Europa se borra del mapa
Álvaro de Cózar
El País. 20/03/2010
La visión eurocéntrica del mundo se esfuma ante el auge de los países emergentes.- El nuevo centro está en el Pacífico flanqueado por China y EE UU. En la proyección de Mercator, de 1569, Groenlandia era tan grande como África. «No sólo es fácil mentir con mapas; es esencial», escribe Mark Monmonier.
En 1988, unos investigadores de la revista National Geographic pidieron a 3.800 niños de 49 países que dibujaran el mapa del mundo. La mayoría de los chavales -africanos, asiáticos, americanos- colocaron Europa en el centro del mapa. Sin saberlo, reprodujeron la misma visión eurocéntrica legada por sus antepasados desde la época colonial, la proyección de Mercator, la misma que todo occidental tiene en la cabeza como un hecho objetivo ante el que no cabe la más mínima duda.
La forma en la que históricamente se han representado los territorios del planeta está basada en la proyección de la esfera terrestre, método creado en el siglo XVI por el cartógrafo Gerardo Mercator. – FERNANDO HERNÁNDEZ
Un mapa no es más que una mirada, trazada históricamente con una carga ideológica, a veces inocente, que suele generar controversia. Mientras el mapa del poder real en el mundo está cambiando radicalmente, desplazando a Europa cada vez más al oeste y colocando en el centro a Estados Unidos y China, las viejas polémicas sobre el eurocentrismo siguen vivas.
Las dos proyecciones de mapas que más han agitado el mundo de la cartografía son las de Mercator (1569) y la de Peters (1974). Representar fielmente en un plano una esfera achatada por los polos -un elipsoide de revolución, que dirían los expertos- es el reto de los cartógrafos desde el siglo XVI. Desgraciadamente, es imposible; siempre habrá una parte que quede distorsionada.
En 1569, el padre de todos ellos, el flamenco Gerardo Mercator ideó una forma de proyectar el mundo esférico metiéndolo en un cilindro. El mapa, una herramienta útil para los navegantes de la época, es el mismo que se ha enseñado en las escuelas. Coloca a Europa en el centro y representa fielmente la forma de los continentes, pero exagera los tamaños de los países a medida que se acercan a los polos. Groenlandia, por ejemplo, aparece con un tamaño similar al de África, aunque su superficie es de 2,1 millones de kilómetros cuadrados, mientras que la del continente es de 30,1 millones.
De la misma forma, la masa continental de lo que todavía seguimos llamando norte ocupa mucho más espacio que la del sur. La realidad es que el sur ocupa el doble, unos 100 millones de kilómetros cuadrados. En cualquier caso, las inexactitudes de Mercator no pueden atribuirse a supuestas intenciones deshonestas; el hombre sólo quería que los barcos no se perdieran en el océano Atlántico.
Quien sí resultó un experto en propaganda fue Arno Peters. En 1974, este berlinés que había sido cineasta, organizó una rueda de prensa para arremeter contra el mapa de Mercator y presentar el suyo. La proyección de Peters respetaba las superficies reales de los países, pero no sus siluetas, la mayoría de las cuales aparecían demasiado estiradas. Los cartógrafos le dieron la espalda -Arthur Robinson definió el mapa como un calzoncillo largo, mojado y andrajoso colgado del Ártico- pero la visión políticamente correcta de Peters caló en la Unesco y en las ONG, que adoptaron el mapa para mostrar su sensibilidad hacia África y Asia. Además, Peters no había hecho más que apropiarse de una proyección casi idéntica elaborada en 1855 por James Gall, un religioso escocés con menos sentido del espectáculo.
«No solamente es fácil mentir con mapas; es esencial», señala el experto estadounidense Mark Monmonier en su libro Cómo mentir con mapas (How to lie with maps, 1996), donde revisa cómo los mapas han servido históricamente para hacer propaganda. Monmonier propone un método mucho más efectivo que el de Peters para resaltar la importancia creciente de China o India: los cartogramas.
