Categorías
El debate público

¿Dónde está nuestro banquero central?

Ricardo Becerra

La Crónica

29/01/2017

Por mucho más que una década, Agustín Carstens se erigió como factótum supremo de las decisiones económicas en México. Al margen de méritos reales o inventados, las solas posiciones que ocupó (Secretario de Hacienda y luego Gobernador del Banco de México) lo convirtieron en un funcionario estelar, influyente, poderoso, amado por los intereses financieros y por los secretarios del ramo, educados todos en las escuelas del mainstream.

Como suele suceder con estas idolatrías (que ahorran estudiar y pensar con cabeza propia), la influencia de Carstens fue mucho más allá de sus poderes o facultades legales: era el referente, pitoniso financiero, amigo de los banqueros y una especie de joker superpoderoso que puso de cabeza al mundo institucional: comandó una institución autónoma pero no tanto para marchar independiente de las políticas del gobierno, sino para -desde su posición- definir las políticas del gobierno. Extralógico: la “institución autónoma” convertida en gobierno.

Su última trastada fue salir a conferencia de prensa para días después aparecer junto al secretario de Hacienda, anunciando la política económica que el ya había “sugerido”: superávit primario (más dinero recaudado que el dinero gastado en 2017) un ajuste a rajatabla, a la vuelta de un año; enorme recorte al gasto público y subida sistemática a las tasas de interés, anticipándose a las decisiones de la propia FED.

El dólar –un precio clave, donde los haya- ha vivido la depreciación más importante del siglo bajo su mando y el crecimiento económico se enaniza cada vez más a las lúgubres hipótesis del estancamiento secular. La quincena primera de enero es el mes de la mayor inflación anual (4.78 por ciento) muy por arriba de la meta de Banxico (3 por ciento).

Por fortuna ya anunció su renuncia ¡solo que hasta el siguiente semestre del año! Huyendo del país que atraviesa uno de sus más oscuros pasajes económicos y políticos en lustros. Ustedes medirán el tamaño de su compromiso con México.

Carstens ha sido un linebacker infranqueable contra la propuesta de recuperación de los salarios mínimos (“cada peso de aumento al salario, se traducirá en un peso más al producto final”, decían sus amanuenses); en cambio le pareció muy normal y asimilable el irresistible aumento en el precio del dólar y por supuesto, muy practicable el gasolinazo de 17 por ciento el primero de enero. Subir gasolina y dólar no es inflacionario. Los salarios sí que lo son. Una escandalosa incoherencia teórica, práctica, hecha pública.

Aún así, recibe felicitaciones por doquier. Cuando anunció su partida a Basilea lo hizo dejando algodonosas nubes de gloria tras de sí. Mimos y halagos del Secretario de Hacienda. Los comentaristas económicos rendidos ante la inmensidad de su sapiencia. Y en la última aparición en el Congreso, fue alabado como nuestro mesías monetario, alguien dijo “el mejor banquero central que ha tenido México”.

Bien: pues ese cristo de la ortodoxia y la estabilidad abandona su cargo dejando una cauda muy cuestionable –dólar caro y la mayor inflación en quince años- y su nombre, cada vez más, se derretirá en el barro de quien no supo ni tuvo los reflejos para aplicar políticas que estuvieran tan solo un poco más allá de su manual, o sea, subir las tasas (aunque frenen el crecimiento) y de vez en cuando salir a comprar dólares. Lo demás lo resolverá la libre flotación.

Ninguna reflexión relevante. Ningún intento de actuar fuera del guión, Nada que pudiera afectar al gremio de los banqueros y tenedores de bonos con los que se codeó y paseó durante su encargo demasiado tiempo.

Deja su lugar en medio del menor crecimiento, la mayor inflación y la destrucción de un arreglo económico que defendió como Santa Teresa.

Y si he escrito esto, es porque la trayectoria de Carstens constituye algo más que un cuento moral personal. Es, sobre todo, la historia de cómo hacedores de política económica se casaron con sus propias obsesiones, se autoengañaron de que tenían todo bajo control, para descubrir al final, y con horror de todo un país, que todo su modelo era algo bastante endeble y falso.

Esta es otra de las discusiones que nos pone en las narices, el sismo del señor Trump.