María Marván Laborde
Excélsior
14/06/2018
Fue un acierto del INE haber decidido reglas básicas antes de que se acabaran de armar las coaliciones y estuviesen definidos los candidatos. La posibilidad de sus equipos de rigidizar el formato fue acotada efectivamente. Haber obligado a hacer un debate más del que marca la ley también tuvo buenos resultados.
Quienes sólo dicen que estamos lejos de lo maravilloso que podrían ser los debates, ningunean los avances logrados. Estas mezquindades suelen ser dañinas para la democracia. El discurso antisistema y antipartidario también se ha alimentado del perfeccionismo pletórico de aspiraciones que anhelan ver a México convertido en Suiza; sin conocer mucho la realidad helvética, por cierto.
El debate del pasado martes fue, desde mi perspectiva, el más importante por el contenido del mismo. A pesar de querer abarcar muchos subtemas, es en materia económica donde los partidos, sus coaliciones y candidatos tienen más injerencia en el diseño de las políticas públicas que definirán su mandato. Sin embargo, poco nos dejaron ver de sus propuestas. Fueron tantas sus generalidades que carecemos de la concepción integral del modelo de desarrollo económico que piensan impulsar.
Queda claro el rechazo visceral de López Obrador al neoliberalismo, sin embargo, no es tan clara la alternativa que propone. Decir simple y llanamente que es un populista es no decir nada. Me niego.
Al abordar el tema de la desigualdad y la pobreza, ninguno de los candidatos fue capaz de señalar con seriedad las causas estructurales de la pobreza en México y en el mundo. En las últimas décadas, después de la era Reagan-Thatcher, se ha creado mucha riqueza de manera muy acelerada, el gran problema es que no hay mecanismos de redistribución de la misma.
Aciertan quienes proponen incrementar el nivel salarial. Parte de la fábrica de pobres en la que vivimos proviene de la precariedad salarial. Sin embargo, ninguno se atrevió a decir, de manera clara y contundente, que la herramienta más eficaz para redistribuir el ingreso es una política fiscal integral. Por evadir el tema, sus propuestas de programas sociales resultan poco creíbles, fueron incapaces de esbozar los principios de viabilidad de los mismos. Lindas e irrechazables promesas que no veremos concretarse en la realidad.
Los moderadores insistieron: ¿cuánto cuestan sus propuestas? ¿de dónde va a salir el dinero? López Obrador se atrincheró, una vez más, en su cómoda respuesta: recuperando los 500 mil millones de la corrupción nos alcanzará. Le hicieron las cuentas, se necesita mucho más. No hubo contrarréplica.
Meade ha puesto el énfasis en las guarderías y escuelas de medio tiempo. Pasar de cuatro a ocho horas de escuela parece una buena propuesta. La pregunta fue incisiva. No le cuestionaron cuánto cuesta eso, sino en qué espacio físico se haría. Hace décadas que la SEP decidió usar el mismo edificio en dos turnos, un alto porcentaje de niñas y niños desde primero de primaria tiene que ir a la escuela por la tarde. Tampoco quiso o pudo responder. Además de dinero público, se necesita tiempo.
Anaya plantea, al igual que López Obrador, una reducción en ciertos impuestos y para ciertos sectores, pero ninguno se atrevió a decir que habrá que crear o incrementar otros gravámenes, porque esto pudiera restarles simpatías.
No podríamos negar que se han difuminado las definiciones ideológicas de antaño, pero nuestros candidatos padecen de una grave esquizofrenia. Política fiscal neoliberal y política social de izquierdas. Simple y sencillamente, no hay manera de sostener lógicamente propuestas electoralmente rentables y económicamente propias de la Isla de la Fantasía.
Al tramposo no lo menciono, ni siquiera sabe cumplir las reglas del debate, tuvo que sacar su celular. Simplemente, no le debieron regalar la candidatura.