Rolando Cordera Campos
El Financiero
17/09/2020
La paranoia inunda los pasillos del poder, pero también de quienes enarbolan las banderas de la oposición sin programas. La presidenta de la CNDH denuncia conjuras en su contra y el doctor Gatell desvela conspiraciones y sabotajes a granel contra su estrategia. Nada más falta que el maestro Herrera denuncie a los nuevos “gnomos de Zúrich” que le quitaban el sueño a Harold Wilson y acabaron minando el poder laborista para abrir la puerta al largo reinado Tory en el Reino Unido.
Eldridge Cleaver, delincuente devenido activista y dirigente de los Panteras Negras estadunidenses, dijo alguna vez que la paranoia era lo menos que uno podía hacer por uno mismo, pero me temo que nuestros gobernantes exageran y contribuyen a crear un ambiente que, además de irrespirable, lleva a la desconfianza y al todos contra todos donde el hoy magro, pero indispensable diálogo político y de políticas, acabe por desmoronarse.
Por cierto, no sería éste un caso único en el mundo o en nuestra averiada República. Así ha pasado en otros tiempos y lares; no hay garantía ninguna ante esta amenaza. Menos aún cuando la desgracia se torna peste; inermes y sin cobijo estamos.
Ésta no es ruta transitable para salir de los varios hoyos en que nos ha depositado la doble crisis devenida politragedia. Hacer descansar la política y las acciones públicas en truculentas hipótesis complotistas fraguadas en tugurios del mal no anuncia amaneceres. Más bien, lleva a desenlaces autodestructivos que profundicen nuestro triste estado actual.
Podemos suponer que, con todo y contra todo, la pandemia cede ante las estrategias del gobierno y el benemérito aguante de los mexicanos. Incluso, podemos asumir que pronto habrá un encuentro productivo entre asepsia y prevención, disciplina comunitaria e individual que obligará a federalistas y centralistas, en su nueva edición, a someterse al sentido común para diseñar una estrategia cooperativa y generosa. Y así sucesivamente, porque el supuesto mayor para todo este rosario sigue incólume: el suicidio no está en el horizonte de la especie; no todavía.
En donde la esperanza parece no encontrar puerto de alivio es en la economía y la correspondiente política para orquestar una recuperación que pueda traducirse en una visión de largo alcance y ambición. En desarrollo, como lo llamaban los antiguos.
El empecinamiento presidencial se ha apoderado de las indudables destrezas y capacidades alojadas en los territorios hacendarios y financieros del Estado y, al imponer como principio la renuncia a actuar sobre variables decisivas en una coyuntura como la actual, como son el déficit y la deuda públicos, ha paralizado el ingenio y hasta la voluntad de los responsables del diseño y la realización de una política como la requerida.
Podemos inventar “ingeniosas” posibilidades para mostrar que las cosas no están tan mal, pero no sacar del sombrero un súbito cambio en la dirección e intensidad de las tendencias dominantes sobre la actividad productiva y el empleo. Y es precisamente en la producción y la ocupación donde se juegan el futuro inmediato y la perspectiva de mayor plazo de México. Y no solo de su economía sino de sus relaciones sociales, su cohesión como formación social y nacional, así como la de su Estado.
No es exagerado resucitar el viejo mantra al que atribuyen el repunte y triunfo de Clinton sobre Bush. ¡Sí es la economía!, pero lo peor es que aquí y ahora su compañía son la necedad y la autocomplacencia que dan lugar a la mitomanía que no contempla al descalabro como fatalidad cercana.
La cosa se pone grave y la paranoia se vuelve pandemia al menor descuido.