José Woldenberg
Reforma
11/08/2016
Leo con asombro (releo y me doy cuenta que estoy utilizando un recurso retórico más que gastado, porque la verdad es muy difícil asombrarse por lo que a continuación comento) que organizaciones de padres de familia de Nuevo León «piden arrancar páginas de libros». La nota informa que «la Unión Neoleonesa de Padres de Familia y la Asociación de Padres de Familia, que agrupan a las escuelas públicas y particulares en el Estado, se reunieron con legisladores del PAN, el PRI, Nueva Alianza, el Partido del Trabajo y la bancada independiente». De acuerdo con la vocera de esos grupos lo que propusieron fue: «arrancar hojas, literal. Estamos proponiendo que se arranquen las hojas de los libros de texto, en donde, de acuerdo con los especialistas, la información que se está manejando, a la edad a la que a los niños se les está dando, no es la forma correcta». Se trata de las páginas que informan sobre los órganos reproductivos de niños y niñas. (Perla Martínez, Reforma, 6 de agosto).
Más allá del método bárbaro de «arrancar hojas» indeseables de los libros, que nos hace recordar los tiempos negros de la Inquisición, y de la siempre equívoca representatividad de las organizaciones aludidas, se encuentra el pertinente tema del papel de la escuela en el proceso formativo de niños y jóvenes.
Hay que recordar lo elemental porque (creo) es lo fundamental. La escuela es un espacio para expandir el conocimiento. El conocimiento en las más diversas áreas. Y una especialmente importante es la de la sexualidad. Un campo en el que se reproducen, por todas las vías, las más flagrantes supercherías, tabúes y tonterías. Y no será el rubor de la abuelita, el silencio del padre, el cotorreo de los amigos, la charlatanería en las calles, los chistes en los medios o la casta visión del cura, los que podrán esclarecer a los infantes y jóvenes el central tema de su sexualidad.
Es necesario que la escuela aborde el asunto porque como dice la Constitución, la educación «luchará contra la ignorancia y sus efectos, las servidumbres, los fanatismos y los prejuicios». Y no hay quizá campo de conocimiento más plagado de prejuicios que llevan a servidumbres de distinto tipo que el de la sexualidad.
Se trata además de un conocimiento que puede y debe tener importantes derivaciones prácticas. Acusan quienes están contra la ilustración en esa materia que «el incremento en el número de embarazos en adolescentes es producto de la información contenida en estos libros de texto». Y ahí se equivocan de manera radical en el diagnóstico y en la receta. En efecto, al parecer el número de embarazos entre adolescentes e incluso niñas tiene una tendencia al alta entre nosotros. «México ocupa el primer lugar de la OCDE en embarazo adolescente», decía el 27 de abril una nota de El País. E informaba que «cerca de medio millón de jovencitas se embarazan al año» y que «entre 2006 y 2014 se registraron cien mil partos de mujeres menores de 15 años». Se trata de un auténtico asunto de salud pública, pero sobre todo de realidades que trastocan (para mal) el desarrollo de las menores de edad. Y no será con conjuros o mediante una conspiración del silencio que se pueda afrontar. Al contrario, enfrentar el tema requiere de educación en la materia -que niños y jóvenes entiendan el funcionamiento de su sexualidad- y de la posibilidad de acceder en forma sencilla a los métodos anticonceptivos que para fortuna de todos (bueno, de casi todos) han logrado escindir el ejercicio de la sexualidad de la reproducción.
Hay que recordar -porque sí es necesario- que la escuela no es una extensión mecánica de la familia. Desde que las escuelas son escuelas se sabe que las instituciones educativas en alguna medida subvierten muchas de las consejas tradicionales y de los usos y costumbres habituales. Precisamente porque su misión es la de trasmitir conocimiento que pone en duda y en ocasiones incluso dinamita certezas sin base científica, «verdades reveladas» y fórmulas arraigadas cuya fuente es el hábito que se reproduce por inercia.
La educación en materia sexual no es una ocurrencia ni una moda. Es una necesidad para que niños y jóvenes estén informados y conscientes de lo que significa; y precisamente por ello, la puedan ejercer con responsabilidad y gozo.