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El debate público

De epifanías del Covid

Rolando Cordera Campos

El Financiero

14/05/2020

El viernes pasado, “los tele esclavos” asistimos a una epifanía fúnebre, cruel. En el hospital de las Américas de Ecatepec, familiares de un enfermo entraron al recinto mientras, una mujer desesperada denunciaba a gritos el crimen que unos médicos o enfermeros perpetraban en ese lugar, inyectando líquido mortal a enfermos y pacientes tuvieran o no Covid-19.

Se trata de un ejemplo estruendoso de cómo los miedos, las inseguridades y desesperaciones, desatadas por la pandemia y el (des)ánimo social nos tienen en los linderos de una desaforada e ilimitada pandemia de anomia social.

Menos o más que una revelación de tal magnitud, las escenas en el hospital nos recuerdan el olvido y la catarata de omisiones que han troquelado una vida pública alejada de todo reflejo y convicción ciudadanos; que en el pánico, o antes de que estalle, no reconoce gobierno ni ley y cuyo mandamiento principal le lleva a desconfiar del otro, el próximo, sin distingo alguno. Qué decir de quienes son servidores públicos, gobernantes y políticos.

Esas inconmovibles video imágenes ilustran los horrores de la cuestión social “moderna”, por híper urbana, no porque a ella haya llegado sistemáticamente la atención y el entendimiento del Estado o la llamada sociedad civil organizada. Los mil y un (des)encuentros con esa realidad profunda y las vías de escape siempre a la disposición del crítico o el reportero, se nos echaron encima como un inapelable yo acuso.

Se trata de un frontal “aquí nos tocó”, para un ajuste de cuentas que nuestras tramas de comunicación social y política, imaginadas para alejar la violencia del trato político, parecen incapaces de asimilar, no digamos llevar a un buen puerto deliberativo, encaminado a inventar y hacer política de la buena. En este caso, la que debería destinarse a someter lo mejor posible a la pandemia y aprestarse a navegar de frente al temporal recesivo.

El calibre y la elasticidad del liderazgo con que contamos los mexicanos están por verse. No es cuestión de descalificar, sin apelación, al gobierno y a su líder. Tampoco, de poner por delante los horrores de todo tipo que antecedieron a la Cuarta Transformación y cuyo recuerdo y regodeo diario sirven para enmendar y remendar la legitimidad ganada en las urnas pero implacablemente corroída por la dureza de la realidad.

Con ese material podríamos escribir otro diccionario universal de la infamia, pero de ninguna manera montar el escenario indispensable para recuperar el sentido de la política que es diálogo y acuerdo; entendimiento efectivo y hasta afectivo del otro y culto comprometido a la deliberación y el mandato de los clásicos, de que la democracia es, o no será, un gobierno basado en la discusión.

Ahora, con el buen servicio de la oportunidad, la honestidad intelectual y el rigor técnico a que obliga el conocimiento sistemático de la realidad social, bien forjados por su propia evolución y sentido de responsabilidad cívica de sus cuadros y dirigentes de ayer y hoy, el Coneval nos ofrece unos panoramas cargados de enorme preocupación y angustia.

No para incorporarlos al muro de las lamentaciones que nos hemos dedicado a erigir a las puertas de una imaginaria Jerusalén, sino para adaptarlos como una guía ilustrada para revisar lo hecho y, con decisión y destreza, corregir el rumbo. Lo que nos espera, nos dice con sobriedad el Consejo, es un incremento de la pobreza monetaria o de ingresos; de la pobreza extrema y, en particular, de aquella alojada en las ciudades. Las políticas desplegadas para encarar los efectos nocivos del encierro productivo y del empleo no son ni serán suficientes. Más bien, en la medida en que la quiebra de empresas se torne masiva, no solo por la pandemia sino por el efecto de interdependencia sobre el ingreso, el empleo y el consumo, se advierte una crisis mayor, social y económica, centrada en el desempleo y la inocupación de millones.

Se ha instalado en el mapa de nuestras cercanías la posibilidad de una crisis política general; quienes aconsejan a los empresarios “olvidarse” del gobierno que, en efecto, no parece dispuesto a escucharlos y, menos a dialogar, están jugando al desplome o la rendición de los contingentes que sitiaron sus palacios, sin tomar debida nota del poderío disruptivo ahí acumulado. Por su parte, la tajante alternativa del “conmigo o contra mí” planteada por el Presidente este lunes, no hace sino profundizar las heridas reales o virtuales de quienes se han sentido agredidos.

“La crisis, advierte el Consejo, podría provocar que la población que en 2018 no era pobre ni vulnerable, tenga afectaciones que los lleve a encontrarse en alguna de estas condiciones”.

Y agrega: “Enfrentar la crisis de manera reactiva y emergente no será suficiente, es necesario reducir las brechas existentes (…) e iniciar una urgente reflexión pública sobre la necesidad de promover un sistema universal de protección social” (Reforma, 12/05/20, p.2).

Conviene leer bien y entender mejor las cifras. No hay que darle muchas vueltas al asunto: el incremento en el número de pobres es una confirmación de fallas graves en la visión y la estrategia de política económica. Que no recoge fatalidad alguna y, cuya revisión y reforma es nuestra más exigente asignatura pendiente.