Este tipo de mapas no se hace atendiendo a las coordenadas para representar con fidelidad la superficie terrestre. Son simplemente gráficos que permiten explicar cómo se distribuyen los países según determinadas variables estadísticas. A eso se dedican páginas web como worldmapper.org o gapminder.org, herramientas estupendas para elaborar cartogramas.
¿Cómo será el mapa del mundo dentro de unos años? Si pintásemos un cartograma geopolítico que dejase claro quién manda en el mundo, ¿qué criterio seguiríamos? Todos los expertos consultados coinciden en que serán los avances tecnológicos los que determinarán principalmente quién mandará en el mundo. «La ciencia es la que define la innovación y eso es lo que marca la productividad de un país y, por tanto, su crecimiento económico», señala Fernando Vallespín, catedrático de Ciencia Política y de la Administración. «China va ganando poder militar. El centro lo copan China y Estados Unidos», propone Cristina Manzano, directora de la revista Foreign Policy en España.
«Hay otros factores, como la educación y el número de universidades potentes, pero todos están ligados a ese criterio económico y tecnológico», explica Antonio Marquina, catedrático de Seguridad y Cooperación en las Relaciones Internacionales, que aporta las predicciones económicas de Goldman Sachs para 2050. Según el análisis del grupo de inversión, China y Estados Unidos coparían la primera y segunda plaza respectivamente. Otros países como Brasil, India y Rusia dominan las primeras plazas. Sólo Alemania sigue manteniendo cierto poderío. España no aparece ni siquiera en la lista de los 20 primeros. Una proyección similar es la que aportan los expertos de Worldmapper para 2015 (ver gráfico).
Muchas cosas pueden poner todo del revés de aquí a 2050, pero, probablemente, si la revista National Geographic repitiese su experimento en esa fecha, los niños europeos dibujarían a China y Estados Unidos en el centro y arrinconarían a Europa al extremo oeste del mapamundi.
El eminente hispanista John H. Elliott defiende una investigación libre de prejuicios nacionalistas para contar la colonización y la independencia de América.
Hacia una historia de ida y vuelta
Tereixa Constenla
El País – 06/02/2010
«Hernán Cortés se merece una estatua en México junto a Cuauhtémoc»
«No hubo ninguna puerta cerrada para Velázquez en el Alcázar de Madrid»
A ciertos ingleses se debe la leyenda negra de España. Y a ciertos ingleses, como el historiador John H. Elliott (Reading, Inglaterra, 1930), se deben grandes esfuerzos por erradicarla. A Elliott le desagradan los estereotipos. Lleva toda una vida combatiéndolos. Se diría que empezó el día que decidió sumergirse en la investigación de la historia de España, el Estado que durante la edad moderna había sido el gran rival político de Inglaterra. Ambos son ejemplos de «monarquías compuestas», que analiza en su último libro España, Europa y el mundo de ultramar (1500-1800), publicado por Taurus, en el que, entre otras claves, cuenta que los rivales se copiaban métodos y prácticas cuando les convenía, incluidas drásticas limpiezas étnicas. «Aprender del enemigo se convirtió en un rasgo de la vida internacional», escribe.
Elliott era un veinteañero cuando descubrió España, después de dedicar seis semanas de las vacaciones de verano a recorrer junto a otros estudiantes de Cambridge la Península Ibérica. Le fascinaron las posibilidades historiográficas de un país que guardaba un filón en adormecidos archivos. En esa mina documental rescató material para reconstruir la historia de los siglos XVI y XVII, que luego vertió en libros como La rebelión de los catalanes, El mundo de los validos, El conde-duque de Olivares o España y su mundo. Una historia sin leyendas negras ni resonancias imperiales. Sin estereotipos. Y sin fragmentaciones.
Elliott es ahora un investigador laureado por los antiguos imperios. Sir inglés y premio Príncipe de Asturias de las Ciencias Sociales. Y sigue defendiendo la investigación libre de prejuicios. Algo que todavía echa en falta en la historia atlántica. Un relato blanco o negro, según la orilla de quien cuente. «Los españoles deben integrar la historia de América Latina dentro de la historia del mundo hispánico y reconocer la complejidad de los movimientos de independencia», sostiene. De igual modo, la historiografía americana tendrá que aligerarse de carga nacionalista: «Había criollos que querían seguir bajo la monarquía, todos bajo el mismo rey, y ha sido difícil para los americanos aceptar esto». «Cuando se está formando una nueva nación, se escribe una historia nacionalista». Gráficamente lo resume: «Hernán Cortés se merece su estatua en México junto a la de Cuauhtémoc».
