María Marván Laborde
Excélsior
10/03/2016
Todo parece indicar que el Partido Republicano reaccionó demasiado tarde como para tener alguna posibilidad real de detener a Trump; éste lleva una clara delantera frente a Cruz, Rubio y Kasish. En junio del año pasado nadie pensó que podría convertirse en un candidato con posibilidades de llegar a la Casa Blanca.
El out-sider tomó a su partido por asalto y, dado que tiene el suficiente dinero propio como para financiar su campaña, vende a los estadunidenses, que están dispuestos a votar por él, la ilusión de una supuesta independencia. Asegura que, de llegar a la Presidencia, lo hará libre de compromisos, porque su libertad económica se lo permite.
Si bien es cierto que la peor dependencia de los presidentes es con quienes financiaron su campaña, el razonamiento inverso no necesariamente es cierto, al menos no con la simplicidad que lo plantea el magnate. De aquí a noviembre tendrá que hacer compromisos con diversos grupos de presión y con poderes fácticos que no le permitirán gobernar con la misma libertad con la que dice estupideces. Lo que no quiere decir, de ninguna manera, que el señor sea menos peligroso de lo que aparenta.
Trump es un síntoma que refleja la descomposición que ha venido incubando el Partido Republicano desde el año 2000, que llegó a la presidencia George Bush hijo. El radicalismo conservador del Tea Party, el crecimiento de grupos políticos y sociales que promueven la supremacía blanca, su desprecio por lo público, la idea de un Estado mínimo que debe proteger las grandes fortunas y cobrar impuestos mínimos, que puedan pagarse a través de tarjetas postales —Ted Cruz dixit—, han hecho posible la fascinación acrítica por Donald Trump.
Fueron los propios republicanos los que buscaron candidatos conservadores e ignorantes que pudieran hablarle a los religiosos radicales e intolerantes, aquellos que niegan la teoría de la evolución. Recordemos la utilización grotesca de Sarah Palin en la campaña de 2012, quien atinó a comentar que por vivir en Alaska y “poder ver desde su ventana a Rusia”, ella estaba mejor preparada que nadie para ser vicepresidenta de Estados Unidos y defenderlos de las amenazas del exterior.
El temor de los republicanos es tal, que han formado un comité de acción política (Super PAC) para recaudar recursos privados con el fin de detenerlo. Dado que allá es completamente normal comprar tiempo en televisión para promover o denostar a un candidato, pretenden lanzar una campaña mediática que, en una semana, advierta del peligro que implica la llegada de Trump a la Casa Blanca. Si el próximo martes 15 de marzo les gana los estados de Florida y Ohio, será muy difícil detenerlo en la Convención de Cleveland.
La semana pasada se convirtió en el centro de atención, si bien sus tres rivales genuinamente querían lastimarlo mediáticamente, paradójicamente lo único que lograron fue darle mayor tiempo de exposición, con lo que acabaron fortaleciéndolo.
Los demócratas parecen confiados en que Trump les pavimentará el camino a la Casa Blanca. Si la candidatura demócrata la gana Hillary Clinton no sólo tendrá que responder jurídica y mediáticamente por los famosos correos electrónicos, tendrá que hacer una campaña lo suficientemente inteligente para no perder el apoyo de sus bases y atraer a los republicanos que verán en ella el mal menor.
A estas alturas de las primarias, y con la capacidad que ha tenido Trump de reunir voluntades para soportar su candidatura, nadie debería confiarse ni en Estados Unidos ni en el exterior pensando que hay manera de detenerlo o lo que es peor, que una vez en la Presidencia moderará sus posturas. Si triunfa, México deberá prepararse para cuatro años de hostilidades inconmensurables con su mayor socio comercial.