Ricardo Becerra
La Crónica
29/07/2018
Todavía escucho zumbar en mis oídos y retumbar en mi cerebro una multitud de afirmaciones que merodearon y tiñeron la campaña electoral: que los crayones que ofrece el IFE para marcar las boletas son una vacilada, su marca fácilmente se puede borrar; el líquido indeleble se evapora con cualquier detergente quitamanchas; que el Instituto Nacional Electoral estaría arrastrando los zapatos para no entregar la constancia de mayoría al señor López Obrador (pues no, ésa la entrega el Tribunal Electoral); el religioso Solalinde video advertía que el INE no daría los resultados electorales la noche misma de los comicios (a pesar de que Lorenzo Córdova reiteró que sí, centenas de veces); que el INE no podría levantar todos los conteos rápidos en todas las elecciones para gobernador; que las infames 750 boletas en las casillas especiales y un largo etcétera, que ahora nos parece inofensivo, sincretismo escéptico que pervive desde la era clásica del PRI y claro, parte del folclor de la contienda.
No lo era por supuesto, porque si los resultados hubiesen sido distintos, esas baratijas habrían formado parte de la gran impugnación (y no son pocos los que se siguen tragando tales píldoras), de una nueva controversia medio legal y enloquecida y del atraso en nuestra cultura política. Y sin embargo, el proceso electoral se llevó no sólo esas fantasías elementales citadas arriba, sino otros mitos, acaso más sofisticados —sostenidos incluso por académicos respetables— que ahora no encuentran modo de asirse en la conversación pública. Veamos.
El dinero determina los resultados. Pues no. El diluvio de votos que acompañaron a Morena lo desmiente categóricamente: el PRI y su coalición casi duplican el financiamiento público de los morenistas y sus aliados, además de que el tricolor contaba con redes, gubernaturas y presidencias municipales que quintuplicaban a las del partido ganador. Y algo similar ocurría en medio de la rivalidad de Morena frente al PAN, PRD y MC: éstos se presentaron con mil 100 millones de pesos más. ¿Alguien puede seguir diciendo que éste es un sistema democrático que se compra a mano alzada?
El otro gran espantapájaros teórico es la compra de votos y su supuesta determinación. Pues si vemos los resultados en los estados más clientelares y en todos los demás, tal cosa no funcionó. Esta elección parece darnos, precisamente, la lección contraria: no es que no exista, no es que los partidos y gobiernos no sigan creyendo en el artefacto, pero la compra de votos a los electores contemporáneos se produce dentro de un sistema tan competitivo y paralelo a campañas tan importantes, que socavan sus efectos y hacen de la famosa compra una añagaza increíblemente ineficiente. 2018 es una demostración palmaria de los que la ciencia política ya había demostrado gracias a investigaciones inmensas y sistemáticas, justamente en México, como la que ha ofrecido el doctor Kenneth Greene (Why Vote Buying Fails: Campaign Effects and the Elusive Swing Voter) de la Universidad de Austin, Texas. Por cierto que esta indagatoria, se llevó el premio al mejor artículo de investigación presentado en el Congreso Anual de la Asociación Americana de Ciencia Política (APSA), en 2016. La compra de votos es un ejercicio palmariamente fútil en comicios que involucran a millones de electores (y claro, siempre y cuando existan las “benditas mamparas” que permitan a los más pobres votar en libertad).
¿Y se acuerdan de los priistas —esos genios— que en su cima jactanciosa, propusieron la anulación de la representación proporcional? Bueno, resulta que la existencia de esos 200 diputados plurinominales los sacó de la inexistencia en esta nueva —apabullante— composición de Cámaras. Si sólo tuviéramos diputados de mayoría relativa, el PRI tendría siete, ¡sí!, sólo siete diputados de 300. Pero como gracias a esta democracia existe la representación proporcional, cuenta con otros 38 diputados: 45 en total. Y en la Cámara alta pasa lo mismo: se ayuda de la representación proporcional. Gracias a ella duplica su presencia en el Senado.
¿Y que me dicen de las declaraciones según las cuales, la fiscalización no funcionaría? Allí lo tienen: como en el año 2000 (Pemexgate y Amigos de Fox) la autoridad electoral tiene las reservas institucionales para imponer multas ante hechos que demuestra con mucha claridad, lo mismo a perdedores que a ganadores, en este caso, al exultante ganador.
Todas estas hipótesis que han conformado el corpus teórico del fraude, deberían de colocarse en un baúl para un balance sereno de nuestra política y de nuestras instituciones políticas. Algunas quizás deberían formar parte de la agenda, pero la gran mayoría son el detritus de la mitología del fraude, una de las peores cosas que la “cuarta transformación” se debería llevar.