Dos siglos después de la cascada de independencias que derrumbó el imperio español, Elliott cree que podría comenzar a narrarse «una historia más común de la que ha habido hasta ahora». Cita a los mexicanos porque están comenzando a revisar la historia «indigenista» que caracterizó los años de la revolución, aunque, en contrapartida, presume que la historiografía boliviana tal vez acentúe la visión indigenista. «Pero los prejuicios sobreviven sobre todo en los emigrantes que llegan a Estados Unidos con ese sentimiento antiespañol que queda fosilizado, como ha ocurrido con los irlandeses respecto a Inglaterra». Una semejanza entre antiguos rivales de las muchas que Elliott ha realzado en sus trabajos de historia comparada. «La constatación de que en muchos aspectos España no era tan diferente de otros Estados europeos como se suponía tradicionalmente ha contribuido a devolverla a la corriente principal de la historia», escribe en su nueva obra, donde también evidencia una paradoja. España dominó la política, el comercio y los mares, pero nunca ejerció una hegemonía cultural como Francia o Italia. Elliott lo achaca en parte al «peso del Renacimiento», aunque señala otras influencias culturales españolas que prosperaron, como el Quijote o el traje negro de Felipe II, de moda en el siglo XVI.
Los ensayos se cierran con un repaso a las relaciones entre artistas y el poder político. Porque algo más deslumbró a Elliott en aquel viaje estudiantil de 1950: Velázquez y el Museo del Prado. «Me di cuenta de que el arte y la cultura eran parte integral de la historia», señala.
Y con la excusa de Velázquez desgrana aspectos de la corte madrileña de Felipe IV, en la que el pintor fue designado «aposentador» y encargado de la limpieza y decoración interior del palacio, «una tarea que llevaba aparejado un amplio abanico de obligaciones y oportunidades». Y llaves. En el bolsillo de Velázquez se conservaba la llave que abría todos los aposentos reales. «No hubo ninguna puerta cerrada para Velázquez en el Alcázar de Madrid».
El falso Velázquez
Velázquez fue un artista indiscutible. Y tal vez algo fullero. «existen claros indicios de que Velázquez pudo haber falsificado la identidad de su abuela maternal al solicitar la admisión en la orden y de que los testigos que dieron fe de la nobleza de sus antepasados portugueses mintieron», cuenta Elliott. El pintor, propuesto por el rey para ingresar en la orden de Santiago, argumentó que era de noble ascendencia-de la línea de Silvas, que se remontaba a Eneas Silvio- y que jamás había cobrado por sus obras. Las indagaciones tumbaron sus propósitos sobre su supesto linaje «con un golpe humillante para su reputación» y se rechazó su candidatura. El artista necesitó una dispensa papal concedida a petición del rey para que la orden finalmente le admitiese el 28 de noviembre de 1659, poco antes de morir.
El periódico El País, en su sección Babelia, preguntó a 109 personajes de Hispanoamérica, el nombre de aquellos quiénes marcaron la historia del continente en los últimos 200 años. Son los siguientes:
1. Simón Bolivar: 789 puntos
2. Fidel Castro; 402 puntos
3. Ernesto «Ché» Guevara: 376 puntos
4. José Martí: 322 puntos
5. José de San Martín: 308 puntos
6. Benito Juárez: 224 puntos
7. Jorge Luis Borges: 215 puntos
8. Gabriel García Márquez: 205 puntos
9. Emiliano Zapata: 134 puntos
10. Andrés Bello: 129 puntos
Constructores de ideas y de historia
Un centenar de personalidades de América Latina ha elegido, en una encuesta de Babelia,
las 10 figuras que sintetizan los últimos dos siglos: Simón Bolívar encabeza la lista.
