Fuente: La Jornada
Adolfo Sánchez Rebolledo
Vísperas del centenario de la Revolución Mexicana, Andrés Manuel llega a Santiago Yaveo, Oaxaca, un lugar pobre y desolado, al igual que otras tantas comunidades regidas por «usos y costumbres» en ese estado. Será el último de los casi 2 mil 500 municipios recorridos desde hace casi tres años por el «presidente legítimo». Se cierra así un ciclo complicado, riesgoso y extenuante de la vida política nacional, cumplido con esfuerzo y rigor, pese al incesante fuego enemigo; una etapa cuyos saldos podremos valorar a partir de ahora, cuando la disputa por el poder comienza a ocupar todo el horizonte. Mientras, en Santiago Yaveo, López Obrador no puede eludir la fecha sin referencia a la actualidad del movimiento de 1910, aunque todos comprendan que habla de la historia para pronunciarse sobre el futuro inmediato. Reitera dos convicciones. La primera es que a 100 años del Plan de San Luis es urgente una transformación radical, pero «no mediante las armas, sino (a través) de la revolución de las conciencias», detalle importante olvidado por sus críticos. La segunda, anclada en la ética, designa al sujeto de esa revolución incruenta y su razón de ser, dando un valor transformador a la voluntad del individuo, una vez sustraído de la masa enajenada –de ahí el énfasis en la contabilidad de los representantes del gobierno legítimo– para integrarse al movimiento popular liberador: «No nos arredramos ante ningún poder que atente contra nuestra dignidad. No aceptamos ser esclavos en nuestra propia tierra. ¿Qué queremos? Arriba los de abajo, arriba los pobres y los privilegios.»
Al día siguiente, apremiado al balance por La Jornada (22/11/09), López Obrador, ya sin el tono profético de la plaza pública, reafirma: el mayor logro ha sido la resistencia misma. Quienes juzgan al movimiento sólo por el desgaste no ven lo principal. Esa estrategia, asegura, impidió que «nos desdibujáramos políticamente» y, gracias a ella, «se creó el movimiento que, quiérase o no, es la única alternativa que puede llevarnos a una verdadera transformación del país». No sorprende la conclusión de López Obrador respecto de su papel: «Si logramos sobrevivir este segundo tramo, si estamos bien posicionados y es útil para la transformación del país, puedo ir como candidato a la Presidencia en 2012».
La reunión en el Zócalo vendrá a ser un acto de reafirmación, la oportunidad física, visual, verbal de expresar que la resistencia sigue viva y con todas sus aspiraciones intactas, pero poniendo distancia con respecto de otras piezas del rompecabezas social y político de la izquierda, cuya ausencia se hizo más notoria por cuanto están en marcha procesos unitarios para recuperar el terreno perdido en los desencuentros de los últimos tiempos.
Para Magdalena Gómez, por ejemplo (La Jornada, 24/11/09), fue «significativo que no se mencionara ningún partido ni participara algún representante como orador», lo cual la interpreta como una crítica implícita a las llamadas «refundaciones» en curso. Sin embargo, luego del acto, cuestionado por la prensa sobre la posible ruptura de la unidad hacia el Frente común, Alejandro Encinas, tratando de que el mensaje se escuchara en el Palacio del Ayuntamiento, señaló: «Todos tenemos claro que tenemos que ir unidos, con un solo candidato y con una coalición muy amplia de partidos y organizaciones. Va a haber cohesión porque creo que todos aprendimos la lección de 2009». Será candidato, reiteró, el que «esté mejor posicionado», asumiendo que el camino para reconstruir la mayoría de 2006 es una tarea de enormes proporciones.
Veremos si las lecciones de 2009 se asumen desde una perspectiva crítica o si, en aras de la automplacencia, se soslayan las dificultades. Por lo pronto, la recreación del Frente unitario tiene que evitar que la aterciopelada competencia entre López Obrador y Ebrard se salga del carril. Superar el divisionismo es importante, pues una oferta electoral fragmentada sería la puntilla para la reconstrucción de la fuerza de la izquierda. Pero no es suficiente. Hay que saber tratar las diferencias, que existen y son legítimas. Algunas cosas deben cambiar: a cada reunión corresponde un nuevo catálogo de temas para integrar el «proyecto nacional» alternativo, como si se tratara de un documento escolar y no de una propuesta capaz de resumir los objetivos mediante los cuales México podrá definir su futuro en el mundo. ¿No es hora de reconocer todas las voces y reunir lo avanzado?
Si en la izquierda hay quienes creen que hay un camino que no pasa por las urnas, también están los que ven factible repetir la votación extraordinaria de 2006. El fracaso del gobierno de Calderón no significa la victoria automática de las izquierdas, sobre todo porque la derecha aprende y saca conclusiones, aprovechando los errores de las fuerzas progresistas. Existe el riesgo del subjetivismo que suele envolverse en una visión de la crisis que en ocasiones niega o se olvida de la acción política cuando es más necesaria. Magnificar el peso de las fuerzas propias y creer que el descontento social crecerá al grado de poner contra la pared al régimen y a las fuerzas que lo sostienen, deja de lado la organización, la atención a las demandas del movimiento popular y se desentiende de la acción electoral creyendo que los estallidos espontáneos de las masas derribarán el orden injusto. Esta suerte de catastrofismo no es malo porque denuncia la iniquidad del régimen, lo cual está muy bien, pero sí lo es en cuanto facilita la subestimación de un adversario que ya en 2006 no dudó en tratar de impedir que la izquierda participara en la contienda mediante el desafuero y, luego, al fracasar el intento, impulsando la intervención ilegal del presidente y los grupos de empresarios que se involucraron para frenar a López Obrador durante la campaña.
P.D. Enterrar la historia, ejercicio panista. Del SME: «Incluso su fecha de fundación es simbólica: 1914-1915, bajo la neutralidad del gobierno de la Convención y custodiado por el Ejército Libertador del Sur». Womack al ceder un premio al sindicato en lucha.