Enrique Provencio y Ricardo Becerra Laguna
Reforma. 01/10/2010
Vean la gráfica que acompaña a este artículo. Omitan –en lo posible- cualquier teoría, explicación o prejuicio previo heredado de algún economista muerto (o vivo). Solo concéntrense en los datos, todos oficiales, debidamente comparables. Es el arco completo de 80 años de actividad económica en México, un electrocardiograma crudo del PIB a largo plazo, y de modo muy importante, el promedio de crecimiento ocurrido, década tras década, desde el año 1930.
La simple panorámica permite formular cinco observaciones:
1) La peor caída del producto mexicano ocurrió -como todos- en medio de la gran depresión, hasta un abismo del -14.8%, en el año 32. Eran los meses en que las instituciones del New Deal apenas emprendían su marcha, pero en cuanto surtieron sus primeros efectos, también vemos el más espectacular rebote positivo (en “V”) ocurrido aquí: al año siguiente (1933) el crecimiento rondaba ya el 11 por ciento, o sea una oscilación destrucción-creación de riqueza que abarcó una cuarta parte del producto nacional.
2) El impulso distributivo cardenista y la industrialización, treparon a la economía a niveles del 5% y la mantuvieron ahí, en un sendero muy estable por diez años (los cuarenta).
3) En 1953, la nación vio descender el producto a una tasa “pavorosa e inaceptable” (como la describió el Presidente de entonces), del 0.3%. Pero la política económica reaccionó, y merced a una decisión meditada y planeada para devaluar el tipo de cambio –hoy inimaginable en el catecismo de Banxico- puso las condiciones para “el milagro” de las siguientes dos décadas. De hecho, en el lapso que va de 1950 y hasta la puerta de los ochenta, el promedio de crecimiento del PIB alcanzó la tasa de 6.46%, casi exactamente la que han sostenido India y Brasil en los últimos 15 años.
4) Luego, esa estructura implosionó ante el cambio del mundo y la inviabilidad de sus propios excesos. Fue una fractura geológica que marca una nueva edad para la economía mexicana: el famoso cambio de modelo, se decía, hacia uno “más eficiente, productivo, competitivo y abierto al mundo”. Las siguientes tres décadas –las de nuestra generación- son la historia de ese cambio y su consolidación.
5) Se suponía que los ochentas fue la década en la que los mexicanos pagaríamos la exuberancia, irracionalidad e incompetencia del modelo corporativo y proteccionista previo. Sangre, sudor y lágrimas indispensables que nos pondrían en la antesala de la globalización y la prosperidad. No ocurrió: los noventa no llegaron ni siquiera a la mitad del promedio de los años 50-70 y lo peor: los diez primeros años del siglo XXI acusan el peor desempeño económico ¡por debajo de la década de los treinta, la de la gran depresión con segunda guerra mundial incluida!
Los resultados del cambio geológico vivido en los ochenta reclamarían una explicación. ¿Qué pasó con las reformas liberalizadoras? ¿Será cierto que simplemente necesitamos más de lo mismo, en el mismo sentido? ¿No compartirán ellas, algunas, responsabilidad en el fracaso de casi treinta años?
Hubo un tiempo en que los años ochenta fueron llamados “la edad de plomo”, la peor década de la historia económica nacional (sin contar la Revolución). Pero no. De la peor década mexicana, en materia económica, aún no salimos.
¿Quién dice que los ochentas fueron la década pérdida?