CARLOS MONSIVÁIS 28/11/2009
El resultado de la encuesta es muy significativo. Corresponde a una síntesis histórica de la región donde ya los escritores figuran ostensiblemente y en donde es central el desafío a los imperios (el español, el norteamericano) y a las dictaduras. Cinco figuras del siglo XIX y cinco del siglo XX, políticos que son militares, escritores extraordinarios, guerrilleros, constructores de ideas y prácticas de la nación y sus leyes, héroes que son mártires, escritores que crean por su cuenta formas originales de ejercer el idioma. No hay en la lista ninguna mujer.
El primer lugar, con gran ventaja, es para Simón Bolívar, el gran impulsor de la independencia latinoamericana, que merece sobradamente el título de El Libertador. Es un estratega militar y es el primer y muy notable estadista de América Latina. A la adversidad (el poder español, las divisiones de los insurgentes, las traiciones), opone su voluntad de triunfo, su autocrítica («he arado en el mar»), sus proclamas, sus proyectos legislativos… A su personalidad deslumbrante añade la muy novedosa maestría retórica. En el mismo orden de cosas y de hazañas se encuentra el quinto lugar en la votación, José de San Martín, el héroe clásico de Argentina, que muy joven se encuentra al frente de un regimiento. Creador del Ejército de los Andes, liberador de Chile, inspirador de la independencia de Perú, es, sin embargo, capaz de entregarle su Ejército a Bolívar.
Es previsible también el segundo lugar. Más que ningún otro rasgo a Fidel Castro se le reconoce su enfrentamiento al poderío norteamericano desde 1959, su reivindicación de la soberanía. El régimen castrista ha obtenido éxitos considerables en la educación y la salud, ha persistido no obstante el bloqueo criminal de los gobiernos de Estados Unidos, los intentos de la CIA por asesinar a Fidel Castro, las maniobras en la OEA sólo recientemente suspendidas. Y lo negativo no disminuye la fuerza y la inteligencia del Comandante. Castro ha sido un dictador que dependió largamente de los soviéticos, que suprime las libertades de expresión y mantiene el control férreo de la isla, ahora en compañía de su hermano Raúl, con la consiguiente represión de los disidentes, con frecuencia encarcelados. Con todo, se mantiene el apoyo fervoroso a Fidel de un gran sector de la población cubana.
¿Se puede negar la condición mítica (el héroe que se sacrifica por el mundo mejor) de Ernesto Che Guevara? Es el revolucionario que lucha en un país desconocido, es el emblema del romanticismo revolucionario (en la foto de Alberto Korda el Che ya es un signo del porvenir). Ministro de Economía, «hereje» frente a la Unión Soviética, adalid de la toma de conciencia armada en América Latina («crear dos, tres, muchos Vietnams»), leyenda casi desde el primer momento, revolucionario en el Congo, guerrillero en Bolivia. «Aventurero sagrado», según las legiones de admiradores, es el profeta y el actor de las insurrecciones y la incesante toma del poder.
Para las nuevas generaciones el Che, ya casi sin contextos, es la foto en las manifestaciones de protesta, es la expresión formidable de la renuncia a lo institucional, y en esto no se toma en cuenta su ideario del arrasamiento: «Hay que amar a nuestros enemigos con odio revolucionario», frase que extiende en su discurso en el Congreso de la Tricontinental (16 de abril de 1967):
Es preciso, por encima de todo, mantener vivo nuestro odio y alimentarlo hasta el paroxismo, el odio como elemento de lucha, un odio implacable al enemigo que nos impulsa más allá de las limitaciones naturales propias del hombre y lo transforma en una máquina de matar efectiva, seductora y fría. Así deben ser nuestros soldados, un pueblo sin odio no puede vencer a un enemigo brutal.
(Citado por Juan José Sebreli en Comediantes y mártires)
José Martí es otro latinoamericano imprescindible. Considerado el gran precursor de la Revolución Cubana, cronista y ensayista magnífico, poeta («para Cuba que sufre, la primera palabra»), gran independentista, es el ideólogo de la descolonización en América Latina, que invita a recuperar el pasado primordial: «Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas. Y calle el pedante vencido; que no hay patria en que pueda tener el hombre más orgullo que en nuestras repúblicas americanas». En el fondo de esta «alabanza de aldea» está la exigencia: no se proceda como si nuestra América viniese de la nada.
