Ricardo Becerra
La Crónica
07/07/2019
Hubo un tiempo no muy lejano, en el que la democracia política aparecía como un destino manifiesto, un escenario histórico-mundial impuesto por férrea necesidad en las sociedades modernas (esto es, plurales, diversificadas, globalizadas). Ahora sabemos que no es así, es más, podemos constatar que el presente corre en otra dirección: hacia la autocratización.
Esta discusión comenzó en los ochenta con el emocionante libro de Samuel Huntington y “su tercera ola”, o sea, un tercer momento histórico de expansión de los sistemas democráticos (el primero con la revoluciones inglesa y norteamericana, el segundo, después de la segunda guerra mundial y la derrota de los fascismos) y la tercera iniciada en 1974 en Portugal, cuya particularidad era el bajo grado de violencia, grandes cambios políticos pacíficos, a través de eso que llamamos “las transiciones”.
Y no era ninguna alucinación liberal: era un hecho que se estaba verificando en todo el mundo, España, América Latina, Asia y África y lo que anunciaba era algo tremendamente importante: las democracias no son un sistema inventado por y para el occidente sajón, sino un sistema “de la sociedad humana” (Linz).
Pues bien, entre 1974 y 1995, el número de países que podíamos llamar “democracias”, más que se triplicó, de 36 en los años ochenta a 117 al finalizar el siglo XX (cuentas de Freedom House). Ésta era la base real, demostrable que consolidó la convicción de que, superando todas las singularidades nacionales y culturales, la democracia había triunfado.
Pero a la vuelta del nuevo siglo las cosas no parecían tan promisorias. China, en el centro del universo económico y demográfico, no daba visos de democratización alguna. Egipto e Irán proyectaban ya una sombra negra, y Rusia y Venezuela daban firmes pasos hacia atrás en materia de libertades y de controles democráticos… y sólo eran los ejemplos más visibles.
El gusto le duró poco a la politología. Apenas atravesamos el año 2003 y el número de “democracias efectivas” comenzó a decrecer, de modo que ya en su informe anual de 2011, Freedom House afirmaba que el número de las naciones democráticas empezaba a decrecer sin aparente remedio, un año sí y otro también, hasta que en su último reporte mundial de 2019 de plano reportan ya una “Democracia en retirada” (https://tinyurl.com/y8gyvd8k) en todo el mundo. De las transiciones y su halo esperanzador ya no quedaba nada, mientras que las consecuencias de la crisis financiera seguían polarizando y difundiendo una frustración social masiva en la mitad del planeta que abrió paso a otra ola: la de la “autocratización”. Y en ésas estamos.
Los síntomas son conocidos: las personas, los líderes, mientras más iracundos, mejor. Dominan escenario y elecciones desplazando y enterrando a los partidos. Las ideas con las que llegan al poder son simples y agresivas, con tintes discursivos de derechas o de izquierdas, pero que convergen en tres cosas: tirar a la basura a las élites dominantes; prescindir de los viejos procedimientos y mecanismos engorrosos y convertir a la migración en ese enemigo o en ese problema que determina el conjunto de la agenda. Turquía, Estados Unidos, Hungría, Brasil, entre muchos otros, siguen este patrón al pie de la letra. De modo que la “autocratización” no viene acompañada de un oleaje ideológico, sino más bien de un método: el populismo.
¿Qué fue lo que pasó, en el fondo de las sociedades, para que la euforia por la democracia como sistema mundial hace un cuarto de siglo, se haya metamorfoseado en una incertidumbre sobre la subsistencia de las democracias, puntualmente, aquí y allá?
Puede que la mayoría de las democracias estén en esta situación: el voto por el fascista, el populista, personajes claramente incapacitados para gobernar (miren al señor Presidente de El Salvador “El presidente más guapo del mundo mundial”, según su tuit, o al hilarante Boris Johnson en Inglaterra) ese voto digo, es causado por la “continua decepción”, haber aceptado un status quo más o menos democrático y sin embargo, comprobar con los años, gobiernos y legislaturas que, vótese por quien se vote, la calidad de vida y la expectativa de mejorar la vida, se reduce, en medio de escándalos, fracasos sociales graves y corrupción. Y cuando se agotan las alternativas dentro del sistema establecido sobreviene y demandan populismo. El desprecio de todo “eso” conquistado en nombre de la democracia.