Raúl Trejo Delarbre
La Crónica
16/11/2015
Los viernes por la noche los jóvenes se apropian de París. Salen a tomar una copa, escuchan la música que les gusta, ratifican que es la Ciudad de la Luz y que siempre, pero sobre todo cuando es de ellos, es una fiesta. Allí se expresa una versión contemporánea de los principios esenciales que nacieron en esas calles hace dos siglos y cuarto: libertad, igualdad, fraternidad.
Eso es lo que han querido socavar los asesinos del viernes 13. No hay ciudad más emblemática que la capital francesa de las garantías cardinales que dan sentido a la civilización. En la democracia se cumplen las libertades para querer, decir y creer.
Los bárbaros aprovechan esa libertad para asesinar y atemorizar. Detestan la felicidad de los que bailan, beben o vitorean a un grupo de rock o en un partido de futbol. Quieren imponer su conservadurismo fundamentalista en vez de la tolerancia, que acepta las más diversas formas de vivir, siempre y cuando no restrinjan los derechos de otros.
Tiene razón Francois Hollande cuando explica que esos asesinos están “en contra de los valores que defendemos”. Los atentados del viernes 13 ocasionaron más de 120 muertes y lastiman a todos porque sus autores quieren dañar el ejercicio de esos valores en los que se finca nuestra civilización. Lo mismo pretenden con atentados en otros sitios. Apenas el día anterior la explosión de dos bombas dejó 41 muertos en Beirut.
El llamado Estado Islámico, grupo extravagante y hasta hace poco tiempo desconocido, propaga el terrorismo para abatir las libertades de otros con el pretexto de imponer una fantasía religiosa. El comunicado en donde se atribuye los crímenes en París expresa la insalvable brecha entre esos asesinos y las sociedades a las que agreden. Difundido por el Intelligence Group Enterprise, SITE, que lo tradujo del árabe al inglés, los autores de ese documento se ufanan:
“Ocho hermanos envueltos en cinturones explosivos y armados con ametralladoras atacaron sitios que fueron cuidadosamente seleccionados en el corazón de la capital de Francia, incluyendo el Estadio de Francia durante el encuentro entre los equipos del Cruzado Alemán y Francia, en donde estaba presente el tonto de Francia, Francois Hollande”.
Si esa declaración no pretendiera justificar un crimen tan cobarde, se le podría desdeñar, porque propone un contexto histórico con un retraso de casi mil años. Pero no es el pasado remoto, sino la vida contemporánea lo que encoleriza a esos asesinos. El Estado Islámico abomina la diversión y la libertad. Sus enviados dicen:
“También atacaron el Centro de Reuniones Bataclan en donde se habían congregado centenares de apóstatas en una libertina fiesta de prostitución y otras áreas en los (distritos) 10 y 11 y 18 en una acción coordinada. Así París se conmovió bajo sus pies y sus calles se estrecharon sobre ellos y el resultado de los ataques fue la muerte de no menos de 100 cruzados y una cantidad mayor quedaron heridos y así Alá es elogiado y reconocido”.
También conocido como ISIS por las siglas de “Islamic State of Iraq and al-Sham”, ese grupo exige a los musulmanes que se disciplinen a la autoridad de su califa, Abu Bakr al-Baghdad. Su propósito declarado es crear las condiciones para restaurar el reinado de Dios en la Tierra. Ese objetivo, de acuerdo con sus seguidores, disculpa cualquier exceso.
En otras palabras, ISIS es una banda terrorista de inspiración religiosa que ha ocupado territorios en Irak y Siria. La zona bajo su control tiene aproximadamente 30 mil kilómetros cuadrados (algunas estimaciones mencionan un territorio más grande), algo así como el tamaño del estado de Guanajuato. La posibilidad de asentarse en un territorio ha facilitado el reclutamiento de militantes que ahora tienen a dónde llegar para entrenarse y, eventualmente, regresar a sus países para participar en actos terroristas.
Hace pocos meses se estimaba que a las filas de ISIS se habían integrado más de 20 mil combatientes procedentes del extranjero. Un artículo en The New York Review of Books (“The Mistery of ISIS”, 13 de agosto) explica que los adherentes de ese grupo llegan lo mismo de países muy pobres como Yemen y Afganistán que de las naciones más ricas, como Noruega y Qatar.
ISIS tiene territorio y armas. Pero además cuenta con colaboradores muy hábiles en el uso de recursos informáticos. El mismo artículo estima que a fines de 2014 ese grupo manejaba por lo menos 45 mil cuentas en Twitter. Para eludir la supervisión de esa red digital, las cuentas de ISIS, en vez de una bandera o algún emblema relacionado con el islam, colocan fotografías de gatitos. Gracias a cuentas como ésas, miembros de ISIS han convencido a centenares de jóvenes de países occidentales para que se adhieran a sus filas. Entre ellos se encuentran muchachas que viajan a las zonas ocupadas por el Estado Islámico en busca de aventuras, acaso movidas por convicciones religiosas y políticas que asumieron recientemente y a pesar de que han sido ampliamente documentados los abusos de ISIS contra jóvenes y mujeres.
El Estado Islámico promueve y protege la violación de niñas y ha institucionalizado la esclavitud sexual. El 20 de agosto The New York Times publicó testimonios de 21 mujeres y niñas instaladas en campos de refugiados en Irak y que habían logrado escapar de ese grupo. Una niña de 12 años que estuvo amarrada, amordazada y que fue violada por un combatiente de ISIS relató: “Le decía que dolía, que por favor se detuviera. Me dijo que de acuerdo con el Islam, él podía violar a una infiel. Dijo que al violarme, se acercaba a Dios”.
Contra los fanáticos religiosos no hay razones que se puedan esgrimir. Peor aún cuando, amparados en ese fanatismo, cometen crímenes como los del día 13 en París. Los países occidentales están obligados a responder con la fuerza de las armas. Pero eso es lo que buscan los enajenados que diseñaron tales atentados. Precisamente después de que Europa abrió sus fronteras para recibir a los refugiados que llegaban de Siria huyendo de la guerra, ISIS quiere atemorizar para que haya nuevas restricciones a la migración.
La violencia de ese grupo fundamentalista recrudece la violencia de los grupos de derecha en Europa. La misma noche del viernes 13 Marine le Pen, lideresa del racista Frente Nacional y el conservador ex presidente Nicolas Sarkozy, que apuesta al debilitamiento del actual gobierno socialista, culparon a Francois Hollande por la falta de seguridad en París. Los asesinos del centro de conciertos Bataclan habían señalado al actual presidente francés: “Hollande tiene la culpa, no debió haber intervenido en Siria”, exclamaron mientras disparaban a quemarropa sobre decenas de jóvenes.
Los asesinos buscan una respuesta violenta. La derecha europea clama por medidas que le harán el juego a esa táctica. El gobierno francés emprendió ayer domingo bombardeos contra los territorios del Estado Islámico. Ese grupo criminal se merece tal respuesta. Pero junto con ella tendrían que mantenerse la apertura y la tolerancia que Francia y Europa han mostrado con los migrantes.
La violencia de los fanáticos no cederá pronto, ni con facilidad. Pero lo peor sería que, por combatirlos, quienes han sido sus víctimas se comporten como ellos. Los valores civilizatorios son inamovibles especialmente en las circunstancias más difíciles y ésta es una prueba para reivindicarlos. Hay que defender, ejerciéndolas, esas libertades que los asesinos quieren cancelar. Es preciso demostrar que somos diferentes a los bárbaros.