Natalia Saltalamacchia
Reforma
13/04/2015
El Presidente de Panamá, Juan Carlos Varela, y su Canciller, Isabel de Saint Malo, deben sentirse satisfechos por el resultado de la VII Cumbre de la Américas.
Aunque no se puede decir que fue un éxito rotundo no se obtuvo el consenso para una Declaración final y se registraron algunos enfrentamientos entre grupos sociales ahí presentes- sí se alcanzaron las dos metas (extra oficiales) principales.
En primer lugar, se logró la asistencia de los 35 Estados miembro del sistema interamericano representados al más alto nivel de Jefes de Estado o de Gobierno (con excepción de Michelle Bachelet que debió quedarse en Chile enfrentando el enésimo desastre natural que aqueja a su país).
Dicha asistencia a su vez asegura la continuidad futura del proceso de Cumbre de las Américas, cuestión que varios países habían puesto en duda durante la reunión de Cartagena en 2012 argumentando la exclusión de Cuba.
Así pues, entre los resultados positivos se encuentra el hecho de mantener a flote el barco de la Cumbre de las Américas.
En segundo lugar, el proceso de normalización de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba no sólo no se descarriló (como se temía a raíz de las equivocadas sanciones impuestas por el Gobierno de Obama a funcionarios de Venezuela) sino que recibió un espaldarazo.
Por supuesto, en sus intervenciones a lo largo de la Cumbre ambos Presidentes recordaron que existen diferencias abismales entre los modelos político-económicos de sus países y subrayaron que falta un largo y complicado camino por recorrer.
Sin embargo, lo verdaderamente importante es que en este primer encuentro personal después del anuncio de las negociaciones bilaterales el día 17 de diciembre de 2014 los Mandatarios intercambiaron señales públicas de respeto y usaron un tono mutuamente deferente.
«Obama es un hombre honesto» dijo Raúl Castro; «agradezco al Presidente Castro el espíritu de apertura y la cortesía que ha mostrado durante nuestras interacciones» declaró Obama.
De tal manera que la Cumbre de Panamá fue un escenario privilegiado para mostrar que, al menos en este momento, el compromiso de acercamiento se anida en la cúspide de ambos países, lo cual es importante porque en los dos lados hay sectores reacios avanzar en esta dirección.
Así pues, los grandes ganadores de la Cumbre de Panamá, además del país anfitrión, son Cuba y Estados Unidos.
La primera porque vuelve con toda dignidad a ocupar un lugar en un foro del sistema interamericano, logrando que todos incluyendo su acérrimo enemigo de antaño- reconozcan al Gobierno revolucionario como un interlocutor válido.
El segundo porque se quitó de encima un factor que entorpecía sus relaciones con el resto de América Latina mientras veía que China y Rusia incrementan su presencia en el vecindario; porque ve cercana la posibilidad de tener una embajada en Cuba en una era de transición política; y porque podrá negociar abierta y directamente con la isla cosas que son de su interés como: lucha contra el narcotráfico, migración, temas de energía, etc.
Ahora bien, las consecuencias del apretón de manos, los discursos y la conferencia de prensa conjunta entre Castro y Obama no se agotan en la relación bilateral sino que revisten importancia sistémica.
Sin duda, este tardío deshielo contribuye a disminuir la polarización y las tensiones en el continente.
Por ejemplo, en la medida en la cual a Cuba le interesa que progresen las negociaciones, podemos esperar que La Habana tienda a ser un factor de moderación dentro de ALBA y de CELAC (como seguramente ya lo fue para evitar una posición conjunta del bloque bolivariano que hiciera naufragar la Cumbre de Panamá a raíz de las sanciones contra Venezuela).
Todo lo anterior tiene especial importancia para México.
Si el curso de la historia desemboca en la total normalización de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, la Isla se irá colocando cada vez más en una posición de bisagra y verá la necesidad de conciliar intereses entre la América Latina y la América anglosajona, es decir, estará en una situación similar a la que enfrenta México con exigencias y dilemas geopolíticos muy parecidos.
Es necesario pues redoblar los esfuerzos de cooperación con La Habana y seguir con la política de reposicionar a México en la Isla como lo ha hecho el actual Gobierno ya que se perfila una era de potencial convergencia de intereses con la Isla.
El país debe activar todas las baterías de su política exterior.
Lo cual conduce a manifestar extrañeza por la oportunidad perdida por parte de México en la sesión plenaria de la Cumbre.
El discurso del Presidente Peña Nieto fue corto (ni siquiera ocupó los ocho minutos concedidos a cada orador) y vacío de contenido.
Apenas saludó el proceso de diálogo cubano-estadounidense y las negociaciones de paz de Colombia para pasar inmediatamente al discurso machaconamente repetido de las reformas estructurales.
En un foro internacional de máximo nivel y visibilidad el Gobierno de México no habló de política exterior sino de política interna; no hizo alusión a los temas que se deben atender y resolver con el concurso de la comunidad interamericana sino que se limitó como principiante- a apegarse al tema de la equidad sugerido en el nombre de la Cumbre.
México no sólo perdió la oportunidad para señalar cuáles son sus prioridades e intereses en el sistema interamericano por ejemplo, tuvieron que hablar los presidentes de Guatemala y Argentina para recordar que la lucha colectiva contra las drogas es una de las cuestiones esenciales en este espacio sino que no demostró altura de miras, conciencia del momento histórico, ni orgullo por las propias gestas diplomáticas.
En una Cumbre en la que por fin Cuba se reintegra a un foro interamericano el Presidente de México podría haberse engalanado recordando que esa fue una reivindicación histórica del país.
En fin, fue un discurso deslucido que contrastó pobremente con la capacidad de oratoria de los subsiguientes participantes, Obama y Castro; pero lo más grave es que manda la señal de que al Gobierno de México no le interesa demasiado la política exterior, quizá porque está sobrepasado con las problemáticas internas.
En fin, la Cumbre de Panamá fue en términos generales una bocanada de aire para el muy debilitado ideal interamericano, un ideal que postula que tiene sentido pensar al continente americano como un solo espacio político y de cooperación internacional.