Del liberalismo radical del siglo XIX se elige a Benito Juárez, uno de los grandes iniciadores del México moderno. Juárez no es un mártir ni un prisionero de su tiempo. Indígena zapoteca, al cabo de una vida de hazañas, hechos trágicos, conjuras, traiciones, victorias militares, políticas y culturales, resulta un vencedor insólito, no un precursor sino un contemporáneo en la vanguardia del desarrollo civilizatorio. Se impone al racismo ancestral, a la extrema dificultad de crear la educación pública en un país asfixiado por el clasismo y el racismo, a los dilemas de su carácter tímido y cerrado, a las divisiones de su partido, al analfabetismo de las mayorías que hace las veces de aprisionamiento nacional, a la furia y las bajezas del clero integrista y los conservadores, a la intervención francesa, a las peripecias de su gobierno nómada. El fusilamiento de Maximiliano es uno de los mayores actos antiimperialistas del siglo XIX. Se le persigue, calumnia, encarcela, destierra, veja y ridiculiza; se le quiere convertir en un anticipo literal del Anticristo. No obstante todo esto, no se le derrota.
La presencia en esta lista de Jorge Luis Borges es el reconocimiento de las funciones de la escritura en América Latina. De él se reconocen la inteligencia como renovación permanente de los textos, el relato que se convierte en parábola fundamental, la paradoja, la elegancia verbal, la imaginación portentosa. Borges, el intelectual y escritor latinoamericano del siglo XX de mayor repercusión internacional. Borges, el que demuestra hasta qué punto la inteligencia y la ironía pueden ser conceptos complementarios; Borges, el que escribe las líneas que cancelan las tentaciones de la compasión y de la autocompasión.
Nadie rebaje a lágrima o reproche
esta declaración de la maestría de Dios,
que con magnífica ironía
me dio a la vez los libros y la noche
En 1967, Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, atrae a los deseosos de regresar al culto por el «escribir bien» o de modo óptimo, lo que combina la imaginación irrefrenable, el don de contar historias, una tras otra o simultáneamente. A partir de la saga de una familia y un pueblo, se reconstruye el Génesis, y se incursiona en la historia como el transcurso de las dinastías y las matanzas. La obra de García Márquez es quizás la más leída de los narradores latinoamericanos.
Emiliano Zapata, el caudillo apuesto, testarudo, leal, que define por su cuenta las exigencias campesinas. En primera y última instancia, Zapata es el símbolo y la realidad de la permanencia del campesinado, que oscila entre la violencia y la espera, y que está desde el principio porque -en la mitología y su «espejo deformado», la realidad- es el «país profundo», el de las migraciones perpetuas: del caserío al pueblo, del pueblo a la ciudad pequeña, de la ciudad pequeña a la ciudad mediana, de la ciudad mediana a la capital o a California, Tejas, Chicago, Nueva York, Arizona, Nuevo México. En las migraciones interminables, Zapata representa la continuidad de lo agrario.
Andrés Bello es un humanista de múltiples facetas. Poeta, ensayista, redacta el Código Civil de la República de Chile (1855), empresa casi exclusivamente suya. Según Rafael Gutiérrez Girardot es «el primer código moderno en lengua española, fundamento de las relaciones sociales de las nuevas repúblicas… La codificación misma y la liberación de las trabas a que estaba sujeto el derecho de propiedad hicieron del Código Napoleónico, que fue en parte su modelo, un derecho revolucionario no abstracto, sino en relación con la sociedad colonial y su caos jurídico…» (en Cuestiones, FCE, 1994). También Bello es el autor de la Gramática de la Lengua Castellana, de enorme resonancia, escrita para uso de los americanos.
Carlos Monsiváis (Ciudad de México, 1938). El Estado laico y sus malquerientes (Debate / UNAM). El 68. La tradición de la resistencia (ERA).