María Marván Laborde
Excélsior
26/04/2018
La Fiscalía de Jalisco recurre, una vez más, a la hipótesis de la confusión. Dice la jefa de la investigación, Lizette Torres, que no hay indicios que los ligue con actividades del narcotráfico. De lo que sí hay evidencia es de la negligencia de la autoridad del 911, que irónicamente nació como iniciativa de Peña Nieto después de la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa.
Sumo a esta tragedia, y sólo para ilustrar mi punto, la noticia de este mismo mes de la aspirante a diputada del Partido Verde, Maribel Barajas, de 25 años, apuñalada y golpeada hasta la muerte. Lo que parecía ser un crimen político acabó siendo, de acuerdo con la autoridad, un crimen pasional, un feminicidio perpetrado por otra mujer, por diez mil pesos.
Cuando Hobbes hablaba en el Leviatán del Estado de naturaleza, entendido éste como la imposibilidad de convivencia de la humanidad en ausencia del Estado, siempre fue un constructo intelectual, jamás sostuvo que tuviese un referente empírico o que pudiésemos ubicarlo en un tiempo histórico. Hoy, quizá la sociedad mexicana está acercándose de manera alarmante a esa hipótesis a través de la cual Hobbes justificó la necesidad del Estado absolutista.
México tiene mucho más que un problema de inseguridad pública, no sólo enfrenta el problema de una guerra fallida frente al narcotráfico, que ha aprovechado los espacios de ineficiencia y corrupción del Estado para florecer por doquier y adueñarse de las relaciones de poder haciendo del monopolio de la violencia legítima una lacerante caricatura de la autoridad.
El nivel de crueldad y deshumanización de las violencias que estamos viviendo hablan del desgarramiento del tejido social y la pérdida de la capacidad de empatía que suponemos connatural a los seres humanos. ¿Dónde o cómo se nos pudrió esta sociedad?
A la luz de estos hechos suenan absolutamente ridículas las propuestas que escuchamos el domingo de la y los aspirantes a la Presidencia de la República. Entre las respuestas hubo diferencias importantes de enfoque, se reconoció el fracaso de lo hecho hasta ahora; López Obrador se atrevió a sugerir una hipótesis sobre las causas, aunque no supo responder cuando Zavala le increpó para reclamarle, con razón, que criminalizara la pobreza.
No escuchamos de nadie algo que nos permitiera suponer que tienen idea de la complejidad política, social, y hasta sicológica, del monstruo que tenemos enfrente. En un acto de honestidad, todos debieron haber reconocido que no podrán solos, nadie advirtió que la tarea de reconstrucción nos tomará, en caso de encontrar el camino, mucho más que un sexenio, quizá hasta más de una generación.
Es cierto que en un debate los aspirantes salen al foro a convencernos de sus habilidades personales y propuestas políticas; no desconozco que su urgencia por ganar el favor de los votantes no deja espacio para un mínimo principio de realidad y el reconocimiento de la magna tarea a la que nos enfrentamos pudo haberles restado simpatías, sin embargo, la noticia de la semana les da una cachetada mayúscula que debería obligarlos a poner los pies en la tierra.
Un plan de pacificación del país, que es mucho más que disminuir los índices de inseguridad, debería ser una oferta de campaña lo suficientemente atractiva como para poder ganar adeptos de toda la sociedad y el concurso de todas las fuerzas políticas.
PUNTO Y APARTE. Si el Senado cumple con sus obligaciones, deberán elegir antes del día 30 a dos comisionados del INAI, ojalá comisionadas, porque salieron Areli Cano y Ximena Puente. En el proceso de selección pasado los senadores se burlaron del trabajo hecho por los organismos de la sociedad civil, tal vez por ello ahora se les dificultó tanto encontrar quienes les acompañaran. Hago votos porque, ahora sí, escojan personas capaces como Cano y no comparsas como Puente.