Jorge Javier Romero Vadillo
Sin Embargo
08/12/2016
Hace ya casi tres décadas que conocemos, con información contrastable, la situación desastrosa del sistema educativo mexicano. Desde el informe elaborado por Gilberto Guevara Niebla en 1989, publicado con el contundente título de La catástrofe silenciosa en 1991, cada vez que se somete la educación nacional a análisis, los resultados muestran el gran fracaso del país para formar capital humano capaz de enfrentar los retos de los mercados complejos y de aprovechar las ventajas del cambio tecnológico.
A partir de 2000 contamos además con la extraordinaria información comparativa que brinda la prueba del Programa Internacional de Evaluación de Alumnos, conocido coloquialmente por su sigla inglesa como Informe PISA, que se realiza cada tres años con un enfoque específico entre las tres áreas de competencia analizadas: ciencias, lectura y matemáticas. La prueba no registra lo que los adolescentes han memorizado, sino que les pide resolver problemas que ellos nunca han visto antes, a identificar patrones que no son obvios y a escribir con argumentos convincentes. Apenas antier se publicaron los resultados correspondientes a la examinación realizada en 2015 y en ellos no se registra sorpresa alguna: México no ha registrado avance en los quince años en los que ha participado en este ejercicio.
La información de PISA es enormemente útil tanto para establecer comparaciones internacionales como para hacer un diagnóstico del desempeño interno de nuestro sistema educativo por tipo de financiamiento de la educación, por regiones, por nivel socioeconómico de los estudiantes o por área de competencias. Los datos recogidos deberían ser un insumo sustancial para la política educativa, pues también permiten evaluar las estrategias que han resultado eficaces para lograr avances en otros países.
PISA 2015 muestra datos preocupantes en el ámbito internacional, pues el promedio de los resultados de los países integrantes de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico –el think tank de grandes economías promotor del informe– muestra también un estancamiento general en el desempeño de los sistemas educativos de los 34 países miembros, aunque también refleja avances sustanciales, sobre todo en países emergentes que sin ser integrantes de la OCDE también hacen la prueba. Sorprende el descenso de Finlandia, frecuentemente considerado un ejemplo de buen desempeño educativo, mientras que, en los niveles más bajos entre los que se encuentra México, hay países que muestran avances sustantivos, como Colombia o Costa Rica, que ya han superado a nuestro país en calificaciones.
Este año el foco principal de PISA ha estado en la asimilación del conocimiento científico (que comprende también el conocimiento del enfoque científico de la investigación) y en la valoración del aporte que hacen las ciencias a la sociedad. La vez anterior en que la prueba puso el acento en las competencias científicas fue en 2006, cuando México obtuvo en ese rubro una nota media de 410 puntos sobre 600 posibles; Finlandia obtuvo entonces la calificación más alta con 563, mientras el promedio de la OCDE fue de 500 puntos y Colombia alcanzó 388. Este año el promedio de la OCDE fue de 493, la calificación más alta la obtuvo Singapur, con 556, mientras que Colombia empató a México con 416 puntos. Así, el país sudamericano muestra una mejora sustantiva en los nueve años transcurrido, mientras que aquí el avance ha sido marginal.
En la prueba de 2012, que colocó el foco en las competencias matemáticas, México obtuvo entonces un promedio de 413 puntos en matemáticas, 424 en comprensión de lectura y 415 en ciencias, mientras que en la de este año, los resultados en lectura y matemáticas fueron 423 y 408 respectivamente. Colombia obtuvo 425 en lectura y 390 en matemáticas. Mientras que en 2012 solo Chile superaba en calificaciones a México entre los países latinoamericanos, este año también Uruguay, Colombia, Costa Rica y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, en la Argentina, muestran mejores resultados que nosotros, lo que indica un avance notable en su desempeño, frente al estancamiento mexicano. Mientras que Chile ha mejorado 49 puntos en lectura desde la prueba de 2000, México solo ha avanzado un punto.
La prueba arroja también otros resultados que muestran las deformaciones del arreglo educativo nacional; por ejemplo, el diez por ciento más rico de los estudiantes mexicanos también queda por debajo del promedio de la OCDE y las escuelas particulares, una vez descontada la ventaja socioeconómica de origen de sus alumnos, tienen peor desempeño promedio que las públicas. Es decir, la catástrofe educativa de este país alcanza a sus elites y las escuelas privadas hacen un doble fraude, pues no solo tienen un bajo nivel de enseñanza, sino que además cobran por ello.
La baja calidad de la educación mexicana, tanto pública como privada, es resultado de la dependencia de una trayectoria institucional que ha deformado el sistema de incentivos de la sociedad mexicana. La existencia de un sistema de botín en la administración pública mexicana, donde los criterios de reclutamiento de personal y de promoción y permanencia son de carácter político y se basan en las relaciones de confianza personal, la lealtad y la disciplina y no en la demostración de conocimientos, capacidades y buen desempeño, ha hecho a la sociedad mexicana poco exigente con respecto a la calidad del sistema educativo.
En las empresas privadas, basadas también en el modelo de negocio familiar, que reduce la incertidumbre en un entorno institucional esencialmente arbitrario e incierto, también ha llevado a que se privilegien las relaciones de confianza personal frente a los requisitos de formación y desempeño profesional, por lo que incluso entre los sectores altos de la sociedad se prefiera mandar a los hijos a escuelas donde van a crear relaciones, no a aprender. En México en más redituable tener conocidos que conocimientos. Sin embargo, este arreglo resulta extremadamente ineficiente respecto a las exigencias de los mercados abiertos de carácter global, en las que las empresas mexicanas no resultan especialmente exitosas.
La falta de mejora sustantiva en el desempeño de la educación mexicana, que constata quince años de parálisis, es resultado de la inmovilidad política de los dos sucesivos gobiernos del PAN, que optaron por mantener el statu quocorporativo y protegieron el sistema de incentivos basado en la disciplina y la lealtad sindicales, para garantizar el apoyo político de la dirigente del SNTE. Todavía es muy pronto para determinar si la reforma educativa impulsada al principio del gobierno de Peña dará resultados, pero me temo que sin cambios relevantes en el sistema de formación de profesores y en la ley del servicio profesional docente, el estancamiento no se superará.
Una conclusión general que se puede extraer del desempeño comparado de los países en PISA es que las estrategias más exitosas se han basado en hacer la carrera magisterial cada vez más selectiva y prestigiosa, lo que implica apostar por invertir en la formación de los profesores y en la generación de incentivos positivos para el buen desempeño. También da buenos resultados enfocar los recursos en los niños más necesitados, en extender la educación preescolar de alta calidad al mayor número de niños, en ayudar a las escuelas a generar dinámicas de mejoramiento permanente y en aplicar estándares rigurosos y consistentes en los salones de clase. Cualquiera que sea el “modelo educativo”, su éxito depende de la calidad de los profesores y de la adecuada distribución de los recursos. No son los países que más gastan los de mejores resultados, sino aquellos que lo hace de mejor manera para generar incentivos positivos que fomenten la calidad. Se conoce el camino, falta construir la coalición política y social necesaria para superar la pesada carga de la herencia.