Raúl Trejo Delarbre
La Crónica
11/07/2022
Hiperactivo e imperativo, Luis Echeverría gobernó a grandes zancadas como las que lo hacían tan incómodo para quienes lo seguían en sus inacabables giras. Abarcó mucho y consolidó poco. Afectó intereses que lo etiquetaron y descalificaron. En su gobierno se cometieron infames abusos.
Luis Echeverría arrastró, desde antes de ser presidente, la sombra de los crímenes de 1968. Nunca se demostró que hubiera estado al tanto de las instrucciones para colmar de sangre y fuego la noche de Tlatelolco, pero es posible que así haya sido y muchos lo han creído. El 10 de junio de 1971 ya era presidente y tuvo una responsabilidad al menos formal en el ataque a la manifestación estudiantil. No obstante, quiso acercarse a estudiantes y clases medias. Si propuso la apertura democrática fue porque reconoció la necesidad de cambiar las relaciones entre sociedad y poder político.
Aquella apertura era limitada, pero constituyó un marco distinto a la cerrazón política de los años 60. Durante el gobierno de Echeverría (1970 – 1976) se formaron partidos de oposición, se desarrolló el sindicalismo independiente, las universidades fueron como nunca escenarios de disidencia y politización, hubo importantes movimientos urbanos y populares, la discusión intelectual se desplegó con vitalidad inusitada. Nada de eso fue creación de Echeverría, sino de una sociedad exasperada e impaciente. Su gobierno reaccionó en ocasiones con receptividad, pero en otras con políticas persecutorias, ante esas nuevas expresiones.
Los movimientos armados que surgieron o se extendieron, detonaron los resortes más intolerantes en los años gobernados por Echeverría. Quienes se fueron a la guerrilla optaron por una vía claramente ilegal, pero el gobierno respondió con otras ilegalidades. Torturas, crímenes y desapariciones a cargo de corporaciones policiacas, fueron especialmente alevosos porque provenían del gobierno.
A la disidencia que corría por senderos institucionales, Echeverría la admitió a diferencia de la rigidez política de Gustavo Díaz Ordaz. La matrícula universitaria se duplicó (de 252 mil estudiantes en 1970, a 501 mil en 1975) gracias a un fuerte respaldo presupuestario y a la creación de instituciones como la UAM. Nacieron el Colegio de Bachilleres y, en la UNAM, el CCH. La política laboral fue ruda con los sindicatos independientes a los que a menudo desconocía y, por otra parte, incluyó la creación del INFONAVIT.
Los medios de comunicación eran mayoritariamente disciplinados al gobierno, pero en muchos de ellos aparecían espacios críticos. Echeverría permitió el golpe contra los directivos de Excélsior ya casi cuando terminaba su sexenio, aunque sobre ese episodio hay diferentes versiones. Aquel presidente reconoció la importancia de la televisión y propició un contrapeso al poder de Televisa, con la creación de dos cadenas de televisión del Estado.
En el sexenio de Echeverría la administración pública creció, no con propósitos clientelares sino para atender necesidades sociales. En 1970, había 826 mil trabajadores en el gobierno y empresas paraestatales. Seis años después, eran un millón 314 mil. Más de la mitad de ese incremento se debió a que hubo más trabajadores de la educación, que pasaron de 265 mil, a 514 mil (datos en Carlos Tello Macías, La política económica en México 1970 – 1976, Siglo XXI, 1979).
En esos años, sin haber constituido un cambio drástico, la distribución de los recursos entre los mexicanos fue un poco menos inequitativa. En 1968, el 40% de los hogares más pobres recibía el 8.1% del ingreso total y para 1977 alcanzaba el 10.4%. El 10% de los hogares más ricos tenía en 1968 el 48.3% y en 1977, el 40.1% (datos en Carlos Tello Macías, Estado y desarrollo económico en México. 1920 – 1976, UNAM, 2006).
El presupuesto de la SEP creció, de algo menos de 8 mil millones de pesos en 1970, a casi 38 mil en 1976 (datos en Josefina Alcázar, Universidad y financiamiento, UAP, 1984). La política estatista de Echeverría puede parecer excesiva, pero era un recurso realista para combatir la pobreza. Su gran limitación, fue la ausencia de una auténtica reforma fiscal. La deuda externa se triplicó y en septiembre de 1976 el gobierno devaluó el peso. El gasto público se había desbordado.
A los errores de política económica, se añadió la animosidad de los empresarios más poderosos. El discurso, pero sobre todo las transformaciones económicas que pretendió Echeverría, suscitaron una intensa campaña en su contra. El asesinato de Eugenio Garza Sada en septiembre de 1973 por un comando guerrillero exacerbó la irritación de los empresarios, especialmente en Nuevo León.
La activa política exterior de Echeverría, su acercamiento a China y la Unión Soviética, el respaldo a Salvador Allende en Chile y el asilo a millares de exiliados que enriquecieron nuestra vida académica y productiva cuando vinieron para escapar de las dictaduras latinoamericanas, fueron mal vistos en la oligarquía empresarial.
Algunos rasgos anecdóticos del estilo de Echeverría (guayabera, aguas frescas en las recepciones en Palacio, bailes regionales) fueron convertidos en motivos de escarnio por grupos que abominaban al gobierno. Fueron más ominosas las campañas de rumores que alarmaron al país durante todo el sexenio y que desembocaron en la falsa pero inquietante versión de un golpe de Estado. Carlos Monsiváis en un indispensable inventario de aquellas campañas, consideró: “por primera vez en mucho tiempo, se propaga desde arriba, desde las cúpulas de la oligarquía, el desprestigio programático de un presidente de la República” (“La ofensiva ideológica de la derecha” en México hoy, Siglo XXI, 1979).
Luis Echeverría, que murió el sábado a los 100 años, gobernó con autoritarismo un sexenio cargado de contrastes y que no se puede entender con simplificaciones ni etiquetas.
ALACENA: AMLO no es LEA
Es equivocado comparar al presidente López Obrador con Echeverría. AMLO dilapida el gasto público en obras innecesarias, LEA incrementó el gasto social. AMLO se enemista con científicos, LEA creó el CONACYT. AMLO ha retraído la política exterior, Echeverría mantuvo un intenso y exagerado protagonismo internacional. AMLO desprecia a las clases medias, LEA tendió puentes con ellas. AMLO rehúye la discusión con quienes no son sus incondicionales, Echeverría se exaltaba en el debate.