Ricardo Becerra
La Crónica
08/03/2020
El día de hoy puede ocurrir (ojalá que ocurra) la movilización social más importante en décadas. Es ocioso abundar en sus precedentes, legitimidad o importancia. Hace mucho tiempo que no presenciábamos una agitación así: tan amplia, no corporativa, vehículo de exigencias universales, no reclamos cortos para un “sector”. Porque en definitiva, ellas no lo son, no son “una parte”. En la medida que avancen las mujeres, avanzará el conjunto social.
Así que comprender ese indignado magma es nuestra obligación. Y uno de los aspectos críticos, uno que debemos entender, es su agenda obligatoria y sus consecuencias políticas. Es decir ¿qué debemos hacer, qué debe hacer el gobierno federal, los locales, las instituciones y la sociedad misma después de lo que ocurra hoy y mañana, luego de la demostración de fuerza y demanda de cambio que exhibirán las mujeres?
Es un problema inmediatamente político, en principio para ellas, pues la gran onda que han catapultado debe hallar un cauce, un puñado de demandas que tengan impactos reales y propicien cambios tangibles. La pregunta ¿cuáles?
El carácter difuso de la reivindicación feminista es fruto de la escala y globalidad de su opresión, desde luego. De ahí la dificultad inicial para traducirla en exigencias concretas.
Así, tenemos los más siniestros ejemplos: el reciente, de la niñita Fátima (secuestrada, ultrajada y asesinada) en la Ciudad de México o el de Paulina (obligada a parir después de una violación tumultuaria) hace 21 años, en Baja California.
El recuento para la reparación femenina es inmenso —va desde los acosadores, los golpeadores y los asesinos— y quizás ése sea uno de los principales componentes y dificultades de la reivindicación (la vastedad de su agravio). Pero insisto: para dar cauce ¿cuáles son o deberían ser los elementos precisos de su agenda?
Tengo la impresión que la violencia machista, masiva y consuetudinaria es el eje principal. La paridad en los órganos de gobierno y representativos, también. Y aún más importante: la igualación de las condiciones laborales y salariales están en el mero centro de la reivindicación igualitaria, el salario mínimo incluido.
Pero existen otros asuntos, sujetos a una formulación precisa que deberían formar parte de una respuesta nacional a su causa y que, por añadidura, no son indiferentes a las coordenadas clásicas entre derecha e izquierda.
Categóricamente: educación sexual en serio, difusión de los anticonceptivos, una poderosa campaña contra el embarazo adolescente y el aborto, son el fundamento material y biológico de la libertad objetiva de las mujeres.
Y esto es uno de los principales vectores en juego. Proteger y propiciar, en los hechos, instituciones y leyes, la libertad existencial de todas —de todas— ellas.
Y la pregunta es: ¿la derecha está dispuesta a asumir esta agenda reivindicativa? Y más: el gobierno de López Obrador, con su gozoso fardo de iglesias evangélicas ¿está dispuesto a asumir esta parte ineludible de la femenina modernidad mexicana?
Las mujeres han puesto el dedo donde más duele. Han colocado uno de los líneas divisorias más claras, que revelarán la distinción entre derecha e izquierda y de qué lado queda el gobierno que se llamó, alguna vez, transformador.