Categorías
El debate público

Detrás del ¡Fuera gringos!

Raúl Trejo Delarbre

Nexos

08/07/2025

Rabia y resentimiento, fanatismo y violencia: esos factores, entre otros, se encuentran en la protesta contra la gentrificación en la Ciudad de México. El disgusto, entendible, de quienes se inconforman contra el desplazamiento urbano propiciado por los altos costos de viviendas y servicios, se confunde con causas de muy variada índole. El “¡fuera gringos!” gritado por centenares, al mismo tiempo que algunos más rompían escaparates y robaban en tiendas, expresa reclamos confundidos en la algarada callejera.

Entre los manifestantes del viernes 4 de julio había vecinos molestos con la extranjerización de sus colonias, personas desplazadas a otros rumbos de la ciudad o que nunca han podido habitar en esos barrios, simpatizantes de variopintas y remotas causas como la lucha del pueblo palestino, izquierdistas en busca de movilización popular, adeptos y sobre todo adversarios del gobierno, ciudadanos que aborrecen a todos los partidos, provocadores de patrocinio incierto pero ostensible protagonismo. El rechazo a los gringos —exagerado, irracional, trasnochado, pero vigente— concentra la ojeriza de esos grupos y personas.

Los abusos de Trump y su gobierno, el discurso victimista en el que se envuelve la presidenta mexicana cuando le responde, los archiconocidos agravios históricos desempolvados por el morenismo y ese síndrome antiyanqui que, por retrógrado que sea, forma parte del ánimo nacional, se amalgaman para favorecer la retórica anti gringa. En ese contexto, el disgusto de algunos vecinos se ha potenciado y lo aprovechan disímiles grupos. La amalgama crea un campo fértil para la provocación.

Muchos asistentes a la manifestación del viernes, y antes en el mitin de donde salió, portaban y coreaban consignas antiestadunidenses. Se podrán redactar centenares de páginas sobre el significado de esa obsesión que, siempre, seguirá teniendo algo de raigambre y de irracionalidad. El gringo, se podrá decir, es culpable simbólico (a veces algo más que eso) de nuestras insuficiencias, emblema del poder y sus desmanes, pretexto político y chivo expiatorio. Pero en todo momento, y en especial ahora, es una estupidez y una gran irresponsabilidad salir a la calle con pancartas y pegatinas con la leyenda “Kill a gringo”.

El “¡fuera gringos!” coreado por los manifestantes refleja una exigencia catártica, metafórica si se quiere, pero ofensivamente intolerante. Tal intolerancia se emparenta con la de Trump contra los mexicanos. Ese fue el discurso de la marcha. En la forma lo que destacó fueron el vandalismo y el temor que suscita.

Enquistados en la marcha, pero sin ser rechazados por los manifestantes, algunos individuos apedrearon fachadas, rompieron cristales, pintaron muros y amenazaron a los clientes de restaurantes y otros establecimientos. Varios iban de negro y encapuchados. Salieron del Foro Lindbergh, en el Parque México, y desatendieron las peticiones de los organizadores del evento para que respetaran ese recinto. “Pedimos a los grupos que no vandalizaran el Foro Lindbergh, que fuera una manifestación en paz, pero nos dijeron que algunos tienen sus formas de expresarse”, dijo una vecina.

El clima de la marcha fue descrito así por Elba Mónica Bravo en La Jornada: “Los manifestantes lanzaron piedras contra aparadores y ventanales, dañaron sillas y mesas de restaurantes y cafeterías; otros utilizaron el mismo mobiliario de los negocios para causar destrozos mientras gritaban al unísono: ‘¡fuera gringos!,’ ‘¡ésta no es tu casa!’, ‘¡comercio local nuestra capital!’, mientras en la convocatoria se destacó la frase ‘gentrificación no es progreso, es despojo’. Algunos participantes alertaban a los integrantes del contingente para seguir la movilización: ‘¡vámonos!’ y ‘¡explosivo!’, al tiempo que se escuchaba la detonación de algo parecido a un petardo”.

En la calle Ámsterdam destrozaron la fachada y terraza de un Starbucks y se detonó al menos un explosivo. Un breve video muestra a varios clientes de esa cafetería, hincados detrás de una mesa para protegerse; son muchachos tan o más jóvenes que los manifestantes que los agreden, sostienen con miedo sus mochilas, ninguno tiene facha de extranjero.

La marcha recorrió la colonia Condesa y cruzó hacia la Roma. Los más agresivos apedrearon comercios en Álvaro Obregón, entre ellos la taquería El Califa y atacaron el Café Toscano en Orizaba. La tienda de ropa Ripndip fue saqueada. En los videos difundidos sobre esos hechos no se advierte que otros manifestantes se inconformen con las tropelías de los más violentos y se registran los vítores a esas acciones. Al inicio de la marcha algunos participantes agredieron al youtuber Armando Saucedo y, más adelante, persiguieron a Luisito Comunica, conocido personaje de las redes digitales.

La policía de la Ciudad de México estuvo intencionalmente al margen de esos acontecimientos. Más aún, esa corporación inhibió la presencia de policías de la Alcaldía Cuauhtémoc (que no está gobernada por Morena). La directora de Seguridad Pública de esa alcaldía, Lilian Chapa, dijo que la Secretaría de Seguridad del gobierno capitalino “instruyó a la Policía Auxiliar de la Alcaldía Cuauhtémoc retirarse del lugar”.

