Categorías
El debate público

De la salud y la necedad

Rolando Cordera Campos

La Jornada

01/03/2020

El discurso, el tono y los contenidos que tienen las mañaneras, pueden llevarlas a volverse fuente de encono, incertidumbre y desazón. Para todos, fieles y agnósticos, conservadores y liberales, masones y librepensadores.

De regarse todo esto como la pólvora, no habrá manera alguna de evitar que miles de embozados bajo las redes sociales caminen a sus anchas en medio de caracteres regados sin asumir la responsabilidad de sus acciones. De “benditas”, las susodichas redes pasarán a ser vistas como maldición. Pero así es y será el veleidoso tema de la comunicación política, especialmente cuando se trata del poder y sus usos…y abusos.

Sin piso que las sostenga, porque la economía tiembla y no da señas claras de reactivación, las finanzas públicas no se verán multiplicadas como panes, dada su estrecha dependencia del desempeño general de la actividad económica. No obstante la abundante evidencia a este respecto, el presidente reitera su convicción de que la economía va bien y, al mismo tiempo, mantiene su intrigante  ofensiva verbal contra el complejo universo humano que se congrega en torno el tema y problemática de la salud.

De lo verbal, de por sí preocupante, pasó el gobierno a los hechos al despedir sumariamente al Dr. Celis, eminente neurólogo y director del Instituto de Neurología y Neurocirugía, sin que hasta el momento la autoridad haya ofrecido explicaciones satisfactorias. Con la salud no se juega, hay que repetirlo incesantemente, pero tampoco con quienes tienen a su cargo el conocimiento y la prevención;  entiendo que el Dr. Celis encabezaba un contingente avanzado y probado en estos menesteres.

La medicina pública, ámbito por excelencia donde tendría que cumplirse el mandato constitucional del derecho a la salud, ha sido el principal receptáculo del embate presidencial. En especial, médicos practicantes y directivos de clínicas y hospitales, a quienes se les señala, genéricamente, como los responsables del desabasto en medicinas o las fallas en la atención de niños y adultos. Los padres y madres de niños con cáncer y mujeres con cáncer de mama se encargan ahora, en plena calle, de escenificar un rotundo mentís al dicho oficial y algunos de ellos han anunciado que buscarán apoyo internacional para su reclamo. No son malquerientes del nuevo gobierno, menos descarriados del pueblo bueno

Sigue en el misterio saber porqué opta el presidente por esa forma de actuar pero, lo grave es que la pandemia ha estallado y llegará, no por conjuro reaccionario ni conservador, sino por la ley más dura e inclemente de la vida. Lo que se pondrá en juego entonces será nuestra fortaleza y capacidad.

No se trata, no solamente, de apuntar a la delicada cuestión del cambio institucional en el sistema, abordado atropelladamente por expertos, comentaristasy, sobre todo por el propio presidente quien sin matices ni distinciones resume todo en el vocablo corrupción.

Hace mucho que se advirtió sobre descuidos y abusos por parte de los gobiernos locales, en especial en el corrosivo caso de las compras de medicamentos y su distribución en clínicas y hospitales. Entre otros señalamientos, recuerdo un agudo reporte publicado por la Academia Mexicana de Medicina, pero también una serie de ensayos y estudios que deberían haber llevado a los defensores del Seguro popular a una revisión a fondo del esquema planteado originalmente. No ocurrió así. No era algo atribuible al Seguro per se, sino al contexto institucional y políticodonde hubo de inscribirse dicha opción, ideada para cumplir eficientemente con elmandato constitucional.

Previamente, se descentralizó el sistema, y lo hicieron con seriedad y eficacia Juan Ramón de la Fuente y sus colaboradores en la Secretaría de Salud allá por fines del siglo XX. Se consideraba que ese delicado paso era indispensable para avanzar en el cumplimiento del referido mandato. Sin embargo, ese proceso no podía ser capaz de subsanar las fallas mayores, no sólo del sistema sanitario, que sin duda las tenía, sino del sistema político que acusaba serios déficits en materia de representación ciudadana, control y monitoreo del sector público en los niveleslocales, estatales y municipales, en este caso el de la salud y la capacidad de corrección a tiempo de errores. Así se erigió un espacio público sin instituciones adecuadas ni destrezas para una gestión responsable; una tierra de nadie donde hicieron su agosto poderes de diversa talla y peso.

La Secretaría de Salud, señalada como rectora de ese continente primordial, poco pudo hacer para enfrentar esos abusos, sobre todo en un momento de cambio político en el orden federal y en el local. Ahora, como una maldición, otra vez se pretende tirar al niño con el agua sucia de la bañera y se opta por reducir el complejo asunto de la salud y su atención universal a denunciar la corrupción, por un lado, o la arbitrariedad presidencial por otro, pero no a concebir y diseñar una política de salud genuinamente de Estado, transversal, que trascienda —aunque por supuesto implica— la atención de la salud y el acceso a la misma, y que se plantea como un componente principal, una meta central, del objetivo de construir una sociedad más justa.

Si se recuerdan las muchas escaramuzas a que dio lugar la inopinada cuanto apresurada decisión del presidente para acabar con el Seguro Popular e inaugurar el INSABI, se concordará en que la cuestión central no resuelta del tema prácticamente no fue mencionada. Me refiero al estado real de la salud de los mexicanos y, desde luego, al estado que guarda el sistema responsable de cuidarla, prevenir la enfermedad y contender con los males mayores para curar, confortar y evitar que los más vulnerables caigan en gastos catastróficos que los lleven, junto con sus familias, a la ruina económica.

Ésta es, por desgracia, la cuestión central, crucial, que articula el drama de la salud mexicana. El tumulto verbal coadyuvó a que se le soslayara, desde el poder público, pero también desde la frontera de la crítica o la oposición. Por eso, entre otras razones, es que no podemos presumir de vivir en una sociedad sana. Está enferma y sin necesidad de que el coronavirus la contagie.