Raúl Trejo Delarbre
La Crónica
12/06/2023
Tan cerca y tan lejos: del asesinato de “Paco” Stanley han transcurrido 24 años. La enorme injusticia que cometió el gobierno del Distrito Federal en el intento para resolver ese crimen y la desmesura de Televisión Azteca, son demasiado vigentes para olvidarlos. La televisión de esa época, que pretendía divertir y hacía negocio con oprobiosas vulgaridades disfrazadas de comicidad, parece distante pero no es demasiado distinta a la que hoy es desplazada por plataformas audiovisuales que ofrecen contenidos de mejor calidad.
Todo eso se puede recordar a partir de la serie “El show: crónica de un asesinato” que dirigió el periodista Diego Enrique Osorno por encargo de Televisa. Sustentados en docenas de entrevistas y con videos que nos retrotraen un cuarto de siglo, en esos cinco capítulos no hay revelaciones sobre el asesinato de aquel conductor de televisión. Se trata de un mosaico de opiniones y recuerdos que reconstruyen, parcialmente, la narración ya conocida del crimen y las encendidas reacciones que suscitó. No son pocos los cabos que quedan sueltos.
La televisión hizo de Stanley un personaje muy popular, con todo y su ordinario comportamiento público. En términos profesionales, fue hechura de Televisa en donde trabajó 20 años. En Televisión Azteca llevaba medio año, cuando fue asesinado el lunes 7 de junio
de 1999 afuera de un restaurante en Periférico Sur. También murió José Núñez, un vendedor de seguros que iba caminando por ese sitio.
El crimen fue cubierto por ambas televisoras en extensas transmisiones. El gobierno del Distrito Federal que quiso restarle importancia al homicidio. Cuauhtémoc Cárdenas dijo, con enorme torpeza, que se trataba de un asesinato como “otros muchos que desgraciadamente ocurren en la ciudad”. Televisión Azteca levantó una campaña contra los funcionarios de la capital del país. El conductor Jorge Garralda llegó a decir “la responsabilidad la tiene Cuauhtémoc Cárdenas”.
Esa noche, encadenadas sus televisoras, el dueño de TV Azteca, Ricardo Salinas Pliego, difundió una alocución prácticamente insurreccional: “¿Dónde está la autoridad? ¿Para qué pagamos impuestos? ¿Para qué tenemos elecciones? ¿Para qué tenemos tres poderes? ¿Para qué tanto gobierno si no hay autoridad?”.Lee también
Aquella arenga manifestó con claridad la vocación totalitaria de Salinas Pliego. No era una reacción espontánea al crimen de uno de sus colaboradores, sino una definición que tuvo 10 horas para preparar.
El gobierno de la ciudad de México y no pocos de quienes lo respaldaban, tomaron las admoniciones de Salinas Pliego como un desafío político. El Procurador de Justicia del DF, Samuel del Villar, creó una mascarada, a partir de testimonios que resultarían falsos, para adjudicar el asesinato a la venganza de un grupo de narcotraficantes con el que Stanley tendría cuentas pendientes. La acusación se sustentaba en el testimonio de un recluso, Luis Gabriel Valencia, quien dijo haber visto a varias personas que visitaban en la cárcel a miembros de ese grupo delictivo. Uno de los así señalados, Erasmo Pérez Garnica, apodado el Cholo, tenía antecedentes penales y se parecía al retrato hablado del asesino de Stanley.
Otra, Paola Durante, era edecán en el programa de televisión del propio Stanley y no se parecía a nadie pero fue incriminada por la Procuraduría. También fueron acusados el compañero y patiño del conductor asesinado, Mario Rodríguez Bezares, su ayudante José Luis Martínez Delgado y el chofer Jorge García Escandón.
La detención de esas personas fue celebrada por gobernantes y líderes del PRD, que consideraban que de esa manera respaldaban al procurador Del Villar y al gobierno del DF. Cuauhtémoc Cárdenas dejó de encabezar esa administración a fines de septiembre de 1999, para ser candidato presidencial. Lo reemplazó Rosario Robles.
El gobierno de la ciudad tenía mucha prisa para dar por resuelto el asesinato pero las evidencias eran insuficientes. El oficio de la Procuraduría para investigar la denuncia de Valencia desde el penal, fue expedido el día anterior al supuesto testimonio. Existían registros médicos de la inestabilidad emocional de ese personaje.
En la fecha que según él Paola Durante fue al reclusorio, ella estuvo trabajando todo el día. En abril de 2000, Valencia se retractó y dijo que había mentido forzado por agentes de la Procuraduría.
Desde octubre de 1999 el presidente de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal, el doctor Luis de la Barreda Solórzano, se interesó en el caso a petición de los familiares de Paola Durante. La Comisión emprendió una cuidadosa investigación y en febrero de 2000 recomendó la excarcelación de esa joven. Del Villar se obstinó en defender su endeble versión.
Rosario Robles, aunque se había comprometido a interceder por Durante si se demostraba que era inocente, se negó a ayudarla.
De la Barrera hace un detallado recuento de aquellos hechos en su libro El corazón del ombudsman (Aguilar, México, 2002). Politizado de esa manera un caso eminentemente policiaco durante año y medio en los medios, sobre todo en la prensa de opinión, menudearon expresiones de apoyo al procurador Del Villar.
Había quienes consideraban que, de esa manera, respaldaban una causa política sin reparar en que, con esa posición, avalaban el encarcelamiento de personas inocentes. De la Barreda recuerda que en 2000, cuando era candidato al gobierno del Distrito Federal, Andrés Manuel López Obrador comparó al procurador Samuel del Villar con Benito Juárez.
El 25 de enero de 2001 los acusados por ese crimen fueron liberados. Esta columna consideró al día siguiente: “El de Paola Durante era un asunto incómodo, ‘políticamente incorrecto’. Y lo era porque la acusación contra ella y el resto de los incriminados en el caso Stanley la promovía un gobierno pretendidamente democrático”. Aunque era claro que ese encarcelamiento tenía motivos políticos muchos comunicadores, líderes de izquierdas, feministas y defensores de derechos humanos guardaron silencio. Otros, no.
La serie de Televisa recuerda algunos de aquellos hechos: el ominoso comportamiento de Stanley con sus colaboradores, la efusiva idolatría que suscitaba, la ejemplar perseverancia de Brenda Bezares en la defensa de su marido. Y la impunidad criminal: 24 años después, se desconocen los responsables y las causas de aquellos asesinatos.