño del Estado que ya ocurrió pero que no percibimos, porqué nosotros no lo ponemos en acto.
Son derechos conquistados. Instituciones garantes que allí están. Faltan las legiones de ciudadanos que la catapulten. Es política.