Rolando Cordera Campos
La Jornada
29/07/2018
Al examinar las propuestas maestras del nuevo gobierno y confrontarlas con la política financiera, fiscal, monetaria, etcétera, anunciada, lo que uno encuentra son restricciones difíciles de vencer. No cuadra o no da, son las frases más socorridas y menos infelices con que uno termina su recorrido inicial del programa preliminar de gobierno.
Cómo relajar estas restricciones es parte de la destreza política que puedan desplegar los responsables de la conducción económica que corresponde al Estado. Lo demás será asunto privado concentrado en los grandes centros de acopio del poder económico. Hacer de este doble quehacer una nueva fórmula de economía mixta para el desarrollo de México será la misión central del presidente Andrés Manuel López Obrador y sus principales colaboradores en materia económica, pero también política.
Por lo pronto, constriñámonos a principios y frases generales sin las cuales, por cierto, no se puede urdir un buen mensaje que acompañe y dé sentido histórico a la política económica del Estado. Son, espero, la savia de toda estrategia más todavía cuando ésta se presenta como una estrategia de cambio progresista, como es el caso.
Primera frase: la mejor política social es una buena política económica. Una comprometida con el crecimiento alto y sostenido de la economía y el empleo y la creación de los mecanismos mínimos necesarios para redistribuir mejor y progresivamente los frutos de dicho crecimiento. No hay ni habrá una política económica para el cambio sin instituciones, nueva y viejas, que soporten las tendencias y fuerzas desatadas por el crecimiento y las encaucen y modulen en favor de la equidad y con rumbo a la igualdad.
Segunda frase: la pobreza se abate y supera con el crecimiento y el empleo, mientras que la redistribución se logra con poderes compensatorios efectivos y comprometidos con el cambio en la pauta distributiva a favor del trabajo. Así lo concibieron y actuaron los dos grandes reformadores del capitalismo en el siglo XX, los presidentes Franklin D. Roosevelt y Lázaro Cárdenas, y así lo tendrá que concebir y reinventar el presidente López Obrador.
En el capitalismo moderno, dentro del cual nos movemos, no hay mejor institución redistributiva que el fisco, aunque ésta sea inimaginable como tal sin una efectiva lucha económica de clases que para durar y ser productiva tiene que darse por conducto de organizaciones formales, durables y legítimas. De aquí la actualidad y pertinencia del sindicato.
Tercera: No hay capacidad de crecimiento y redistribución en una economía globalizada sin acuerdos sustanciales entre capital y trabajo y una creíble interlocución del Estado como árbitro y promotor. Monitor, de estos convenios. Forma parte sustancial de la democracia monitoreada
de la que nos habla John Keane en su libro sobre la Vida y la Muerte de la Democracia (Fondo de Cultura Económica, 2018)
Cuarta: no existe crecimiento alto y sostenido sin inversión alta y sostenida. Y no hay la inversión necesaria para crecer como se requiere sin una inversión pública que complemente y jale a la privada y le geste nuevos espacios de acumulación, producción y ganancia.
Y quinta: no hay nada como lo sugerido, sin un Estado promotor y regulador, responsable de la concertación público-privada y comprometido con la redistribución del ingreso y la riqueza. Expresamente comprometido con la justicia social y enterado de los vectores que hacen de esta justicia un régimen de gobierno, de Estado y democracia.
Más pronto que tarde, la reforma del Estado que el nuevo gobierno quiere y propone, tendrá que hacerse cargo de la precariedad fiscal del Estado y reconocer que sin una reforma fiscal recaudatoria y redistributiva no hay camino para andar. Las destrezas persuasorias de que han dado cuenta deben pronto dirigirse a este tema candente, pero vital. No existe futuro sin Estado; y no hay Estado sin finanzas fuertes. Lo de sano
lo dejo de tarea.