Además de los destrozos, forcejeos y amenazas con la excusa de combatir la gentrificación, hubo una agresión directa, con disparos al aire, contra las oficinas de la Alcaldía. La alcaldesa en Cuauhtémoc, Alessandra Rojo de la Vega, informó que en la manifestación y después de ella: “Un grupo de personas quién sabe pagadas por quién vandalizaron patrullas, comercios, rompieron vidrios, echaron gasolina, lastimaron gente, rompieron cámaras. [H]asta pasaron a la alcaldía disparando al aire.¿Por qué? ¿Qué mensaje querían mandar?… Quizá nunca lo sepamos”.

Lo que sí se sabe es que el gobierno de la Ciudad de México decidió dejar sin vigilancia el recorrido de la marcha. También ha sido pública la simpatía de la jefa de Gobierno, Clara Brugada, con la causa antigentrificación. En un comunicado que difundió la noche del viernes 4, esa funcionaria dedicó varios párrafos iniciales a expresar su crítica a la gentrificación. Sólo hasta el quinto párrafo rechazó “la violencia como método para resolver conflictos”. La postura antigentrificadora destacó por encima de la condena al vandalismo.

Esa actitud de Brugada fue tan cuestionada que, el domingo 6 de julio, su gobierno tomó una definición distinta. Un nuevo comunicado, que ella no difundió en sus redes y que al día siguiente la mayor parte de los medios ignoró, rechazó “el uso de la violencia en cualquier tipo de manifestación pública, por muy legítima que sea” y condenó “los actos de violencia y vandalismo generados en la protesta por el fenómeno de la gentrificación en la colonia Roma, los cuales —evidentemente— fueron provocados por grupos de personas ajenos”.

La manifestación del 4 de julio fue también cobertura para otras causas. Antes de la marcha hubo un mitin en el Foro Lindbergh, en el Parque México. En varias intervenciones la gentrificación era soslayada para referirse, sobre todo, a temas como la lucha del pueblo palestino. “La práctica gentrificadora es una práctica genocida”, dijo uno de los oradores. Según él, “la gentrificación es el prototipo de lo que es el genocidio. Así como está sucediendo en Gaza, así será aquí”.

Otro orador, llamado Ramsés Lara, expresó entre aplausos: “¡Estamos hasta la puta madre de todos esos pinches gringos! Vienen a nuestro país a hacer lo que su puta gana se les da. Eso ya no es gentrificación, es colonialismo, es invasión”. Ana María Aparicio del colectivo Claudia Cortés, una de las agrupaciones que organizaron esa movilización, habló del tema central aunque con más emotividad que hechos: “El tsunami inmobiliario se ha apoderado de nuestros barrios, nuestra colonia, nuestro pueblo y nuestra ciudad… ¡La gentrificación es colonización!”.

Otro más, en ese carrusel de intervenciones breves, dijo: “Estamos hartos de que este gobierno se salte las leyes para favorecer a los que más dinero tienen. Estamos hartos de que vengan los extranjeros con sus euros y sus dólares y quieran comprar a nuestra patria”. Los gritos en contra del gobierno animaban esos discursos. También hubo arengas a favor del EZLN.

Una muchacha muy joven, en vez de decir un discurso, se puso a cantar “El Apagón”, de Bad Bunny: “Yo no me quiero ir de aquí / Que se vayan ellos… esta es mi playa, esta es mi tierra, este es mi sol”. Otro más, llamado Carlos, recalcó: “Invito a los gringos con todo respeto a que se retiren de mi tierra. No los soporto, no me agradan… Escúcheme presidenta, qué le pasa: está más preocupada por lo que publico en mis redes sociales… Este gobierno no me agrada”.

El aumento en los precios de viviendas y servicios perjudica a unos, pero beneficia a otros. Los comercios en zonas gentrificadas son fuentes de trabajo. Los propietarios de departamentos de alquiler hacen negocio con ellos, puesto que para eso los tienen. Los extranjeros que llegan a vivir en esas colonias no son los culpables del encarecimiento de las rentas. En las zonas gentrificadas hay personas que están conformes con esa situación pero otras, entre las cuales hay numerosos desplazados, no lo están. El gobierno de la Ciudad de México en años recientes estimuló la llegada de extranjeros porque es fuente de ingresos. En octubre de 2022 Claudia Sheinbaum, siendo jefa de Gobierno, suscribió un convenio con Airbnb para atraer a personas de otros países que hacen trabajo a distancia.

Es imposible impedir la gentrificación, pero habría medidas para paliar algunos de sus efectos indeseables: programas públicos de vivienda social, ayudas o subsidios para alquiler de residentes históricos, protección legal contra desalojos, auténticos controles y políticas territoriales para el desarrollo inmobiliario, apoyos a pequeños comercios, etcétera. Por lo general los grupos antigentrificación en la Ciudad de México privilegian el rechazo en bloque a la llegada de nuevos inquilinos, en particular extranjeros, y no proponen medidas como esas.

A diferencia de algunas interpretaciones que circularon de inmediato, los manifestantes no fueron movilizados por Morena, ni se encuentran en la órbita de influencia de ese partido. En ese disperso movimiento hay enojo, ingenuidad, mescolanza de causas y temas, la candorosa creencia de que basta con culpar a los gringos para encarar problemas como la escasez de vivienda. Esos rasgos son parte del escenario en el que se manifiesta el rechazo a la gentrificación, un asunto que seguirá movilizando disgustados y que, posiblemente, continuará siendo aprovechado por provocadores.